Flor Carnívora. Carla Bley (1938-2023)

Alfredo Sánchez Gutiérrez

Ciudad de México, 1956. Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018). 

Ha muerto Carla Bley. Se fue su larga cabellera rubia y como electrificada, con aquel fleco que le tapaba los ojos. La Flor Carnívora que dirigía a su big band desde el piano con discreción pero indiscutible autoridad. Nos dejó mucha tarea: montones de grabaciones para escuchar, toneladas de música por analizar, diseccionar pero, sobre todo, disfrutar. Tenía ochenta y siete años, fue una larga y fructífera vida que comenzó el 11 de mayo de 1938. Su muerte ocurrió el 17 de octubre de 2023. A lo largo de los muchos años de su carrera se destacó como compositora, arreglista formidable, sobria pianista y organista, creadora de un lenguaje musical único. Su discografía, gigantesca, no sólo por la cantidad sino por la calidad y diversidad, tanto en sus propios proyectos como en colaboraciones con otros; lo mismo en agrupaciones numerosas que en ensambles pequeños, duetos o tríos. 

Su nombre original fue Lovella May Borg pero nadie la conoció así. Nació en Oakland, California, su padre le enseñó los rudimentos musicales pero a los quince años abandonó la escuela y la casa familiar y se fue a tocar en bares de la Costa Oeste. Se cambió el nombre por el de Karen Borg, después se llamó Carla Borg. Luego se mudó a Nueva York, conoció al pianista canadiense Paul Bley, con quien se casó y, de acuerdo con la extendida costumbre norteamericana, adoptó su apellido. Luego de una rica época de colaboraciones, Paul y Carla agarraron cada cual su camino y ella emprendió sus propios proyectos, siempre audaces.

Carla Bley ha sido un referente en la historia del jazz. Ha evolucionado, a veces con cierta brusquedad: del free jazz a la fusión de géneros; de cierta experimentación al jazz rock y otras cosas, siempre con buen gusto y sofisticación. Inquieta, arriesgada en sus arreglos y fina en sus composiciones. Hay que destacar de manera especial su papel como directora de proyectos, una especie de catalizadora de las ideas colectivas y descubridora de talentos instrumentales. Como en otros ámbitos lo fueron Frank Zappa o Miles Davis. Pero no hay una sola Carla Bley: no es la misma aquella a quien Paul Bley grabó muchas composiciones en los años sesenta con un aire muy free y acaso un poco cerebral, que aquella de las ambiciosas colaboraciones con Michael Mantler o la arreglista de la Liberation Music Orchestra o la que grabara un montón de discos íntimos con su cómplice Steve Swallow. Pero al mismo tiempo sí es siempre la misma, pues su espíritu se identifica con claridad en todas las etapas: es ella, la Carla inconfundible y siempre original que, sin embargo, no fue nunca avara al reconocer sus influencias y amores, entre ellos Thelonious Monk, Kurt Weill, Nino Rota.

Entre las aportaciones importantes de Carla Bley menciono la Jazz Composers Orchestra, que formó con su segunda pareja, el trompetista vienés Michael Mantler, y que fue un verdadero laboratorio por donde pasaron algunos de los instrumentistas más destacados del jazz de su tiempo: Cecil Taylor, Don Cherry, Roswell Rudd, Pharoah Sanders, Larry Coryell, Gato Barbieri, por citar a unos cuantos. De esa época, 1971, viene una especie de ópera llamada Escalator Over the Hill, un disco triple —cosa inusual para su tiempo— con textos del poeta Paul Haines. Muchos lo consideran un parteaguas en la historia del jazz. Aquella Orchestra fue, además, una asociación que buscaba difundir música interesante que las grandes compañías, siempre atentas a la ganancia fácil y segura, despreciaban. Ello llevó a la creación de su propio sello discográfico, Watt, que a partir de entonces se convirtió también en la distribuidora oficial de su música. Imposible no citar su colaboración con el ya fallecido contrabajista Charlie Haden en la Liberation Music Orchestra, fundada en 1969 y en la que ambos exploraron con completa libertad las posibilidades de hacer música con trasfondo político abiertamente de izquierda retomando, por ejemplo, canciones de la guerra civil española o combativas tonadas latinoamericanas. Esas grabaciones ponen aún hoy la piel de gallina.

