(Guadalajara, 1990). Estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara y estudiante de la licenciatura en Artes de la Secretaría de Cultura.
Olvidémonos por un momento de aquello que creemos saber del mundo árabe. Dejemos de lado el exotismo de las bailarinas del vientre, la opulencia de sus inalcanzables edificios y sus islas artificiales, desdibujemos de nuestro imaginario por un minuto el desierto, los camellos y las mujeres cubiertas de pies a cabeza en pleno siglo xxi. Quitémonos prejuicios, pensemos en darnos una oportunidad de conocer el Medio Oriente como el niño que recién aprende desde el asombro, sin expectativas.
Pensemos en la lengua árabe. Mi primer contacto fue mi nombre: siempre se me dijo que alhelí era una palabra de origen árabe; por supuesto, lo primero que hice al conocer a un nativo de esta lengua fue preguntarle cómo se escribiría (incluso antes de preguntar por la veracidad del origen de mi nombre). Algo tiene la escritura árabe que la hace hermosa, o acaso sea sólo mi impresión, pero esos garabatos parecen tan suaves, líneas curvas tejidas una detrás de otra que a veces terminan en una pincelada tan sutil que parece que va a volver en un círculo, pero continúa, puntos sobre y debajo de esas curvas como enmarcando las palabras, como aretes y collar del texto.
Más allá de esta impresión estética de la escritura con el alifato, la literatura árabe goza de una grande y antigua tradición. Durante la yahilíyya (جاهلية, palabra que significa «ignorancia» y nombre con el que se conoce comúnmente a la época del mundo árabe preislámico) predominaba la tradición oral, la poesía se transmitía por las canciones que interpretaban los rapsodas. La poesía entonces gozaba de un lugar importante dentro de la cultura; los poetas competían por componer canciones grandiosas que describieran batallas, que hablaran sobre el honor y la valentía de los guerreros o los fastuosos estilos de vida que practicaban. Cuando al profeta Muhammad le fue revelado el Qur’an, éste también fue transmitido a sus compañeros de manera oral; no comenzó a registrarse de manera escrita sino hasta tiempo después de la muerte del Profeta, y ha sido también después de esto que la literatura árabe se desarrolla con mayor formalidad.
El Qur’an es un libro de belleza inigualable; cualquiera que haya escuchado la recitación no podría negar la belleza que hay en él, aun sin comprender enteramente los contenidos en las palabras, la proyección del sonido que hay en su recitación es hermosa. Más aún cuando se lee una traducción, la belleza del Qur’an no sólo está en la forma, sino en la estructura profunda del texto y la sensibilidad sutil cuando se comprenden sus significados. Por poner un ejemplo, me gustaría mencionar a continuación
el verso 109 de la Surah
Al-Kahf ( سورة الكهف,
La Caverna) con su traducción y transliteración:
Di: «Si fuera el mar tinta para las palabras de mi Señor, se agotaría el mar antes de que se agotaran las palabras de mi Señor, aun si añadiéramos otro mar de tinta».
قُل لَّوْ كَانَ الْبَحْرُ مِدَادًا لِّكَلِمَاتِ رَبِّي لَنَفِدَ الْبَحْرُ
Qul Law Kāna Al-Baĥru Midādāan Likalimāti Rabbī Lanafida Al-Baĥru Qabla ‘An Tanfada Kalimātu Rabbī Wa Law Ji’nā Bimithlihi Madadāan
La importancia del Qur’an no está sólo en estos aspectos estético-poéticos, sino que además ha sido el árabe de este texto (el conocido como árabe fusha o árabe clásico) el que ha sentado las bases de la gramática árabe; además, por supuesto, de que con la expansión del islam ha brindado una visión del mundo característica, sumado a la cultura que convierte las expresiones no sólo literarias, sino artísticas en general, en expresiones únicas.
