Una chica llamada Érica / Mario Salas

FINALISTA
Categoría Luvinaria / Cuento

Una chica llamada Érica
Mario Alfredo Salas Pérez
Curso-taller virtual de literatura mexicana y creación literaria

Érica fue mi mejor amiga desde la infancia, yo era el único niño al que le hablaba y creo que a las chicas no les caía bien, solíamos ir al parque “Río de Janeiro” a pescar los pececitos del riachuelo, caminábamos entre la vegetación del huerto, violando la reja que lo separaba del parque y a veces escapando de los perros. Era mi mejor amiga, nunca sentí que nuestros sexos nos hacían distintos. Competíamos por quién lanzaba el gargajo más lejos y jugábamos futbol. Podría decir que en la infancia la tuve para mí solo.
Teníamos trece años cuando ella comenzó a convertirse en mujer, yo ni siquiera sabía que  dejaría de ser niño. Regresaba de pasar el verano en casa de mi tía Bertha en Morelia y fui a buscarla a la mañana siguiente, solía entrar a su cuarto como si fuera el propio, la vi haciéndose una coleta con ambos brazos levantados, sus axilas eran un afrodisiaco, los gestos que hacía con la mirada fija en el espejo me resultaron muy raros, era como si se coqueteara a ella misma ¿Por qué no aprendes a tocar? dijo sin mirarme, llevaba blusa blanca muy fina sin sostén, sus senos parecían ir creciendo entre el palpitar de su pecho y los remolineos de sus brazos intentando dominar sus rizos, los pezones querían salirse de la delgada tela, clavó sus ojos en mí a través del espejo, quizá me descubrió mirándola con lujuria, fue la primera vez que sentí un deseo sexual por Érica ¿Qué tanto miras? preguntó, terminó su peinado, bajó los brazos y los cruzó frente al pecho, eres igual de mirón que todos, reprochó, nunca había sentido tanta vergüenza; Mejor vengo al rato, pensé que querrías salir a pasear, contesté, me di la vuelta, abrí la puerta, tenía un pie en el pasillo hacía la salida cuando me detuvo. Perdón, Marcos. Hay chicos muy mirones, es la costumbre. Esperé ocultando mis lujuriosos pensamientos, pues ¿Qué tendría que verte? Respondí, quizá hiriendo su orgullo femenino, no encuentro otra explicación a lo siguiente ¡Marcos! Me llamó, sujetaba su blusa con las manos cruzadas sobre la cadera y luego la levantó hasta el cuello, vi sus pechos perfectos, dos gotas de ámbar cobrizo, ¡Mamá!, gritó, acomodó su blusa y me acusó con su madre de entrar a su cuarto para robar su ropa interior. Embrujo o profecía, visité su alcoba posteriormente para masturbarme con todas las pantaletas de su canasto de ropa sucia.
En secundaria, al regresar de vacaciones, conocí a una chica nueva: Susana, cursaba segundo y yo tercero; tenía unos ojos verdes preciosos, se quedó en las gradas viéndome fallar tiros libres en la clase de básquetbol y sonriéndome cuando la miraba. Ese día la encontré de frente en la cafetería, le cedí el paso y ella a mí simultáneamente, danzando porque nos estorbábamos el camino. Tres noches después, pasaron unas chicas frente a mi casa y gritaron: ¡Marcos, Susi te ama! ¿Quién es Susi?, preguntó Érica, quien miraba televisión conmigo. Es una chica de segundo, le dije, continuó viendo la televisión pero ya no dijo nada.
Un mes más tarde, Nicanor, el vecino, hizo una fiesta en el jardín de enfrente de su casa y mientras los adultos, ya ebrios, bailaban afuera, los niños, en la cocina, nos preparábamos para jugar botellita. Aprovecharía para besar a Susana. Nos sentamos a propósito uno enfrente del otro, Érica no se sentó conmigo, sino enfrente, junto a Susana. En mi turno, calculé la fuerza exacta para que apuntara a Susana, juro que lo logré, pero Érica estrepitosamente se excusaba para no besarme, incluso yo quedé convencido de que la botella la apuntaba a ella, me besó bajo amenazas, de forma tal que todos pensaron que llevábamos un romance secreto. Ni Susana, ni otra chica volvieron a acercárseme.
En preparatoria fuimos a un concierto, íbamos por Molotov que cerraría el show, pero llegamos temprano para escuchar a todas las bandas; fuimos a los baños, después no la volví a ver hasta que terminó el concierto. Me dominaron los celos al pensar que podría estar con otro. Ella me encontró en la calle, tomamos un taxi ¿Qué tienes?, preguntó al notar mi seriedad, No me gustó el concierto, ni siquiera disfruté a Molotov, sólo vine porque tú querías venir, le confesé; recargué mi cabeza en su hombro, me abrazó acariciándome la nuca con sus uñas, volteé a verla y nos besamos todo el camino hasta su casa. 
