Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966. Uno de sus libros más recientes es Ábaco de granizo (Ediciones Era, 2022).
Dentro de la literatura universal, posiblemente sólo el apellido Kafka, junto con el nombre de Dante Alighieri, alcancen una denominación propia de un adjetivo calificador. ¿Podemos sumar a otra figura a esta terna? Referir una situación «kafkiana» o «dantesca» en un artículo periodístico o en una charla de sobremesa, atiende por supuesto a una clave cultural que paulatinamente ha derivado en un sobreentendido. A lo absurdo y tortuoso en el primer caso, y a la crueldad desmedida en el otro. Por supuesto, entiendo cabalmente que en ambos casos hay un reduccionismo bibliográfico: El proceso y La metamorfosis del narrador checo, y la cantiga primera, «El Infierno», de La Divina Comedia, en el caso del florentino. Estas significaciones categóricas —anhelado limo del imaginario colectivo— califican un corpus literario a pesar de que sólo alumbran la punta del iceberg.
La literatura en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX la encabezan dos autores, Thomas Mann (1875-1955) y Franz Kafka (1883-1924). Diferentes en varios planos de su tradición lingüística, así como en el emplazamiento de nuevas rutas en la narrativa que propiciaría su obra, amén de sus trayectorias y recepciones literarias completamente disímiles. ¿Debería colocar en esa misma jerarquía a Rainer Maria Rilke y Stefan Zweig? Tema para un congreso académico o una discusión bizantina. El azar de las efemérides dispuso que los espíritus de Mann y Kafka coincidieran en este 2024, año del primer siglo de La montaña mágica y del centenario de la muerte del autor de Carta al padre. Posiblemente el primero apenas se enteró, mientras los dos vivían, de la existencia del segundo. Las obras de ambos, visiones donde se dan cita las pesadillas y los abismos de la condición humana, son testigos presenciales en varios sentidos de las derrotas de la civilización en el siglo XX, de las humillaciones al espíritu y a la razón.
Es bien sabido que en hora muy temprana, vía la iniciativa de José Ortega y Gasset, comenzaron a traducirse los primeros relatos de Kafka en la páginas de la Revista de Occidente, La metamorfosis en 1925 y «El artista del hambre» en 1927. Sobre el anónimo traductor de la primera pieza se desataría una serie de confusiones y misterios que al día de hoy no están resueltos del todo. En esa publicación española, el joven Jorge Luis Borges, colaborador de la misma, lo conoció y quedó deslumbrado. En 1938, la editorial bonarense Losada publicaría La metamorfosis con «prólogo y traducción directa del alemán» del mismo Borges. Pasaron varias décadas para que Cristina Pestaña y Fernando Sorrentino descubrieran que dicha versión era la misma de 1925 —con algunas variantes insertadas aquí y allá—, la cual, posteriormente, fue dada a conocer en el catálogo de libros de la Revista de Occidente en 1945, dentro de la colección de «Novelas extrañas». Esa primera edición argentina contenía otros relatos kafkianos, la mayoría de ellos, al parecer, efectivamente traducidos por el autor de El Aleph; más allá de esa comedia de equívocos y silencios acusatorios, Borges se convirtió en el principal introductor y divulgador del escritor checo en las letras hispánicas.[1]
Esa primera escala en lengua castellana fue también, para el poeta francés Henri Michaux, fuente iniciática, quien habrá de honrar, con nuevas vías de la imaginación indómita, el legado de Kafka; en lengua francesa, las versiones de Pierre Klossowski serán los primeros avistamientos de un mundo en permanente inestabilidad, con las amarras de la lógica y del sentido común rotas. En tanto, el puertorriqueño Ángel Flores, ostentará el título de «gran animador» de las obras del narrador checo en el ámbito editorial y académico de Estados Unidos. ¿Por qué senderos nos llega a México? Contestando de botepronto, pensaría que posiblemente Julio Torri —traductor de Las noches florentinas de Herich Heine— fue el profeta de Franz Kafka, un escritor de su misma parentela literaria. Intuición completamente errada la mía. Revisando la obra del saltillense, no encontré referencia alguna. Es verdad que, en ambos autores, el gusto y la maestría del relato breve, lleno de ironía y paradojas, me daban probables claves y convergencias. Pero no fue así. En mis pesquisas hemerográficas, descubro que en el número 12 de la segunda quincena de octubre de 1929 de Bandera de Provincias, se publicó el relato «Ante la ley» en traducción de Efraín González Luna.[2] Una vez más corroboro que los jóvenes escritores y artistas tapatíos de aquella época estaban al corriente de lo que acontecía en Europa y Estados Unidos, dando a conocer las novedades literarias y plásticas antes de que lo hicieran sus pares de la capital. Como lo han dicho en entrevistas y páginas autobiográficas, los escritores del boom latinoamericano leyeron con estupor y maravilla la obra de Franz Kafka en la edición de Losada, lo mismo que otros cuentistas y novelistas como Alejo Carpentier y Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y Juan José Arreola, y tantos más con igual fervor y repercusión. Gabriel García Márquez recuerda aquella lectura de la transformación de Gregorio Samsa en sus mocedades: «…fue una revelación, es decir, si esto se puede hacer, esto sí me interesa. Yo antes de eso, probablemente había pensado que eso no se podía hacer a pesar de que me había tragado completitas Las mil y una noches. Pero aquí había una cosa importante que era de método, ese era un método para contar una cosa que yo no lo tenía. Fue una verdadera resurrección, de ahí me levanté a escribir mi primer cuento, el primero que se publicó, “La tercera resignación”, que se publicó en El Espectador».[3]
Después de la circulación en español de esos relatos de Kafka, vendrían sus novelas inconclusas y rescatadas por Max Brod: El proceso (1925), escrita entre 1914 y 1915; El Castillo (1926), realizada en 1922, y América (1927), libro que en los borradores escritos entre 1911 y 1922 se llamó El fogonero o El desaparecido. Como pasó con Fernando Pessoa, del escritorio del cuentista checo comenzaron a surgir un sinfín de mecanuscritos, cuadernos anotados de su puño y letra, borradores y proyectos literarios, dibujos, anotaciones diversas y dispersas en tarjetas y papeles sueltos. Los editores querían todo lo que la pluma de Kafka había perturbado de sentido exasperante y de oscuridades peligrosas. Aparecieron entonces sus Diarios (1914-1923), el volumen de aforismos que ha circulado bajo el título Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero y varios epistolarios entre los que destacan Cartas a Max Brod (1904-1924), Cartas a Milena (1920-1922) y Cartas a Felice (1912-1917).
