Sólo juega el hombre cuando es hombre
en pleno sentido de la palabra, y sólo es
plenamente hombre cuando juega.
Federico Schiller
Fernando del Paso es un ejemplar destacado de esa especie superior: el Homo ludens. El hombre que juega es aquel que ha integrado los dones del pensamiento, el afecto y la imaginación para crear una realidad interna rica que se despliega en la obra de arte.
El psicoanalista inglés Donald D. Winnicott describe la creatividad como la capacidad de «colorear el mundo». Eso es lo que hace Fernando del Paso en todas las esferas de su vida. Su capacidad de disfrutar las cosas comienza con la elección de su ropa: atrevidas combinaciones de sacos, corbatas, lentes, zapatos y pañuelos que siempre nos sorprenden. Elena Poniatowska describe así a su amigo: «Los verdes que te quiero verde, los amarillos de copa de oro y el lila de las jacarandas que florean en marzo. Como una inmensa flor, Fernando del Paso levanta su corola hacia los primeros rayos de la mañana». Son tan característicos los colores que le gustan, tan vitales, que dan ganas de ponerles su nombre. En la paleta de los artistas plásticos, en los catálogos de telas y tapices de los diseñadores, debería aparecer un «rojo Fernando del Paso» inconfundible. A la manera de los body artists, el escritor y artista utiliza su persona para comunicar una actitud. La utilización de ropa formal lo ubica entre la «gente seria», pero siempre algún detalle lo redime de lo convencional. En la portada de su libro Amo y señor de mis palabras podemos ver una fotografía que le tomó su hija Paulina, también artista, cuya composición revela mucho de la personalidad de Fernando. Aparece vestido con camisa de cuello y mancuernillas, una corbata de estrellas estampadas como un pedacito de cielo que lo distingue de los demás mortales; sentado sobre una silla alta generando metros y metros de escritura. El detalle de los pies descalzos contrasta con su vestimenta y le otorga ese carácter gozoso y natural que lo caracteriza, y que heredó su hija. Parece un personaje de un cuadro surrealista, un semidiós mitad hombre, mitad ave, que inventa el mundo con papel y tinta, y que se inventa a sí mismo en cada acción. Sólo alguien con su sentido de la travesura permite que lo retraten en la cama, en pijama, mientras recibe la noticia de que ha sido elegido para otorgarle el Premio Cervantes de Literatura. Ganas me dieron de tomarme con él un jugo de naranja para brindar por todo lo que amanece y recomienza diariamente.
Su gusto por los colores ha sido recogido en su obra pictórica. En la exposición Dibujar es la venganza de mi mano izquierda al acto de escribir nos deja ver que ese otro talento, relegado por muchos años a un plano secundario, un buen día se reveló con toda su fuerza imaginativa. La mano izquierda con la que pinta Fernando habló y se hizo ver fecunda y luminosa en esas formaciones oníricas complejas y felices donde vive el niño que alguna vez se manchó la camisa del uniforme blanco inmaculado con el jugo verde de las tunas que comía a la salida de la escuela primaria. También el blanco y el negro son colores muy utilizados en su pintura y en sus dibujos, los mismos que acompañan su escritura, pero esta vez desde el registro de lo matérico: forma y textura que expresan, que lo expresan de un modo distinto pero igualmente liberador.
