a José Ángel Leyva
Asomará un venado para el que siembra tiempo, lo fabrica,
largas hojas de tiempo, muy delgadas, con hebras, cerdas,
hilos, filamentos,
hilachas,
y escribe sobre el tiempo de rodillas, sobre un manto de
sombras, y camina después por la hoja en blanco donde la
noche está despierta.
Asomará el venado si el que escribe mete las manos en el
tiempo y roe,
lo muerde, lo desgasta, lo adelgaza, lo vuelve
tegumento, membrana.
Cuando el tiempo —pellejo de palabras— roce fugaz el aire,
asomará un venado
Fugas
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro
Rubén Darío
Hay una inspiración de vacas flacas
a cada rato eructan desdentadas metáforas.
En sus ojos de tinta se encharcan los abrazos
y en sus cuartos traseros se desmaya una flor.
Las manchas de sus cuerpos ayer tan esmaltadas han
perdido la risa,
Y nadie desmaleza los patios que crecían en su boca
de fresa.
El caballero de la espada al cinto se pasó al enemigo
y desertó el teclado.
Ya no hay viajes en globo por el cielo de Oriente.
Se herrumbra el instrumento de encastrar una mano
en la otra.
¡Ay la cruel paradoja de llamarle ganado a lo perdido!
¡Ay de las vacas flacas rumiando su ceniza!
Lenguas amoratadas donde el misterio desafina.
Con sólo verlas huyen los apetitos de la piel.
Hay una inspiración de vacas flacas en corrales de oro,
pálidas en su fiera vergüenza de haber sido.
Llevan un buitre sobre el lomo.
Vuelven de una guerra perdida.