Gambito de Papel, una revista en continua traslación

Carlos Vicente Castro

Zapopan, Jalisco, 1975. Su libro más reciente es Zapping (El viaje, 2022).

En 2013, un grupo de egresados del traductorado en inglés de la Universidad Nacional de la Plata, en Argentina, decidió aventurarse a fundar una revista que incorporara sus intereses, comenzando por el ajedrez y la literatura: Gambito de Papel. Fue Jerónimo Corregido el que sugirió la idea a Fernando Manzini, quien también frecuentaba un Club de Ajedrez en Berisso, cerca de La Plata. De ahí, se unieron Daniel Schechtel y Mariano Martínez, y más tarde, Santiago Astrobbi Echavarri. Todos aficionados al ajedrez y casi todos traductores —Mariano es abogado— han perfilado desde hace más de una década un proyecto que se ha ido abriendo a géneros diversos, con especial acento en la literatura contemporánea escrita en distintas geografías. Actualmente lo editan Daniel y Santiago, quienes nos dan algunas pistas sobre las últimas jugadas de la revista, entre ellas un especial impreso de poesía mexicana.

¿Cómo ha enriquecido a Gambito la diversidad de personas que han colaborado?

Daniel Schechtel: La voz fundamental siempre ha sido la de Jerónimo —uno de los grandes pilares de la revista y de la visión que hemos tenido—, muchas veces por dar voz a ideas que compartíamos. Después ha habido muchísima gente alrededor, de distintas disciplinas: la fotografía, el teatro, el diseño, el ajedrez, la música, el cine o la pintura. Asistían a las reuniones y aportaban lo suyo, a veces en formato no verbal. Tal vez influyeron de manera extraña al tener contacto con la imaginación y el raciocinio. A últimas instancias se han unido a la revista Sebastián Guitar y Andrea Marone.

¿Qué criterios utilizan para escoger los textos a publicar?

DS: No nos cerramos con nuestro gusto personal, aunque intentamos que se acerque lo más posible. Lo que intentamos hacer es asegurarnos de que la revista no sólo tenga voces de generaciones como la actual, también consideramos otros criterios que están en juego, que haya textos que apelen a los sentimientos, a  la imaginación, al intelecto, al espíritu (que yo defino como la búsqueda del sentido) y  a la moral. Yo creo en la  preponderancia de la imaginación y de cierto extrañamiento de las formas, el trabajo del lenguaje.

Santiago Astrobbi: Intentamos alejarnos, no ser sumisos a lo hegemónico. O sea, no nos dejamos arrastrar por la tendencia de la moda. Siempre estamos tratando de que los textos que publicamos no sean un cliché, que no refuercen el papel hegemónico de lo que está dando vueltas. Entonces, hay una búsqueda que intenta salirse de los canales más tradicionales. Y a su vez, recuperar algo de eso. Creo que el equilibrio también podría ser un criterio, en el sentido de que, como decía Dani, haya algo clásico, algo más contemporáneo, etcétera.

¿Qué comprenden por el concepto de moral?

DS: Tiene que ver con la puesta en tela de juicio, la discusión de ciertos valores que dé cuenta de la diversidad del mundo.

¿Cómo describirían esta «poesía de moda»?

SA: En las reuniones de Gambito hemos hablado mucho acerca de la literatura yoica como una forma de referirse a un tipo de literatura que habla desde el yo en un contexto bastante acotado y sin mucho trabajo en la palabra, en el pensamiento. La poesía tiene cada vez más lectores, aunque el mercado nos diga lo contrario. Pero esa poesía está cada vez menos trabajada y más centrada en el yo, y más cercana  a la realidad cotidiana. Ahí es donde estas características que Dani mencionó se quedan cortas. Carecen de imaginación, de espiritualidad, de una búsqueda más refinada del lenguaje. Por supuesto, hay gente, como José Eugenio Sánchez o Eduardo Padilla, que sin usar palabras refinadas aspira a generar un acto comunicativo que vaya mucho más allá del simple hecho de pasar información.

