Cuento / Francisco Levario

Preparatoria 7

Noelia esperaba el camión que la habría de llevar lejos de su hogar, lejos de Olanchito, hacia la capital. Sacó de su huarache una fotografía de Martín, su hijo de apenas siete años. Ella no soportaba abandonarlo. Lo había tenido que dejar con su hermana. Cuando Omar, el esposo de Noelia, despertara, creería que su esposa e hijo estarían en camino hacia Tegucigalpa.
    Noelia seguía parada esperando el camión:
    —Pos nomás este chimichán que no pasa —me dijo ella con una sonrisota triste.
    Noelia tiene una forma de pensar muy triste para ser mujer. Tiene un marido honrado que se preocupa por ella, pero aún así se siente vacía, cree que es una molestia para su hijo y las demás personas. Varias veces me pidió ayuda, pero al final nunca me hizo caso.
    Ella había tenido que juntar todos sus ahorros para comprar un boleto de cuarta hacia Tegucigalpa. Se quedaría en casa de su hermano Fernando, de su esposa e hijos. Fernando era su único hermano. Sus padres lo habían mandado a la escuela y había logrado terminar la preparatoria y conseguir un empleo de cajero en un centro comercial allá en Tegucigalpa. Después aprendió algo de mecánica y ahora tenía su propio taller. Noelia tal vez sólo aspiraba a ingresar al personal de limpieza, con suerte particular.
     Ella esperaba no ser una molestia para Fernando. Lo que buscaba era ahorrar algo de dinero para ir a los iunaitets y lograr cumplir el sueño americano en la “tierra de las oportunidades”. Según Noelia, Omar era un cobarde que jamás se atrevería a ir a casa de Fernando.
     Antes de dejar el pueblo, el único lugar donde había vivido, su hogar, fue a la iglesia para despedirse de la virgen, para prenderle una veladora como símbolo de disculpa. Yo le dije que pensara en su hijo al hacer lo que pensaba.
    Ella todavía recordaba la cara de Martín cuando tuvo que dejarlo en casa de Marijó, era de una tristeza profunda que él no resistiría. Martín sabía que tal vez nunca volvería a ver a su madre, la única persona a quien amaba en verdad. Se veía en los ojos de ella y se reflejaba en las lágrimas que escurrían por sus mejillas frente a esas veladoras. Aún así partió hacia la parada. Pensé que sería mejor que actuara por su cuenta, pero aún así decidí acompañarla y así despedirla.
     Noelia se empezó a sentir mareada, pensaba en su hijo y en su esposo. Y ¿qué haría una vez que llegara a la capital? No sabía leer, no sabía escribir, apenas y podía contar, su léxico era muy reducido y no conocía nada fuera de su mundo, fuera de Olanchito.
    Por supuesto que ella lucharía por salir adelante, o al menos lo intentaría. En la capital tendría que pedir dinero. Le dije que hablaría con conocidos para que ella pudiera conseguir un trabajo, tal vez en la cocina del obispado.
     No soportaba la amargura que crecería en el triste y roto corazón de su hijo a quien probablemente jamás vería otra vez. A Noelia comenzaba a nublársele la vista por las lágrimas que rebosaban sus ojos. Me abrazó y le dije que a fin de cuentas era su decisión.
     No podía imaginar la vida lejos de su hijo. ¿Quién lo criaría? Esto lo hacía para darle mejor vida, no había marcha atrás, esto lo hacía por amor, aunque si se iba… sería para no regresar.
      Vimos que a lo lejos se acercaba el camión que la habría de llevar fuera de su vida. Se acercaba sin prisas, como tratando de adivinar quién subiría o bajaría a continuación, casi como si se burlara de nosotros, de ella.
      Con más determinación que nunca tomó la decisión, tal vez, según ella, la más importante de su vida. Dio media vuelta hacia Olanchito y regresó, como siempre lo hacía.

 

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