Epitafio para nuestra amiga Hsiu Hsian Wu / Antonio Colinas


 Desde tu isla grande de Taipei

llegabas hasta este noroeste

de todos los olvidos

en busca de más luz,

sin saber que es aquí

donde muere la luz.

Y de tus manos blancas

iban brotando formas prodigiosas

que en silencio ofrendabas

al silencio.

 

Ahora, de repente, es muy negra la luz

y tu cabeza, como la de Orfeo,

viene rodando, entre las piedras de oro

de esta ciudad que amaste,

como un turbulento fuego negro.

 

Regresarás un día siendo luz

que ni duele ni muere.

Esa luz que nosotros no vemos,

esa luz que tú ves

y que ya eres.

Signos en la piedra

 

Sigue la senda de las piedras musgosas,

la que conduce a la gran roca,

a la raíz del ara, a la raíz del tiempo.

Mira la nieve humilde de la cima

tutelar.

Posa en ella tus ojos.

 

Luego, pósalos en el ara.

Posa también tus manos:

que se aquieten tus manos como palomas,

que echen raíces

en el silencio helado de la piedra.

 

Verás en ella señales muy leves,

signos dictados por el firmamento,

los símbolos de un tiempo infinito,

revelación del alma que no muere.

 

No podrás ir más allá.

No debes ir más allá.

 

 

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