No vi a Érica durante dos semanas, hasta que un día la encontré en la calle, me habló como si nada, intenté besarla y me puso la mejilla, fuimos a comer pizza, la pasamos mejor que nunca, pero en la puerta de su casa me dijo: Eres demasiado bueno para mí, Marcos, mereces alguien mejor, perdón por lo del otro día. Dejamos de vernos porque se fue a Europa para estudiar literatura. Supe que vivía con un español que supuse debía ser un hijo de puta porque con él no usó el pretexto del chico bueno.
Seis años después me llamó Rubén, un amigo de secundaria, informándome que planeaban pasar el verano en una casa que consiguieron en Puerto Vallarta, también irían Mario, Laura, Paulina, Rodrigo, Carlos y Érica. La casa de la playa parecía una cabaña construida por arquitectos en naufragio, una sorpresa agradable, la desagradable fue ver llegar a Érica con Toni, el novio español; resultó un Adonis: barbado, más alto y más corpulento que nosotros y de ojos azules, además parecía un survivor de realityshow, pues con troncos y palmeras que cortó en el camino, hizo una palapa y encendió la fogata.
A todos les encantó Toni, a mí me encantó que se cortara los pies con corales que no contaba en sus mini expediciones. Toni tenía la suerte colgada como amuleto, pues llegando a la casa, Érica se dedicó a atender sus lesiones en la intimidad de su recamara. Los hombres jugábamos póker en la sala. Por lo menos mi cara llena de celos impidió que descifraran mis jugadas y pude hacerme con el botín de mis colegas.  Las chicas regresaron de la tienda y propusieron asistir a un concierto nocturno de la Sonora Ventura que vieron anunciado en la calle, como cobraban cincuenta pesos e incluía una cerveza consentimos acudir.
Aquel lugar donde tocaba la Sonora Ventura era un antro, tenía sólo dos bardas, parte del piso era de tierra y sólo había baños para las mujeres. Lo que tenía de bueno es que la cerveza estaba casi regalada. Toni compró dos cartones de cerveza, su generosidad provocó en su mujer el ardor latino y se lo llevó a bailar olvidando que hace pocas horas se había cagado las plantas de los pies con los corales. Aunado a su desgraciada expedición, el español carecía del calor en la sangre que, a cualquier latino, hace moverse a ritmo de la salsa. Érica usó en vano sus encantos para motivarle. Al poco rato los vi discutiendo enérgicamente; Toni vino a donde bailábamos en círculo, tomó una caja de cervezas y se fue renqueando a sentarse con los que solo fueron al baile a beber.
Érica se integró a nuestra rueda de baile enfrente de mí. La segunda vez que entré al círculo para hacer un solo, entró conmigo y dejando de lado a nuestros amigos, comenzamos a bailar de pareja, yo flotaba sobre nubes con ella, desperté del trance cuando Toni quiso partirme la cabeza con un botellazo que resultó largo, pues su bíceps golpeó mi hombro y la botella me dio en la cadera, cayó al suelo y al estrellarse se derramó todo el contenido. Lo empujé con toda mi fuerza y resbaló con la cerveza en el suelo quedando horizontal. Los borrachos que habían pasado un rato con él le asistieron para ponerse en pie, Érica quiso ayudarle pero la alejó con sus brazos y se fue del antro gritando: ¡Collons! ¡Estic fart! ¡A la merda, me’n vaig! Mis pronósticos resultaron ciertos, era un hijo de puta y por eso Érica iba tras él.
El resto de nosotros continuó el baile. Más tarde, Rodrigo se llevó a las chicas a la casa, los últimos en regresar fuimos Mario y yo, que alcanzamos una borrachera digna del reencuentro. Yo estaba tan borracho que terminé durmiendo en el cuarto que nadie ocupó, lo mismo debió pasarle a Érica porque a los veinte minutos de mi llegada se metió en mi cama, se me puso encima  y mientras me besaba metió su mano en mis pantalones. Esa noche se estremeció aprisionada por mis brazos liberando cálidos gemidos en mi oído, durmió acurrucada en mi pecho.
Al día siguiente, desperté y Érica no estaba. Fui a buscarla a su cuarto, estaba haciendo la maleta. Ayúdame a buscarlo… ¿No entiendes? Él no es de aquí, le puede pasar algo… No todo el mundo gira alrededor de ti, recitó, ¿Y qué voy a decirle cuando lo vea? “Chaval, he traído a tu mujer” o, “ahora ella está conmigo ¿Necesitas ayuda?” ¡Eres un idiota, Marcos! Levantó la maleta, salió a donde Rodrigo, a quien pidió el favor llevarla a la central. “Karma police arrest this girl” —musité. Sería justo.