Hay en la realidad latinoamericana toda la poesía que a los lectores se nos pueda ocurrir, pero tenemos que tomarnos el tiempo, salir un poco del mainstream, de lo que está más de moda: tomar los temas de la agenda y hacerlos poesía. Intentamos saber qué está haciendo toda esa gente, pero ver qué más hay, sin dejarnos llevar por sólo esa tendencia.

DS: Hay tres conceptos que escucho mucho a la hora de criticar y elogiar poemas del estilo que parece poesía de Instagram: uno es que son cinemáticos o cinematográficos, o sea que traen a la mente imágenes claras (cosa que la poesía ha hecho mucho antes que el cine); el otro es la sutileza: sintaxis y léxico sencillísimos, cosas que son virtudes para hacer la poesía que considero más pura, y el tercero es la honestidad. Este último me parece el peor de los males porque, ahora, en tanto pueda más uno creer que hay una identidad entre quien firma el poemita y quien habla en el poema, o sea entre autor y yo lírico, en cuanto uno más crea en esa identidad —y eso se logra con un lenguaje transparente, coloquial, que uno cree que usaría esa persona en el habla con amigos— más gana el poema en honestidad y, por ende, por alguna razón extraña, se considera un poema bueno. Hay un problema con el concepto de artificio. Se quedaron con que el arte debe ser parte de la vida y toda una discusión.

¿Qué impresión han tenido de México y de sus poéticas?

SA: En México, algo que me parece fundamental es la variedad de lenguas, que trae consigo una variedad de cosmovisiones. Si uno le busca y sale del centro de las ciudades, si se va a un pueblito de Oaxaca, si se acerca a autores que no están publicando en el centro, que no publican en Almadía, sino con otras editoriales, aparecen estas cosmovisiones, además de encontrar buena poesía. Hay una búsqueda entre lo que culturalmente es distinto, lo que presenta un mensaje espiritual —que no podríamos expresar en Argentina porque simplemente no tendríamos las palabras— y la buena poesía. Hemos intentado aunar esas dos cosas. No buscamos el exotismo, sino la buena poesía que a veces tiene mensajes distintos. En esa búsqueda hemos encontrado y no. Por ejemplo, a Natalia Toledo, a Yolanda Segura. O en el norte, a Diana Garza Islas. La búsqueda no va sólo por región, sino por la poesía.

¿Cómo es que ser traductores ha permeado sus encuentros con otras literaturas?

DS: Hay algo real en trasladar. Hace tiempo que en mi vida vengo pensando que me dedico a trasladar. Me traslado a mí, traslado textos literarios de una lengua a otra, textos de medicina para vivir, me traslado en cuerpo y en mente cuando leo. El movimiento es una de las principales cosas que constituyen la vida en general. Lo tenemos muy claro, porque tanto Santiago, como Jerónimo, como yo, el tridente principal de la revista en la última década, hemos tenido vidas múltiples, y la traducción ha tenido mucho que ver porque el traslado nos lo ha permitido en gran parte, por las lenguas que hablamos.

SA: Sentimos la traducción como una forma de entender profunda. Quien ha traducido poesía lo sabe, la forma más profunda de comprender algo es traducirlo. La traducción nos ha ayudado a entender y a expandir nuestro mundo. Incluso en la misma lengua traducimos: intentamos saber qué está diciendo el otro. Lo traducimos a nuestro propio lenguaje. La traducción está en todos lados, lo único que intentamos hacer nosotros es hacerla más evidente.

Su estrategia inmediata…

SA: Estamos armando el número de Argentina, así como hicimos el de México. Y estamos por editar cuatro libros: la reedición de Nervio náufrago y otros poemas de la tapatía Laura Solórzano, una antología de poesía contemporánea mexicana y argentina, una traducción de François Jacqmin y una antología de Jorge Enrique Ramponi, un poeta mendocino. Si tenemos suerte, esos cuatro libros salen este año junto con la revista.

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