El artista fue educado en el tiempo en que ser zurdo era algo que había que corregir. Su mano derecha se esforzó por demostrar el dominio de un espíritu apasionado, pero su imaginación se liberó de toda atadura corporal y su mano izquierda se hizo justicia con el lápiz. Hay un video que filma al artista escribiendo y luego dibujando con ambas manos al mismo tiempo, como si una mano fuera espejo de la otra. El diálogo que establecen sus hemisferios cerebrales, la danza que acuerdan sus manos expresivas es la misma que entablan dibujo y escritura en esa construcción poética, Castillos en el aire. Como si las cuerdas de sus dos instrumentos musicales interiores, el del lenguaje y el de las representaciones visuales, estuvieran tan entonadas la una con la otra que basta pulsar una para que la otra suene, y es ese equilibrio, es ese orden el que hace que sus mundos, tan complejos, resulten habitables. La mano «siniestra» de Fernando destaca la vida y le pinta su rayita la muerte. Las calaveras lo saben, por eso se han dejado decorar con resignación, esas piezas de arte objeto que muestran el ciclo de las estaciones donde cada una de ellas vence a la anterior: la primavera al invierno, el verano a la primavera, el otoño al verano, y el invierno al otoño para esperar, pacientemente, el surgimiento de los nuevos brotes vegetales bajo las capas de nieve. Y es que toda la obra de Fernando del Paso, su escritura y su pintura, el dibujo y su gusto por las ciencias y la historia, son una celebración por la vida y una victoria sobre la muerte. Los años vividos en Londres lo llevaron a reencontrar su «patria chica», como López Velarde, en las pequeñas cosas: los olores, sabores, texturas que habían quedado registrados en su cuerpo y en su mente. Por eso, junto con su esposa Socorro, escribió un libro de cocina mexicana: platillos tradicionales y sencillos tomando en cuenta la materia prima que se podía conseguir en Europa en esos años para que no faltara en casa de los mexicanos ese saborcito de hogar que cura la nostalgia cuando se vive tanto tempo lejos.
Hablar de vida es darle espacio a la sensualidad. Si esta cualidad está presente en todos sus actos y sus obras, donde se muestra con mayor docilidad y desnudez es en su poesía. Heredero de la tradición y la vanguardia del grupo de Contemporáneos, admirador de García Lorca, luminoso y festivo como su maestro tabasqueño Carlos Pellicer, sus «Sonetos de amor y de lo diario» muestran la delicada fragancia de una técnica macerada en un erotismo nunca desbordado, contenido en su propia lucidez. Para muestra un botón:
La rosa es una rosa es una rosa.
Tu boca es una rosa es una boca.
La rosa, roja y rosa, me provoca:
Se me antoja una boca temblorosa.
La roja, roja sangre rencorosa
de la rosa, que quema lo que toca,
de tu boca de rosa se desboca
y me moja la boca, ponzoñosa.
La pena, pena roja de mi vida,
de no vivir bebiendo ese lascivo
licor de boca roja y llamarada,
rubor de rosa roja y encendida,
me ha dejado la boca al rojo vivo,
del rojo de una boca descarnada.
Con la poesía, Fernando del Paso juega: con las letras, los sonidos, las palabras, con las frases completas. Juega como si el verso fuera un columpio en el que se mece el sol, como si el niño que nunca lo ha abandonado construyera con las sílabas bloques de colores para levantar ciudades. Las palabras se pegan y se despegan, se engarzan, hacen clic, riman y se deslizan de un significado a otro como una tabla de surfear de una a otra ola. Sus libros para niños son, no el origen de su obra poética y pictórica, sino el final de ese recorrido, el colofón dichoso de una vida que nunca ha abandonado el sentido del humor. Encuentra en cada cara lo que tiene de rara es un libro magistral en el que se encuentran la imagen y la palabra para generar la ocurrencia y un despliegue de creatividad que es, página tras página, un acto de magia. Lo mismo sucede en su libro Paleta de diez colores, en el que se acompañan, a manera de contrapunto, los poemas de Fernando con las ilustraciones de Vicente Rojo. En estos breves textos su amor al color se decanta y en su simpleza muestra su grandeza, como en este poema:
El rosa
Solo, el rosa, es un color.
En la bella compañía
de una rosa,
es una flor.
Cada una de las obras de Fernando del Paso, ya sean sus novelas históricas José Trigo, Palinuro de México o Noticias del Imperio, su novela policiaca Linda 67; su ensayo Viaje alrededor del Quijote o su obra de teatro La muerte se va a Granada; ya sean sus pinturas o sus dibujos, sus poemas o sus ilustraciones para niños, lo que él produce tiene una combinación de inteligencia e imaginación. La agudeza de su pensamiento se acompaña siempre de la locura saludable que le da su libertad interior. Noticias del Imperio, ese prodigio literario fue posible porque acató, como elementos estructurales, la cordura narrativa estrictamente basada en datos duros de la Historia: fechas, nombres, hechos, documentos, y el delirio poético, el desborde de lo extraordinario en boca de Carlota, la emperatriz de la imaginación. «Porque yo soy una memoria viva y temblorosa, una memoria incendiada, vuelta llamas, que se alimenta y se abrasa a sí misma y se consume y vuelve a nacer y abrir las alas», dice Carlota, para dejar claro que es la palabra cargada de afecto y de sentido, de imágenes y metáforas y música y deseo la que hace memorable, aunque sea por dolorosa, la experiencia.
