Guadalajara, Jalisco, 1951. Uno de sus libros más recientes es La fiesta inmóvil (Ediciones de la Noche, 2023).
A Marcos Fraga y Roberto Menéndez
Hay una isla donde escribieron el Paradiso,
donde siembran espíritus con sabor a cañaveral
y el ron corre a la velocidad de la sangre,
donde persiguen las guaguas
como si fueran quimeras
y las olas bailan por el malecón
al ritmo de los mambos y los sones.
Hay una isla donde cultivan versos sencillos,
buscan unicornios azules
y los papalotes se van a molina
como aviones de la imaginación,
se enrollan los puros
como nubes de santería vegetal
para que los fumen los cemíes
en sus altares selváticos.
Hay una isla donde los bucaneros
se disfrazan de tortugas,
los guajiros se convierten
en palmeras rumberas
o se quedan varados en arena blanca,
y las gaviotas vuelan con los huracanes
a lejanas y floridas costas.
Hay una isla que parece
caimán barbudo o boina con puro,
donde la historia renace cada día
en el tablero del ajedrez geopolítico,
y en un arcón se guardan
las eliseicas maravillas del mundo
para alegrar a los tristes,
y cuyo himno tropical
es un concierto barroco
o la martiana guantanamera
de los hombres sencillos,
y donde arden más de cien fuegos.
Hay una isla donde se pesca
al gran pez Hemingway
en el mar bohemio de los bares
con el anzuelo de los mojitos
o en el gran azul del horizonte,
una isla que parece barco
anclado en el Caribe de los mapas,
en el museo de los siglos pasados
cuando España inventó la América
y luego se cruzó con taínos,
arawacos, ciboneyes y caribes,
antes de maridarse con África
y todo se batió como un coctel
con sabor a Nuevo Mundo.
Hay una isla imaginaria
que navega en las páginas de Orígenes,
en el jardín florido de la caballería poética,
en las novelas donde lo real
convive con lo maravilloso,
en los cuadros que se convierten
en ventanas a otros mundos,
en las canciones de la
Vieja y la Nueva Trova,
en el ballet que se convierte en danzón,
en las películas que filman
los sueños colectivos,
en la afrocultura que
injerta otros ancestros,
en la tremenda corte del humor popular,
en la nostalgia del cabaret Tropicana
y en las calles de la remozada
Habana Vieja.
Hay una isla como utopía
descarapelada,
blanca como el azúcar
y morena como el tabaco,
con escenografía de arquitectura colonial,
paisajes de acuarela solar
y sierras de país vertebral,
de patria abundante y
geografía anfibia.
donde la belleza tiene alas
para volar y aletas para nadar,
y que a veces se convierte
en casa de todo un continente.
Hay una isla central
en la antigua ruta de los
galeones cargados de riquezas,
un delicioso botín para los
piratas de Tortuga o Port-Royal,
una isla archipiélago de alma
multicolores
como mariposas guacamayas
o colibríes caribeños
en el ombligo golfino de las Antillas.
Hay una isla mitológica
como un jardín de los orígenes,
una poética selva de imágenes,
una colección de paisajes
colgados en el museo de sí misma,
un manantial de vida fluente
que corre por los ríos de su piel,
una orquesta de ritmos profundos
interpretados por los tambores de la sangre,
una coreografía de fiesta trashumante
que baila por las calles de la vida.
Hay una isla heroica
que ha soportado todo tipo
de desastres y calamidades,
humanas y naturales,
históricas y políticas,
económicas y sociales,
pero finalmente
todos los
navegantes que cruzan
por sus costas o caminos
siguen buscando el tesoro perdido,
la perla marina
o la luna guajira.
14 de noviembre de 2022