*** / María Fernanda Saldívar Prado

Preparatoria 4 / 2013A

Estaba sentada cuando entró. Ambas nos miramos, pero inútil, como dos ciegos que se miran y no se reconocen. Ahora luce más grande, a veces me cuesta creer que mi niña pequeña ha crecido ya. Continuamos sin movernos, sin decir nada. Sólo mirándonos. En sus ojos pequeños color café algo me hace creer que aún me necesita, que pide mi ayuda; aunque quizá ella no lo sabe. Siempre iguales, siempre diferentes. Tiene mi nariz, gruesa y chata como la de un cerdo, pero al menos eso tiene de mí. Su cabello cae sobre sus hombros con mechas cortas y largas. Agacha la mirada y después me mira nuevamente; esta vez sonríe, dejando ver unos dientes agudos, disparejos por aquí y por allá. Varios lunares destacan en su blanca piel. Hemos discutido, hemos peleado, pero aún así, sobre todo, siempre la he amado.
     Su corazón es tan grande como sus ganas de vivir. Su sueño de comerse el mundo de una sola mordida me hace estremecer. Me preocupo por ella, nunca sé si está bien, aunque siempre sonríe; me pregunto por qué. Al fin la miro, la abrazo y le digo lo único que sé: –Hija, todo va a estar bien.

 

Comparte este texto: