(Córdoba, Veracruz, 1978). En 2021 apareció su nuevo libro, Clonazepoems 2.5 mg/ml (Ediciones Al gravitar rotando).
El lenguaje marítimo siempre me ha parecido fascinante. Es otra dimensión: al mezclarla con la mía produce destellos de espuma. Debo confesar que, cuando recibí el ejemplar, mi emoción escurrió en la portada. Al parecer, empapé primero yo al libro antes de que el libro me empapara a mí.
El pasado 9 de septiembre brinqué de la manera más absurda y tuve una fractura considerable en el pie izquierdo. Para mi suerte, entré a cirugía el martes 13. A lo que voy es a que estas últimas dos semanas estuve en absoluto reposo, y este libro que hoy presentamos fue un compañero inmejorable: relectura de inicio a fin, al azar también, vaivén de subrayados, notas a mares y, en cada cambio de página, un oleaje distinto. Al estar boca arriba, me imaginaba recostada en un camastro con vista al mar. Inevitable viaje al trópico. Me deleitaba el océano del cielo, donde navíos de oscuro velamen navegaban en círculos. A ratos veía bailar a la garza mientras ensayaba elegante su rutina, mirándome fijo, muy sonriente, porque ella sí podía permanecer de pie con sus dos patas. Pausa obligatoria y, al mismo tiempo, vacacioné donde el abrazo cálido y tropical me invitó a caminar.
Imágenes del trópico y otras miradas es hechizo. No es un poemario común. Al leerlo, te sumerges en dos inmensidades, en una dualidad cómplice o complicidad dual, un paralelismo celeste, espejo versus reflejo, al revés y viceversa. Javier Ramírez no presenta la inmensidad como una extensión amplia, sino un dos por uno de infinitos en medio de los cuales quedamos. Es una ofrenda miscelánea de miradas del cielo y del mar, así como la intemperie externa e interna que habita en ambas instantáneas.
No me gustan las suposiciones, pero en este caso me atrevo a decir que una de las palabras favoritas de Javier es, precisamente, instantánea. Tiene que ver con los múltiples parpadeos que él ha generado en su vida. Cada parpadeo es un clic. Un cúmulo de distintas miradas. Flash by flash, siempre ojos cámara encendida. Eternamente atento. Collage de vistas donde el poeta alcanza a mirar el alma de las cosas.
En uno de sus anteriores libros, Itinerarios de la luz, viene un poema que se llama «Instantánea»:
Pasa esa azul libélula y pósase en piedra alguna para que vea el que vio que sí es verdad que nada es cierto que un cuarto de siglo se hizo agua antes que piedra.
Existe otro poema que está dentro de este libro y que lleva el mismo título. Me atrevo a decir que es uno de mis predilectos:
Instantánea
Huyendo del cielo cayó al mar. La fugitiva sólo cambió de inmensidad.
La mayoría de los poemas son así, breves, un centelleo, un abrir y cerrar de párpados. Pestañas confeti. Pupilas caleidoscopio. Pocas palabras que te dicen absolutamente todo. Son estrellas fugaces que grafitean la mente y queda el rayón por siempre, porque la brevedad es también inmensidad.
El libro tiene dos apartados: «Imágenes del trópico» y «Otras miradas». Aunque están separados, vienen del mismo origen. En la primera parte, el mar germina, porque la palabra mar cabe en rama, en todas las bifurcaciones existentes. Es el linaje. Mar también existe en la palabra amor, en desorden y en caótico orden. Quiero expandirme con el ramillete de posibilidades con el que Javier Ramírez nos enseña la mezcla de miradas en que no sólo se utilizan los ojos, sino lo esencial de ser traductor. Como lo plantea en el poema «La voz del mar»: «Porque el mar gime, se lamenta, ruge, se enfurece, murmura, canta. Pero para otros hace ruido, por eso instalan bocinas en las playas. La voz del mar es poderosa, continua, permanente. Y le arrojan desperdicios. Sin embargo habrá quien halle el ritmo y tono a la voz profunda y la hará de traductor de sus acordes en una partitura sublime». Esto que nos dice Javier es esperanza, es aprendizaje de vida. A mí parecer, aplica en todito.
Dentro del infinito poemario encontramos a la noche, la lluvia, el sol, la tarde, el amanecer, la luna, las estaciones del año. Ese absoluto que existe para recordarnos la puntuación del tiempo. Lo perfecta que es la creación para no estar a tientas por la vida. Por ello nos estalla el sol sobre la frente. Por eso la noche derrama abundantes dones al que vela y alimenta sus ojos de fugaces destellos. Por eso la tarde logra que se resbalen por el rostro gotas de agobio de una infancia perdida. Por eso, el truco, como nos dice Javier Ramírez, está en recoger poemas como semillas de cacao para ver y saber más del yo, aquello, tú, todos, del cielo, del mar, y descubrir que nosotros desde nuestra breve humanidad somos la principal inmensidad.
Leído el jueves 29 de septiembre de 2022, en Impronta Casa Editora, durante la presentación del libro Imágenes del trópico y otras miradas.