Familia de vidrio / Fernanda García Lao

Esto que me atraganta se llama miedo. Y lastima a la altura del estómago. Hiere por vos. Tengo terror a la distancia. El estómago se endurece y se cierra. Soy dura en el centro de mí. Tu ausencia persevera, me aturde. La deserción es una víbora. Clama por devorar el terror y lo único que logra es encerrarlo. El terror cerrado no deja entrar a la víbora que debe comer alrededor. Sólo queda el miedo.
     Desde que no estás, soy un ateneo abandonado. Para qué estas tetas, estos pezones. Sin vos, mi infraestructura no tiene razón. Me tiembla el cuerpo. El abismo se produce cada vez que la sangre sube o baja. El abismo es el cuerpo. Una sustancia hecha de fluidos que se turnan para chocar.
     Intento satisfacerme pero no me sale. Ni un asomo de deseo por acá.
    
     *
    
     Salgo a dar una vuelta cuando la luna ya no es roja. Hay gente dormida en la calle. Los pobres de todas las noches y los observadores que salieron aferrados a sus cámaras. El barrio está sucio. Hay basura, pero todos miran al cielo.
     Me tropiezo con una pierna dura y caigo junto a un montículo de residuos. Insulto al dueño y entonces descubro que la pierna no es humana. Un maniquí en mal estado es el propietario. Encuentro su torso más allá, y la otra pierna. La cabeza entera, pero faltan los brazos.
     Si hubieras estado conmigo nos habríamos reído, pero no estás. Así que llevo al deshecho y lo armo en casa como un puzzle, mientras el agua hierve para un té. Siento que a él y a mí nos iguala la desgracia. A las tres de la mañana, le paso la manguera en el balcón. Es un poco más alto que vos. Queda secando toda la noche.
    
     *
    
     Por primera vez en la semana, duermo sin pensar en el miedo. Pero me despierto sofocada. Sueño lisérgico. Mi oreja izquierda crecía y se hacía pupila. Un ojo amarillo, que veía para sí. Se cerraba y se abría, serpenteaba. Me despierto dolorida. Voy al baño a mirarme. Dos ojos, como siempre.
     Me acuerdo del tipo que dejé secando. Levanto la persiana y lo encuentro sonriendo. El sol le da un brillo especial a sus nalgas. Dan ganas de reflejarse ahí. Buen día, le digo. Me sale sin pensar. Lo entro y lo acomodo junto al teléfono para que parezca natural. No puede sentarse. Tiene rodillas pero no articulaciones. Y entonces, cuando termino de acomodarlo, llamás.
     No estoy sola, te digo. Llamame luego. Vos me cortas y Henri me sonríe. O algo así. Esa intención de sonrisa dispara su nombre y decido ponerle anteojos. Los tuyos. Seguro que era eso lo que querías. No decirme algo tierno. Tus palabras pueden ser adivinadas antes de su generación mental. Llegan viejas a mi oído.
    
     *
    
     Salgo a comprar, Henri se queda. Está desnudo. Pienso en su estilo, qué debería vestir. Siempre quise un tipo elegante en casa, así que voy a complacerme. Un vendedor me asesora y regreso con bolsas. Como no tiene brazos le meto las mangas hacia adentro.
     Dos mensajes en el contestador. La luz titila y pienso en los primeros días con vos. Cuando esa intermitencia estaba asociada al amor como una línea de puntos rojos que terminaba en la cama. En tu sexo. Henri ni siquiera tiene testículos. Una breve elevación, nada más.
     Le pongo el pantalón que le compré y no los calzones. Me parece un poco inútil esconder lo que no existe. Con él no voy a caer en el juego de la mentira. Voy a ser distinta. Y buena.
    