Con una de las máximas que escribió Maximiliano de Habsburgo coincide Fernando del Paso, por ello la distingue en el prólogo que hace al pequeño libro que las compila bajo el título Máximas mínimas de Maximiliano: «Hay una gran diferencia entre la razón y la imaginación: aquélla es toda rectitud y medida, ésta es toda seducción y brillo…». Un emperador no debe dejarse llevar por la segunda, como hizo Maximiliano, y dedicarse a cazar mariposas dejando a un lado los problemas de un imperio, pero el escritor Fernando del Paso pudo hacer, en Noticias del Imperio, la mezcla de tierra y sueño que la disparó al territorio de lo extraordinario.
Fernando del Paso «encuentra en cada cara lo que tiene de rara». Y también lo que tiene de bonita, por eso escogió a Socorro desde que la vio en la preparatoria de San Ildefonso. Pensó: «Me quiero casar con ella». Y se le cumplió. Al escritor le interesa la persona que habita en el personaje. «Será siempre el individuo el novelable», dijo en una conferencia dictada en la Universidad de Notre-Dame a propósito de la novela histórica. La singularidad de un alma palpita en cada uno de sus personajes y se revela en algunas anécdotas personales, como la de su herencia de la camisa del poeta José Carlos Becerra. Cuenta Fernando, en su conmovedor discurso de entrada a El Colegio Nacional, que él se hospedó en la casa de Londres donde se había quedado por unos días el poeta y tenía el deseo de encontrarse con él, pero José Carlos ya no regresó porque la muerte lo alcanzó en una carretera hacia Brindisi. En el clóset quedó la camisa del amigo, que Fernando se ponía en algunas ocaciones en honor a José Carlos, un hombre talentoso cuya vida y carrera literaria se vieron truncadas de la noche a la mañana. ¿Cómo no lamentar la muerte de un joven alguien que ama la vida como la ama Fernando del Paso?
El escritor quiere dejarlo claro: el mundo le interesa. En sus libros y en sus creaciones artísticas nos deja ver algunas de sus pasiones, pero no pueden abarcar la dimensión de sus anhelos. Por ello nos confiesa: «Pero lo que quizá no es tan evidente, lo que quizá no revelan mis escritos es una curiosidad infinita e insaciable por todas las cosas. Podría, pienso, calificarla como una curiosidad de pretensiones renacentistas: me hubiera gustado ser físico, matemático, paleontólogo, astrónomo, espeleólogo. No hay una rama, una disciplina de la ciencia, a la cual no hubiera podido yo darle todo mi corazón con tal de que alumbrara mi espíritu y le permitiera acercarse a los misterios de la vida y de nuestro universo». Pero siempre se tiene que escoger y él, en algún momento de su adolescencia, tuvo que renunciar al estudio de la ciencia y conformarse con «la sola magia de sus nombres y su poder evocador de fantasías y milagros». De la incontable riqueza del mundo se ha nutrido el trabajo creador de nuestro artista. Dibujos y letras, imágenes y signos se conjugan al ritmo de su máquina de escribir y de su prodigiosa máquina de pensar, para transformar el mundo en un parque dichoso.
¿Cómo cerrar un texto que no se cierra sino que queda abierto a las novedades y las sorpresas que nos deparan la lectura y la relectura de las palabras y las imágenes de Fernando del Paso? Sus nuevas obras, sus ocurrencias, cada minuto a su lado como lectora, como escucha, como observadora y como amiga será una oportunidad de contagio para mirar la vida como «un portento, un prodigio inexplicable», una celebración.