Epopeya nacional / La nueva pintura de Daniel Lezama

 

¿Desde cuándo el espejo es ficción? Quizá desde que en él se refleja la mayoría y no la minoría que visita una galería o un museo. Somos Occidente, pero en las calles de la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey o Chiapas la piel morena es convención. Somos tercer mundo y en el brindis de inauguración casi nadie lo recuerda. Somos pobreza, pero ni Yahoo ni Fábricas de Francia nos lo dicen. La piel colgada, el borracho vomitando en la esquina, perro callejero, todavía pulque y una historia contada a beneficio de un sistema caduco. Somos la pintura de Daniel Lezama y somos la minoría que atestigua y avala sus trazos como epopeya. El pintor pinta la realidad. El peregrino de San Juan de los Lagos, el ayate de Juan Diego, la vagina descubierta, Juan Gabriel, Benito Juárez, la estética de calendario, «milagrito» y pulsión. La alegoría es el héroe epopéyico de Lezama: espejo: reflejo contemporáneo: realidad: historia.

La pintura de Lezama es mito fincado en la imagen alegórica. Una mujer como La Patria —la Historia es un viejo cansado, y tres panzas rellenas: la bandera. El artista intenta, desde la desacralización, deconstruir la imagen de la identidad. El mestizaje deja de ser utopía en fresco como discurso postrevolucionario y revitalizante, esperanzador; o kitsch como fórmula patriótica. No es Diego Rivera ni Julio Galán. La de Lezama es pintura que rescata desde la conciencia estética, desde los principios convencionales de lo mexicano, una nueva fórmula visual. No sólo recurre a la historia del arte local: también se desglosa desde los clásicos universales, apropiándose de sombras, perspectiva, el detalle del dibujo y del color, para comprender un lenguaje nuevo repleto de iconografía. Lee la historia, dialoga con el pasado y el presente, ensaya con sus pinceles y deja ver sus revelaciones en grandes formatos, óleo sobre tela. Es consecuencia de un proceso ideológico y técnico. En la deconstrucción, descubre el mito reciente sobre mitos pasados. El Vans negro desgastado, la falda verde floreada de tela sintética. Son un nuevo ayate, un nuevo volcán, una nueva ciudad y una nueva patria. Toma dictado de lo sucedido, pero sus apuntes van más allá de lo documental: son reflexión y los gigantes sobre la ciudad lo atestiguan. Venus dirige, sobre un automóvil verde, un sucio taller mecánico. La nueva mitología de Daniel Lezama escarba, en la realidad escondida tras las imágenes, el suburbio, el centro comercial, los medios de comunicación, detrás de la «convención», para definirse entera como —y quizá sólo ante la vista de quienes logran acceder a su obra— un mundo y una narración paralelos. El artista exhibe no sólo otra versión de la historia desde su pensamiento, desde la imagen; su discurso es todavía mayor que la simple postal neoindígena, paternalista o esperanzadora. No disecciona para volver «bonita» la realidad; más bien, enfrenta al espectador mediante la apología de lo «condenable»: pulsión, perversión y violencia. Desde lo exagerado, descomunal, monstruoso y crudo. Sus imágenes son todo, menos condescendientes, menos sencillas. Su complejidad no estriba sólo en el detalle de su trazo, en el punto amarillo casi invisible para indicar la luz de una ciudad terrible, la pequeña estrella dorada en un manto, el centro oscuro de un pezón, la etiqueta de una cerveza Pacífico, la pupila rabiosa o la cola de un diablo de pastorela. Tampoco en el símbolo, en la alegoría, en la personificación o la perspectiva italiana renacentista. Su compleja grandeza estriba en la fundación, desde la pintura —soporte que renueva—, de una manera de observar la lírica nacional; en la creación de una nueva epopeya, ficticia de tan real, sobre lo que somos. En el instante de contemplación, frente a un Lezama, la minoría desaparece y el mito se sacude el polvo para posarse otra vez, de vuelta, en el arte mexicano, en el contemporáneo nacional globalizado.

Dolores Garnica

 

El mito se desprende del himno religioso
y de la plegaria y, tomando como materia propia a los héroes,
se convierte en la sustancia de la epopeya.

Octavio Paz

 

Extraer las divinidades de su apariencia natural,
y llevarlas como volatizadas por una química intelectual a su estado primitivo de fenómenos naturales,
como auroras o puestas de sol: de ahí la finalidad de la mitología natural.

Stéphane Mallarmé

 

También las otras mitologías deberán ser despertadas en la medida de su profundidad,
de su belleza y de su saber, para apurar la formación de una nueva mitología.

Friedrich Schlegel

 

Las piezas de Daniel Lezama mostradas en esta sección formaron parte de la exposición La Madre Pródiga, que tuvo lugar en el Museo de Arte de Zapopan (MAZ) en octubre de 2008. Aparece en Luvina por cortesía del MAZ, la galería Hilario Galguera y el propio artista.

 

 

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