     *
    
     De pronto, me sorprendo cantándole en francés. Entiende perfecto, pero no dice nada. Vos tampoco hablabas y no estoy segura de que llegaras a comprender el castellano. Te conté mi vida al principio pero sólo esperabas las pausas para tocarme. Cada coma era un centímetro de deseo. Me chupabas los pezones como una mascota hambrienta. El contenido de mis recuerdos nunca te interesó. Mi presente tampoco.
     Podía decirte cosas como Mi madre consultó con un técnico por la osamenta que ha florecido en su corteza cerebral, y recibir un Uh, qué cagada, como toda respuesta. Esos comentarios desplazados del sentido, inusuales y ridículos, se transformaron en nuestras conversaciones cotidianas.
     Mi deseo está recortado a la altura del puente.
     Ah, mirá.
     Un orgasmo es un ejemplo de duración, cada respiración anula el tiempo.
     Sí, hace mucho que no cogemos.
     El amor es una categoría de lo muerto.
     ¿No viste mi tijerita?
    
     *
    
     La camisa le queda apretada. Toco sus dorsales como si fueran otra cosa. Es verdad que el cuerpo de Henri es demasiado rosado. Me gustan los tipos más hechos, de cuero seco. Gente sufrida. Pero desde vos, tengo que aprender a poner en duda mis ideas.
     Me restriego sobre el montículo de Henri, pero no pasa nada. Nuestra relación es antilúbrica. La conexión es más profunda, de orden existencial: adoración pagana. Dejo sus pies al aire y no se queja. Así que dormimos hasta tarde. Calculo su signo y somos compatibles. Aire y fuego. Él me enciende. No lo quemo. Mejor no, porque es de fibra de vidrio.
    
     *
    
     Increíble. Te vi espiando mi departamento. El corazón se me puso arisco. Pensé que me moría. Después, tocaste el portero. No te puedo atender, estoy con gente. ¿Estás viviendo con alguien? No te respondí. Fijate si me olvidé los anteojos. Henri negó con la cabeza levemente. Los tenía puestos. Acá no hay nada tuyo, susurré. De pronto, el triángulo me puso libidinosa. Quiero que hablemos. Por ahí la semana que viene.
     Cómo nos reímos con Henri. Te conocemos los tonos. Seguro que te fuiste con el banderín parado.
    
     *
    
     Me citaste y fuimos a tomar algo a la vuelta. Tenías los ojos más profundos que nunca, será por andar sin ver. Cuando me rozaste al tomar la copa, sentí una convulsión bien al fondo de mí. Por poco no deposito mis labios en cualquier zona tuya. Entonces dijiste tu frase. Conocí a otra y nos vamos, no sé a dónde. Me quedé sin escuchar el final. El champán te hizo arder los ojos y no terminaste la idea. Parece que te sacaron los últimos vidriecitos en la cocina del restorán. Pudimos ser felices, te grité, pero no. Preferiste ser hiriente. Amar a alguien que no soy yo cuando yo te quería. Sos un mierda. Así, en masculino.
     Me fui antes de que llamaran al patrullero.
     Otra vez la sierpe, el terror que se desencadena cada vez que me ponés freno. Liberarse del amor duele. Henri me jura que el dolor es absurdo, un concepto humano. Estuvo conmigo toda la semana, consolándome en silencio. No me moví de casa a pesar de las amenazas de la secretaria del instituto. Son los exámenes finales, no puede abandonar a sus alumnos, tomarán represalias.
    
     *
    
     Hoy me depositaron el cheque. Pero estoy formalmente despedida. Camino sin rumbo por el centro y me quedo extraviada frente a una vidriera. La boutique está llena de corazones transparentes y la maniquí más chiquita me mira fijo. Te juro que primero pensé en vos, en la vez que no me venía. Hacía dos semanas que dibujaba caritas cuando se precipitó como un caudal aquella sangre. Qué decepción. Una tristeza excedida. Extratristeza devenida en aullido.
     La nenita es encantadora, se parece a mí. Entro y averiguo dónde la compraron. Ya es hora de que Henri y yo encarguemos una. Seremos una familia. La felicidad se ha puesto en marcha, colérica y desenfrenada. Como una cobra.

    

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