In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
1. Los primeros poemas que leí de Minerva Margarita Villarreal fueron publicados en Plural,en su edición de febrero de 1987. En esa época, la revista dirigida por Jaime Labastida convocaba a un concurso, en varios géneros literarios, de alcance hispanoamericano, al que sumaba un premio en lengua portuguesa. La poeta regiomontana obtuvo el primer lugar en el área de poesía, con una colección titulada Los abandonados. En esos poemas, leídos en retrospectiva, reconozco giros y tensiones, arrebatos y fulgores presentes en libros que escribirá muchos años después —pienso en Herida luminosa (2009) o Tálamo (2011). Por lo visto y por lo oído, la poeta encontraría en hora temprana el cromatismo de su voz, el hilo en el laberinto de su abecedario, «la sensación de las palabras haciendo lo que quieren y lo que no quieren hacer», diría Gertrude Stein.
2. La verdad es que no me acuerdo de cuando conocí a la poeta. ¿En un encuentro de Poetas del Mundo Latino? ¿En la Feria del Libro de Monterrey? La leía aquí y allá, en suplementos y revistas de los muchos que circulaban en los ochenta y los noventa. Cuando llegué a la editorial Aldus, en 1998, nos visitó, pues su libro El corazón más secreto (1996) se había agotado y teníamos planes de sacar una nueva edición. Recuerdo que entonces me obsequió ejemplares de la revista Armas y Letras, publicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León donde se desempeñaba como académica e investigadora. En uno de esos números, leí con fascinación una larga entrevista que le realizó al pintor Arturo Rivera. Más allá del meritorio trabajo periodístico de la poeta, reconozco ahora ciertas afinidades «entrañables» entre su poesía y los cuadros de Rivera: la herida como poética, la víscera como catarsis. Pero también observo el oficio para convertir el grito y la sangre en revelación y misterio.
3. En febrero de 2019 coincidimos en el caótico y sufriente Aeropuerto de la Ciudad de México. Vamos a Villahermosa para participar en las renacidas Jornadas Pellicerianas. Además de leer poemas, especialmente de su libro Vike. Un animal dentro de mí (2018), Minerva Margarita dará una conferencia magistral —ahora sí el adjetivo es justo— en torno a la amistad literaria de Alfonso Reyes y Carlos Pellicer. No sabía, hasta hace muy poco, que había estudiado teatro. Viéndola en el templete del auditorio me doy cuenta de su control de la escena y del tempo dramatis, de su excelente dicción y del contacto visual con el público. Amena y divertida, rigurosa y documentada, la poeta lee y comenta su ponencia mientras proyecta en la pantalla, entre otros asuntos, las dedicatorias autógrafas que el poeta de Horas de junio escribió en sus libros enviados al sabio regiomontano y que están a buen resguardo en la Capilla Alfonsina.
Por supuesto, al concluir su participación recibe aplausos y felicitaciones. El relevo generacional de la poesía mexicana quedó excepcionalmente expuesto en su charla. Me sorprende enterarme de que la mañana del domingo 9 de febrero de 1913, el joven Pellicer —que vivía con su familia en la esquina de las calles de Moneda y Seminario— presenció la balacera frente a Palacio de Gobierno donde fue abatido el general Bernardo Reyes. Horas después, en la terraza del Museo de Antropología Carlos Pellicer, mirando el fluir noctámbulo del río Grijalva, agradezco a Minerva Margarita su conferencia y le pido, para un próximo viaje a su tierra, una visita guiada a la Capilla Alfonsina, que por tantos años dirigió con profesionalismo y pasión.
4. La vindicación del canto en su voz lírica será una premisa consustancial tanto para las celebraciones como para las elegías. Antes que escritura, mucho antes que literatura, el poema está hecho de palabras vibrantes, cadencias, ritmos y aliteraciones, música (con sentidos y enigmas) expuesta en los espacios públicos, es decir, tiempo en el que convergen el mito y el rito. Posiblemente en su libro más reconocido, La maneras del agua (2016), esté presente dicho borboteo gutural y rítmico que aspira a decir y a no decir las paradojas de la realidad, sus vislumbres incomunicables y sus praderas tan mundanas: «Su torrente / que alivia / y vuela».