Para 1962 cuando Orson Welles estrena El proceso —con Anthony Perkins en el papel de Joseph K. y Jeanne Moreau en el de la señorita Bürstner, el prestigio de la obra de Franz Kafka prescinde cualquier valoración de crítica literaria. Su poderío de extrañeza y contradicción rebasa el ámbito de la literatura. En su diálogo con libros sagrados del cristianismo y del judaísmo, sus fábulas han tocado los misterios ancestrales a partir de ciertas emboscadas y espejismos del hombre moderno. Los libros de Kafka han permeado la cultura de Occidente, incluso, sin exageración, su pensamiento. La filosofía, el arte, la política, la psicología, la religión o la sociología atraen a sus discursos personajes, episodios, metáforas, categorías filosóficas y morales de sus relatos, novelas, aforismos y libros de corte autobiográfico.
Desde 1982, la editorial alemana S. Fischer ha encomendado a un colectivo de especialistas la compilación de las Obras completas de Franz Kafka; ese proyecto editorial se ha replicado en el catálogo de Galaxia Gutenberg, que hasta la fecha ha dispuesto cuatro tomos, las novelas (vol. I), los diarios (voI. II), las narraciones (vol. III) y las cartas 1900-1914 (vol. IV). Está pendiente la edición del tomo V que corresponderá a las cartas de 1915 a 1924. ¿Llegará este año en el marco del centenario? En la célebre nota dejada a Max Brod, debilitado por la neumonía y a pocos días de su deceso, Kafka anotaba las obras que merecerían ser rescatadas: «De todo lo que he escrito, sólo cuentan los libros: El juicio, América, La metamorfosis, La colonia penitenciaria, Un médico rural y la historia: «Un artista del hambre»». En ese recado perentorio, dejado en su escritorio, debajo de otros papeles, el amigo moribundo rogaba se cumpliera su última voluntad, petición a otro escritor, al amigo más querido y de todas sus confianzas:
Por otro lado, todo lo demás que he escrito (impreso en publicaciones periódicas y en forma de manuscritos y cartas) debe, sin excepción —en la medida en que sea accesible o se pueda pedir a los destinatarios (conoces a la mayoría de ellos, sobre todo …….., y no olvides los cuadernos que tiene ……)— y preferiblemente sin leer (aunque no voy a evitar que le eches un vistazo; prefiero, sin embargo, que no lo hagas y, en cualquier caso, nadie más debe poder verlos), ser quemado lo antes posible.
Franz
La solicitud de Franz Kafka, lo sabemos de sobra, fue desoída completamente por Max Brod. Es más, el desobediente amigo se convertirá en el editor de las obras del difunto. Buscará a los familiares y amigos para escribir la primera biografía de Kafka, que se publicará en 1937. Imposible e hipócrita no agradecer ese acto de desobediencia. En esa ovación multitudinaria de gratitud, Juan José Arreola suma estas palabras: «Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías hasta Franz Kafka».[4]
[1] Cuando aclaró la situación, Borges aceptó que en 1938 su alemán no era lo suficientemente óptimo para traducir una pieza de numerosas complejidades. En dicho volumen aparecieron «El artista del hambre», «El artista del trapecio», «El buitre», «Una confusión cotidiana», «La cruza», «La edificación de la muralla china», «El escudo de la ciudad» y «Prometeo». Asimismo, en esa aclaración un tanto culposa, el argentino expresó que él jamás habría traducido el título original, Die Verwandlung, como La metamorfosis; sin quebrarse la cabeza, su opción hubiera sido La transformación. La duda sobre el traductor original permanece; los estudiosos del caso lanzan el nombre de Margarita Nelken, reconocida crítica de arte que llegó a México con el exilio de los republicanos españoles. La edición de La metamorfosis de Alianza Editorial sigue publicando esta versión anotando la condición anónima del traductor.
[2] El nombre del escritor checo acusa, en dicha publicación, varias erratas. Los demonios chocarreros de la tipografía de Bandera de Provincias anotaron: Frank Kafra. Este mismo relato lo publicó y tradujo Jorge Luis Borges para la revista El Hogar en su edición del 27 de mayo de 1938.
[3] «La escritura embrujada». Entrevista de Conchita Penilla a Gabriel García Márquez. Transcrita en https://calledelorco.com/2015/05/27/la-metamorfosis-de-kafka-fue-una-revelacion-gabriel-garcia-marquez/
[4] Fernando del Paso, Memoria y olvido de Juan José Arreola, FCE, 2003, p. 38.