Las noches de Cabiria
De noche salimos como lobas a comernos las calles, pero somos más bien un perfume, ese que trae el viento norte en los primeros días del verano: el que anuncia con su aliento pesado y cálido lo que habíamos olvidado en los meses de frío interminables. Que hay una gracia, que hay una elegancia en esas fiestas del pueblo que parecen ordinarias y paganas, que hay que mirar más de cerca para verla. En la alegría feroz, inmotivada, de los que nacimos para ser bestia de carga está esa gracia. Es fácil despreciarla. Nace y crece igual que los incendios, a partir de una chispa insignificante. No se necesita gran cosa y ya está ahí, imponente, la fogata que somos cuando nos desatamos las que hemos nacido con las patas apretadas por la soga, listas para convertirnos en la comida de otros. Ya es un milagro que andemos sueltas. Da espanto a las buenas conciencias que no se pueda confiar en que la gente permanezca en el lugar al que ha sido destinada. A qué esa terquedad, esa vehemencia, si es más fácil agachar la cabeza y hacer lo que se espera de nosotras: esconderse, salir cuando somos llamadas, desaparecer si ya no resultamos necesarias. Y sin embargo, qué hermoso es mostrarnos, las plumas multicolores agitándose en el aire, el baile que festeja todo lo que no debe festejarse: el verdadero milagro, que es tener un cuerpo capaz de sentir lo mismo que el cuerpo de las santas, pero no ante un dios sino ante el simple contacto de otras manos: el sexo es más poderoso que una plegaria, no lo saben los que creen que es un anzuelo a clavar en las agallas del pez hasta sacarlo del agua boqueando desesperado. Ah, la más maravillosa música es la que nace de la pobreza y la fealdad, no lo saben los que nunca la han bailado: es como un halo bajo el cual todo se convierte en su contrario, la muerte misma retrocede y se le entrega mansa. Cuidado con los que no tenemos nada: cuando no queda nada que perder se pierde el miedo y ay, yo te aseguro que no quisieras encontrarte con alguien que no teme, no quisieras mirarlo a los ojos, sostenerle la mirada. Bye Bye Blondie Yo no estoy curada. Me dieron en la boca la medicina que podía calmar la ira, la tendencia a gritar, a revolverse cuando la aguja se hunde y saca sangre del pozo de la vena, como si fuera barro y hubiera que limpiar el cuerpo, sus impurezas, porque una mujer, cualquier mujer ensucia lo que toca si no es sometida a intensos rituales de desinfección, de brutal pero necesaria limpieza. Yo no estoy curada pero me dejo hacer, brillo como una santa, la misma fe en cosas imposibles, la misma pasión con un nombre diferente. No me será quitada la rabia, ni muerta esta perra dejará de echar espuma por la boca ni de lanzar la dentellada si la quieren poner a dormir para que no sufra ni cause sufrimiento. Vos y yo teníamos un secreto. Estábamos vivas aunque nos hiciéramos las muertas, en medio del bombardeo un par de cuerpos que sobrevivían con una única estrategia: quedarse quietas, no dejar que el pecho se agite con cada respiración, desaparecer del mundo de los vivos hasta que los vivos nos dejaran en paz. La batalla es cruenta y dura todos los años que tuvimos y tendremos. Cuando parece terminar, empieza. Y de nuevo a cubrirnos las espaldas la una a la otra. No te vayas, no te canses de pelear, un ejército de dos aunque parezca modesto, inofensivo, puede hacer temblar la tierra. No es que vayamos a cambiar las cosas: la victoria es que las cosas no nos cambien a nosotras. Y no es poco, no es poco seguir buscándonos en la noche como insectos que se apiñan alrededor de la luz. Si vamos a quemarnos al menos elijamos el fuego, encendámoslo nosotras con las manos llagadas que tenemos y que la llaga duela si tiene que doler, pero que sea en nuestros términos, locas, raras, mujeres que olvidaron contra toda evidencia cómo deben morir las mujeres: dejándose matar y agradeciéndolo.
|