Querétaro, 1991. Su libro de poesía más reciente es Bachelard aprendiendo a nadar (Augusto Ediciones, 2022).
Mi hermana también nadaba.
No sé en qué momento mis brazos tomaron distancia.
Si fue cuestión de mujeres y de menstruación.
Recuerdo las clases con mamá.
Yo en alguna esquina observando.
Mi hermana haciendo la petición: un manotazo al agua.
—Nada con nosotras.
Ahora, la invito a nadar.
Tú en un carril, yo en otro.
Imaginemos una competencia.
Deberíamos nadar doscientos metros por ella.
Ganar una medalla o un trofeo para ella.
Mi hermana se niega.
Dice que tiene escuela y que quiere dibujar.
Desde las gradas veo niños nadando en fila.
Su instructora, un cisne rojo, habla.
El agua (no) siempre obliga a la supervivencia.
Ustedes, mis peces koi, no busquen caminar, sino volar.
Mi ejército kamikaze; naden uno tras otro.
Uno no camina, no nada, uno vuela dentro del agua.
¿A qué batalla van, ansiosos por vivir, pero dispuestos a morir?
Ojalá las olas de los niños alargaran la semiolímpica.
Ojalá fuera agua para sentir la espuma que dejan otros tras su patada.
En el agua hay un tiburón que quiere engullirnos.
Nadamos en su lengua retando a que nos devore.
Hoy volví a sumergirme en él.
De niño, me desgarré el hombro en una brazada.
Le fui infiel, nadé sobre el concreto y miré el cielo.
Desde entonces no nado.
¿Cuántos años?
Hoy nadé.
Le tuve miedo al animal,
a que encajara sus colmillos en mi músculo
y me derrumbara bajo el agua.
Pero me acosté sobre él y acaricié su piel con mi patada.
El agua tiene colmillos de oro.
La flecha debe atravesar al tiburón.
Recuerden: sumérjanse y enseguida, cuando el aire se les escape en esferas,
[respiren.
Qué difícil es ser pez y luego hombre. Hombre y luego pez.
El agua lo sabe y por eso quiere engullirnos.
Aprendan a respirar como ballenas.
Guarden su vida y expúlsenla,
enseguida, recupérenla y braceen.
Porque en el agua no hay treguas, no existe un sonido que la detenga.
¿Por qué, si amamos el agua, no queremos morir por ella y en ella?
Ahora nadar es cuestión de agallas.
Temo que el gorro se vuelva chicle y los gogles se empañen.
Pero no temo al agua porque no le temo a mi muerte.
Hay un niño de cuatro años que nada.
Su mamá chismea con otra mamá.
El niño con gorra de foca patalea sin descanso.
Nunca se hunde.
Aprendió a flotar en la matriz
Por eso ella no nada a su rescate.
Y la foca tampoco llora.
Él no teme que su gorra se rompa ni que sus gogles se empañen.
Él cree en la inmortalidad de las focas.
Él no sabe que un día su mamá morirá.
Juego al cazador de ballenas:
en el carril vecino,
un jubilado nada muy lento.
Le regalo distancia.
Me empujo y lo alcanzo.
Mis dedos cortan el agua,
son arpones que perforan su carne.
Monto a la ballena, disparo.
El agua nunca se tiñe de perdón.
Así nades en un vaso de agua o en una piscina,
flotar lo es todo.
La marea de Turner, la ola de Hokusai, la quietud de Hockney
intentarán sepultarte
y la esperanza, hilo de la tristeza, te salvará.
Por eso juega al equilibrista:
guarda tu aliento,
abraza tus piernas.
Recuerda, sobre la marea, la ola y la quietud, eres globo,
no buque, porque los buques se vuelven fantasmas
y los globos siempre flotan.
Yo sujetaré la piscina y la agitaré como una botella.
Sin importar el agua, flota, Bachelard.
Me pregunto si nadar en el mar será como nadar en la piscina.
Si el cloro y la sal saben igual en la lengua de un muerto.
—¡Ya entra! —grita mi hermana.
Hoy conocí el agua otra vez.