Después de ese trágico viaje no quise saber de ella. Al principio cambiaba el tema cuando me encontraba con alguna amistad que la nombraba, después, para escapar de ella, que regresaba a México, me fui a Morelia a estudiar arquitectura en CUDEM, “I wanna have control”. Pasaron tres años en los que trabajé muy duro, estaba por graduarme, tenía un empleo como pasante de arquitectura en el que tenía futuro, además que la vida en solitario me había ayudado a conocerme realmente. Justo en el momento en que todo marchaba bien, comenzó a aparecerse Érica. Me enteré que vendría Radiohead a México y compré un boleto, Zona A13.
Desperté un día para ir a la escuela, tenía una llamada perdida a las 4:00 am de un número que no tenía registrado, pero supuse que era de Érica. No le tomé importancia, a los dos días, durante una junta del trabajo, sentí la vibración del móvil, una sola vez y se detuvo, lo había guardado como “Ella”. Una noche, justo al acostarme, de nuevo, un timbrazo nada más, del mismo número. Tuve un sueño extraño: en un teatro al aire libre veía una película, Érica pasaba por un lado, la tomaba por la muñeca, la sentaba conmigo y la abrazaba. Desperté a las 3:54 am con ansiedad efervescente: «¿Qué hace ahora; para qué me llama; le habrá pasado algo?» me preguntaba y los pensamientos eran interminables y repetitivos.
Un día cualquiera, quizá por aburrimiento la llamé. ¡Marcos, que gusto! Lo poco que hablamos bastó para contarle mi viaje para ver a Radiohead, que me comentara la envidia que sentía y para enterarme que residía en el D.F. porque cursaba una maestría en la UNAM. Yo también te extraño, Marcos, tenemos que vernos ¿Qué te parece si paso por ti al final del concierto?, dijo. Planeamos una velada memorable.
El 4 de octubre abordé un camión en la central de Morelia rumbo a la central Norte en D.F. Tenía reservada una habitación en el hotel Homfor, muy cercano al Palacio de los deportes. Mi llegada sólo me dio tiempo para el registro y una ducha rápida, abordé un taxi cuyo chofer me identificó al momento como “jalisquillo”. Durante el concierto llamaba a Érica para que escuchara conmigo algunas de las canciones. Queríamos estar juntos aunque fuera a través de llamadas ininteligibles, “I want to you notice me”. La banda tocó “Creep” al final, cerré mis ojos, Érica emergió de mis recuerdos, también Toni y se la llevó. Me recordé metido en el mar con el agua hasta la cadera, llorando, sólo acompañado por la luna. Ahora no sabía nada sobre Érica, cavilaba.
Terminé de un trago una cerveza y volví a llamarla. Aún me duele lo que pasó en Vallarta, dije. ¡Ay Marcos! ¿Estás borracho?, contestó. Fui muy insistente preguntando si estaba con alguien. Ya voy en camino, termina el concierto y ahorita platicamos. Colgó. Terminó el concierto. Mientras orinaba sentí vergüenza por mi actitud invasiva. Volví a llamarla pero me mandó directamente al buzón de voz. Le llamé otras diez veces, siempre al buzón. «Se enojó» pensé y el alcohol en mi sistema diluyó la importancia. La esperé una media hora. En su lugar vino un taxi. Lléveme a un bar, le dije. Supongo que por ser turista, el chofer creyó que me vendría bien un tour y rodeó para dejarme en el cercano bar de  “El Perro negro”, cobrándome doscientos cincuenta pesos por la paseada.
En la barra esperé a Érica, le llamaba a su celular y escuchaba la dulce voz de la dama del buzón. Salí del bar aún más ebrio y con mayores ganas de revancha contra Érica, tomé otro taxi. Lléveme a un bule, ordené. Tomamos el libramiento, había un choque aparatoso al que asistían bomberos. Esos se mataron, dijo el chofer. Me dejó en la puerta de “La envidia” bajo la luz negra de la marquesina y no me cobró el viaje. Cuando acabé con el último peso en efectivo y mi tarjeta fue rechazada tres veces supe que era tiempo de irme, tomé otro taxi cuyo chofer me bajó como a diez cuadras antes del hotel con pretexto de ser barrio peligroso. Los recuerdos de esa noche hasta aquí eran claros: Bajo del carro, todo me da vueltas, le doy un trago a la botella con agua que llevo en el bolso desde que terminó el concierto de Radiohead. Como puedo me incorporo y empiezo a caminar hacia el hotel. Ya está amaneciendo, «seguramente cuando llegue a la habitación 304 ya estará el sol pegándome en la cara. Odio llegar de día a mi cama» pensé.
Al amanecer tocaron violentamente la puerta de mi cuarto, abrí. ¿Marcos García? Preguntaron los policías que me llevaron en la patrulla. Aún aturdido y sin comprender nada, pensaba: «tal vez hice algo malo en el bule y me denunciaron». No parecían policías. Me llevaron a la morgue, tal vez querían asustarme con los cadáveres. ¿Reconoce a esta persona?, preguntaron, era Érica postrada en una cama de acero, fue ella quien volcó su auto anoche, cuando buscaba su celular debajo del asiento para volver a llamarme.

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