Es necesario también mencionar su enorme labor como arreglista. Fue ahí donde redefinió la sección de metales con una gracia, una intensidad y un humorismo sin precedentes; además dio un insólito relieve a instrumentos más o menos desaprovechados, como la tuba y el trombón, que con frecuencia se volvieron los protagonistas de su música. Sus grabaciones en concierto son ejemplares para apreciar el espíritu juguetón que prevalecía en sus interpretaciones.

Aunque Carla Bley fue una notable pianista, en sus ejecuciones nunca había alardes excesivos, y en sus piezas prefería siempre dejar el protagonismo a otros instrumentistas mientras ella se mantenía atrás, discreta pero sorprendente con sus giros armónicos y su enorme musicalidad no exenta de sentido del humor, como lo ejemplifica su canción «I Hate to Sing», donde afirma, cantando, su odio por cantar. O su pieza «Reactionary Tango», llena de guiños y, al contrario de lo que dice su título, auténticamente revolucionaria en su manera de abordar ese género. O por ejemplo, «Baseball», donde toma como punto de partida el motivo de órgano que suele usarse en los estadios para el juego de pelota. O «The Piano Lesson», donde parte del sonido de alguien estudiando de manera errática una escala en el piano.

Aunque son célebres los proyectos de Carla Bley para orquestas grandes y ensambles numerosos, también le interesó, sobre todo en los últimos años de su vida, el trabajo con grupos pequeños. Ahí está el disco Fancy Chamber Music de 1998; aquel otro con el trompetista italiano Paolo Fresu, de 2007; y hasta una insólita grabación de villancicos navideños del año 2009, con sensacionales arreglos para grupo de metales.

Carla Bley nunca tocó en México. Alain Derbez, autor del extenso texto Mis noches con Carla Bley, me cuenta que una vez conversó con ella en Estados Unidos y Carla le aseguró su interés por tocar acá, cosa que nunca se concretó. También me platica que Charlie Haden, en una entrevista, le dijo que se planeaba un concierto de la Liberation Music Orchestra en México, pero tampoco sucedió. A mí me consuela al menos haber escuchado a Haden a dúo con el pianista Gonzalo Ruvalcaba en el Teatro Degollado de Guadalajara, una noche excelsa del año 2004. Pero me atribula haberme perdido a Carla Bley en el escenario. Me conformo, qué remedio, con los videos que se pueden conseguir en internet.

La última época de Carla Bley, acaso menos espectacular y propositiva que las anteriores, tuvo dos cómplices favoritos: su tercer marido, el bajista Steve Swallow —con quien venía haciendo discos intimistas desde mediados de los ochenta— y el saxofonista Andy Sheppard. Los últimos tres discos que grabó en vida la compositora los hizo con ellos dos. Auténtica música de cámara de instrumentación económica: piano, bajo y saxofón, que contrasta con la exuberancia instrumental de algunos de sus proyectos previos. Pero la lista de sus colaboradores a lo largo de los años es muy larga y siempre estuvieron cerca de ella instrumentistas de talento gigantesco a quienes ella misma buscó con intuición, buen ojo y oído.

Precisamente fue Swallow, el compañero de Carla Bley, quien informó sobre las causas de su muerte: complicaciones de un cáncer cerebral que le habían diagnosticado unos años antes. El obituario del New York Times, un día después de su muerte, decía con buen tino que durante su prolífica carrera escribió elegantes composiciones que se convirtieron en estándares de jazz como «Ida Lupino»; piezas de cierto carácter cinematográfico, como «Fleur Carnivore»; arreglos iconoclastas de himnos nacionales y piezas clásicas, y música inclasificable como su ópera «Scalator Over the Hill».

De Carla queda el recuerdo revivido una y otra vez en muchísima música que dejó grabada, tanto en sus propios proyectos como en colaboraciones con otros artistas. Mucha tarea, pues, por delante.

DISCOGRAFÍA SELECTA:

Escalator Over the Hill, 1968 (Jazz Composers Orchestra)

The Ballad of the Fallen, 1983 (Liberation Music Orchestra)

European Tour ’77, 1978

Carla Bley Live, 1982

Social Studies, 1981

4×4, 2000

Big Band Theory, 1993

Fleur Carnivore, 1989

The Lost Chords, 2007

Life Goes On, 2020

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