5. Lejos de feminismos machacones y de circunstancia, la condición de género cruza la poesía de Minerva Margarita Villarreal como incandescencia e interrogante, pero también es examen y diálogo. Quizá más importante que la contingencia histórica, en su obra destacan sus acercamientos, o mejor dicho, sus avistamientos de lo sagrado: «En el lecho abatido / Dios vino a tocarte / vino del precipicio / Y no es cuestión de aceptarlo / Hay que guarecerse de sí». En definitiva, más próxima a Simone Weil que a Simone de Beauvoir.
6. El relámpago de sus ojos, el ímpetu de su voz, su hiperactividad. La poeta siempre estaba a punto de comenzar o terminar algo. Se encontraba al día de lo que había que leer, que no siempre eran novedades editoriales. Escribió sobre muchísimos temas, aunque todos bordados con el hilo sutil e imprevisto de la poesía. Ésa es una empresa futura: organizar una antología de sus ensayos y de sus prosas.
7. Desde su aparición, en 2009, la colección El Oro de los Tigres, dirigida por Minerva Margarita Villarreal, fue un acontecimiento editorial que, año con año, esperamos los lectores de la poesía que se escribe en otros orbes lingüísticos. Con el paso del tiempo, estos libros, de manera individual o en su estuche, se han convertidos en piezas codiciadas por bibliófilos. El antecedente lejano de los libros de Cultura que lanzaron Julio Torri y Agustín Loera y Chávez o, en tiempos recientes, los publicados por El Tucán de Virginia, validaba la exquisitez de una empresa de traducción que pusiera al día a nuestros clásicos y nos trajera al solar de nuestra poesía las voces más estimables de la lírica que se está escribiendo en otras latitudes.
En cada entrega hay verdaderas maravillas. Destaco estas joyas que me han devuelto la fe en las palabras de la tribu: Muere mi madre,de Saito Mokichi (trad. de José Kozer); Un libro de cosas luminosas (trad. de José Javier Villarreal y Martha Fabela); Ella,de Eugène Guillevic (trad. de Francisco Segovia); Orión,de Geo Bogza (trad. de Omar Lara); Poemas sueltos,de Marina Tsvietáieva (trad. de Selma Ancira); Una noche,de Constantino Cavafis (trad. de José Emilio Pacheco); Dios,de Victor Hugo (trad. de Tomás Segovia); Canciones y sonetos,de John Donne(trad. de José Luis Rivas); La invención de Orfeo,de Jorge de Lima (trad. de Antonio Cisneros); Oscuro,de Ana Luísa Amaral (trad. de Blanca Luz Pulido); Autobiografía en rojo,de Anne Carson (trad. de Tedi López Mills), y Algo como un tragaluz, de Jacques Dupin (trad. de Jorge Esquinca).
8. Maestra, promotora cultural, editora, investigadora literaria, ensayista y, especialmente, poeta. Amiga de sus amigos, con los que nunca fue condescendiente. Enemiga de la corrección política y poética, Minerva Margarita, sin perseguir nunca afán personal, se expresaba sin ataduras, lo mismo en sus declaraciones sobre la candidez o la ignorancia de funcionarios públicos o la mezquindad boba de escaladores de la gloria literaria. Era también una enamorada de su tierra, de Monterrey y de su paisaje imponente y bárbaro. Los poetas de mi generación le agradecemos la compilación de la poesía de Samuel Noyola —nuestro Artaud o Rimbaud, lo que gustéis—, que apareció bajo el título El cuchillo y la luna. La última vez que nos vimos, en un restaurante italiano de la Sultana del Norte, con José Javier y Claudia Berrueto, platicamos lo mismo de siempre, la poesía de nuestros capitanes, la situación de espanto de nuestro país, la necedad nuestra de seguir sumando caballos con espuma y marionetas… Será difícil regresar a Monterrey y ya no escuchar su risa —de mar de violetas golpeando acantilados de mármol— y ya no deslumbrarme con el relámpago de sus ojos.