1
Has vuelto a retrasarte,
pero la novedad
no es ésa, siempre te retrasas,
siempre lo has hecho,
y la tensión que asoma mientras pones
los platos
o remueves el guiso que nunca está en su punto
es otra cosa,
el barbecho de un cielo inapetente
que calla lo que ha visto,
el frío seco que da en hueso
cuando abres la puerta y no es nadie.
2
El miedo,
es el miedo otra vez, piensas, mientras la luz
se hace más fuerte
en el patio interior y la mañana
arranca sin certezas,
tan sólo la voz de una niña
en el piso de al lado, un ruido
de puertas y ascensores
para gentes seguras de su oficio,
nombres redondos,
y la leche que hace un momento pusiste al fuego
se quema.
3
Las cosas que te dicen
son muy sensatas, pero
no te interesan,
están muy lejos de ayudarte,
y sólo
por respeto te paras a escucharlos,
sin impaciencia,
mientras hundes el pie entre malentendidos
y el silencio prospera
como un tumor en la garganta, tienes
razón, no lo había pensado,
y el paso fiel, el ojo acuoso.
4
Lo que sueñas es una mancha
en las horas, un tallo negro
que se extiende a hurtadillas
y pone sus tentáculos aquí,
donde la sangre
es débil, donde el aire se vuelve más escaso
y hiere,
y tu nombre no está en ninguna boca,
y todo el día
vas y vienes entre dos aguas
sobre el fiel de ti misma,
tratando de no ahogarte.
5
Desiertos de los días, demonios de mis noches,
decidme,
¿qué fue de la materia que fue vida ,
en qué acabaron
la sangre y su latido, el agua
crispada del deseo?
Ya no quedan preguntas,
tan sólo una insistencia muda,
como el dormir,
y la niña que el tiempo no ha disuelto
jugando
con la noche, con los demonios, consigo misma.
[coda]
Comenta que está bien, que ya pasó.
Tiene la espalda señorial, casi olímpica.
Luego la voz le cambia, de pronto, y todo es antes.
Viene de un duelo colectivo, de un aquelarre blanco.
No es posible dejar de ser lo que uno fue.
O también: esa puerta que se abrió sigue abierta.
Así empiezan los cuentos: un niño se pierde en el bosque.
Si algún pájaro habló con él, no lo sabemos.