Pensemos, por ejemplo, que a diferencia de occidente, desde la visión del mundo árabe es imposible imaginar una representación de la divinidad de manera figurativa; el Qur’an dice que Al-lah es الغيب (alghayb), el «no visto»; de Al-lah no podemos saber salvo lo que Él dice de Sí mismo en Su palabra; esto nos lleva a observar las formas de arte abstracto y matemático que los árabes han desarrollado para expresar la belleza del mundo.
Geometría y matemáticas han sido base para la expresión del arte islámico. Un fractal es un objeto geométrico en el que se repite el mismo patrón a diferentes escalas y con diferente orientación. Si esa figura fractal se aumenta o reduce, seguirá con el mismo aspecto sin importar la escala a la que se modifique, es decir que el fractal tiene una estructura geométrica recursiva. Esta estructura geométrica está basada en una ecuación fractal. Dentro de las matemáticas se considera importante un número cuando aparece de forma sistemática en diferentes ramas de las propias matemáticas, por ejemplo el número Pi, la secuencia de Fibonacci o el número áureo, estos dos últimos relacionados directamente con esta geometría fractal que podemos encontrar en la naturaleza, tanto del reino animal como del vegetal.
La geometría es usada por artistas plásticos contemporáneos. Por ejemplo, la artista y curadora Ebtisam Abdulaziz, o el artista Shaker Hassan al-Saïd, en quien podemos reconocer una clara influencia del cubismo; o las bellas esculturas de la artista Monir Shahroudy Farmanfarmaian. Sin embargo, el mundo árabe goza también de expresiones de arte figurativo, como las impresionantes obras del artista palestino Ismail Shammut, cuya narrativa no sólo dibuja la belleza del pueblo palestino, sino también su historia.
Los fractales son recurrentemente encontrados en la arquitectura de las mezquitas (casas sagradas de oración para el islam), adornando las paredes o las bóvedas mediante diseños fractales hechos con azulejos de colores o fractales tridimensionales. Pongamos por ejemplo las mezquitas en Irán llamadas Nasir Al-Mulk, Sayeed, Shiraz, Wazir Khan, o la que está ubicada en El Cairo, Egipto, del sultán Al-Mansur Qalawun. Todas ellas también adornadas en algún lugar de su arquitectura con textos del Qur’an.
Lo que nos lleva de nuevo a la palabra. Dentro del mundo árabe, una de las expresiones artísticas más comunes es la caligrafía; ésta es como un verdadero texto —texto, quiero decir, en el sentido de textil, de tejido—; en ella, los versos del Qur’an, o la poesía o las frases, se tejen en intrincados diseños que destacan la plasticidad de la palabra en árabe, y no sólo se trata de lo que dice sino cómo se dice; en ese sentido, fondo y forma exaltan la belleza íntegra de la lengua árabe y dan identidad a su cultura. Observemos el trabajo del artista franco-tunecino el-Seed, quien realiza pintura, murales y escultura con lo que él mismo ha denominado como «caligrafiti». De acuerdo a su página web (elseed-art.com), el-Seed usa su arte como eco de las historias de las comunidades que conoce alrededor del mundo y pretende amplificar sus voces utilizando la sabiduría de escritores, poetas y filósofos de todo el mundo para transmitir mensajes de paz y subrayar los puntos en común de la existencia humana.
El Qur’an menciona en más de uno de sus versos: «hay signos para quienes razonan» ( إِنَّ فِي ذَٰلِكَ لَآيَاتٍ لِّقَوْمٍ يَعْقِلُونَ ), lo que me parece una invitación preciosa a la búsqueda de claridad en un pensamiento y a la correcta observación de lo que nos rodea.
La palabra es entonces, para el mundo árabe, no sólo la lengua escrita, sino también la expresión de su cultura y un símbolo de identidad y pertenencia. Permitámonos acercarnos a ese mundo, a su sensibilidad, y leer nuestro propio mundo de derecha a izquierda.