Infinidades / Arturo de Jesús Grijalva Elizalde

Licenciatura en Letras Hispánicas, UdeG

I. Dejà Vu
A través de los globos retráctiles
pasan fuerzas emanadas por Ra
proyectan árbol tras árbol
agua sobre agua,
gestos conocidos.

Impactando suavemente en la epidermis
se ven accionados los circuitos nerviosos.
Lija que talla, erosionando el rostro,
caricias de rutina,
sensaciones que acaban por hartar.

Ondas que recorren la carretera auricular
sonorizan el umbral oscuro de la psique.
Graznidos, llantos, silbidos martilleando
ecos ecos ecos… do re mi do re mi do re mi
tonos tan viejos como el universo.

Vapores húmedos y hediondos
alojados en las alcantarillas de la ciudad.
Carne, tierra, mierda, vida y muerte.
Snif snif snif… achu achu achu
inhalaciones y exhalaciones del cosmos.

Trozos deshebrados y masticados
caen a la bolsa microgastrocósmica
jugos y gases mecanizados
chom chom chom… abre cierra abre cierra

Vaso tras vaso
golpe tras golpe
beso tras beso
grito tras grito
verso tras verso
rito tribal.

¿No es el vivir
sino la repetición infinita de
pequeñas muertes sofocadas,
instantes que se van sustituidos por instantes,
todos ellos colmados igualmente de vacuidad?

II. A la vela de una llama
Vista desde arriba la vela, ese tulipán de aluminio coronado de hoguera, está la llama que es trono, que asemeja ser el centro perfecto. No parece locura figurarse que es la llama como el brote de la primera vida. La llama es siempre un ente en lucha de disociación. Finge apagarse, ser frágil, efímera, pero la mecha permanece abrazada, sin soltar la llama, sin dejarla ir, siendo abrasada. Contemplo en la vela de una llama una vida que se apaga lentamente de forma infinita, encogiéndose y agrandándose. La llama empuja hacia afuera y es llamada a su vez hacia dentro, parece ser un alma arrancada fuera de su cuerpo.
Es reflejada en el líquido cerúleo, ardiente, es una luna amarilla fluctuando en la laguna de cera primigenia. Es arco de calor a media luna. Es luna que tiembla y se une a la tierra, dando forma a figuras humanas. La llama de una vela permanece viva gracias a un perfecto ciclo: sólido-líquido-sólido, ciclo que se repite acaso infinitamente efímero. Entonces es la llama como las hojas de un árbol estremeciéndose por el correr del viento y el oxígeno sin el cual la llama no puede existir, que crea y deviene, es quien acaba apagándola. Y al fin, entre la luz y la sombra, entre lo concreto y lo etéreo, entre visiones caóticas que se desprenden de mi mente al contemplar la llama, capturo al fin la imagen de la llama de la vela, dentro de la imagen de la llama de la vela, dentro a su vez de la llama de otra vela, imagen infinita.
 La imagen parpadea tenue, siempre a punto de apagarse, igual a la vida humana, emparentada, desde siempre, con el fuego.

 

 

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