Alfredo Sánchez Gutiérrez
Jesús Ramírez-Bermúdez, médico neuropsiquiatra de profesión, nada desde hace mucho en dos aguas: la de la ciencia y la de la literatura. No podía ser de otra manera si atendemos a lo más elemental de su biografía: es hijo de José Agustín, el enfant terrible de las letras mexicanas, el precoz escritor de La Onda, pero también el admirador de las obras de Freud y de Jung. Así, la infancia de Jesús transcurrió bien sumergida en un mundo de imaginería literaria al mismo tiempo que se iba construyendo su vocación por la ciencia y en especial por la medicina, por las neurociencias, por la psiquiatría. Y también porque su interés por las letras lo llevó a talleres con su propio padre, con Juan Villoro, María Luisa Puga y Francisco González Crussí. Actualmente es jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México y es miembro del sni, pero al mismo tiempo escribe cotidianamente en periódicos y revistas nacionales donde las letras y la ciencia suelen ir de la mano. Escribe muchos artículos científicos en revistas especializadas, pero también se ha animado a publicar ensayos literarios y hasta novelas. El último testigo de la creación, Breve diccionario clínico del alma y Paramnesia son algunos títulos previos a este que publica Almadía: Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas. ¿Un diccionario sin palabras? ¿Acaso no es eso una contradicción absurda, un libro vacío? No, si atendemos a lo que escribe Jesús Ramírez-Bermúdez en su libro y a lo que nos cuenta en entrevista alusiva: si el lenguaje es nuestra posibilidad esencial para interactuar con los demás y con el mundo y perdemos la capacidad para utilizarlo, nos quedamos con esa especie de diccionario vacío, sin palabras, inmersos en la imposibilidad de comunicar las ideas más básicas. Sin independencia.
Se trata de un libro que en realidad son dos: el primero relata los casos clínicos de mujeres que han sufrido daños cerebrales que les impiden comunicarse por medio del lenguaje; el segundo está conformado por una serie de textos breves que se refieren tanto a temas literarios como médicos. Todo parte de la experiencia del autor con sus pacientes y de las múltiples reflexiones que puede hacer desde ahí: conflictos éticos, dificultades en la relación médico-paciente, el papel ante los familiares y la sociedad misma, las posibilidades de la esperanza en casos clínicos como los que relata.
El libro tiene, por una parte, el gusto por la divulgación científica, un poco a la manera de Oliver Sacks, quien, al igual que Ramírez-Bermúdez, desmenuza sus propios casos clínicos para llegar a reflexiones más profundas; pero por otra parte es un verdadero ensayo literario, casi una novela sui generis que aborda aspectos humanísticos desde la literatura misma. Un reto, sin duda, del que Jesús Ramírez-Bermúdez sale bien librado.
Su voz, que me recuerda inmediatamente a la de su padre, con quien he conversado un par de veces antes, me explica por teléfono los detalles de esta nueva obra.
Jesús, cuéntame sobre los casos que narras en tu libro.
Son casos clínicos de mujeres que han padecido fenómenos de afasia, es decir, pérdida del lenguaje por diferentes enfermedades o lesiones cerebrales. Se ponen de relieve las dificultades para adaptarse a un entorno donde nuestra sociedad está codificada por medio del lenguaje. Y es a través del lenguaje también como tenemos la mayoría de nuestras interacciones psicológicas, políticas, sociales. Estas mujeres, que de por sí están en las condiciones de vulnerabilidad, inequidad y violencia que hay en nuestro país en cuestiones de género, se ven confrontadas con una dificultad aún mayor: la pérdida de la herramienta principal para la interacción social.
El libro está estructurado de una manera muy particular: por un lado relatas los casos clínicos de dos mujeres con ese problema de afasia y por otro una serie de temas clínicos y literarios diversos, pero que también están conectados con tu labor como médico neuropsiquiatra.
Es correcto, el libro tiene su inspiración en los formatos y las estructuras de la comunicación científica, en la que se pretende una comunicación muy estructurada, basada en los hechos, generalmente muy sintética, con una estructura lógica estándar, y en la que al final siempre hay referencias bibliográficas que nos conectan con el gran mundo de la ciencia. Yo quise utilizar esa estructura como un motivo estético para convertir esa posibilidad en una narración que, otra vez, está muy apegada a los hechos —como debe ser en el contexto de las ciencias médicas—, pero que tiene puntos de fuga. Sin embargo, en lugar de escribir referencias bibliográficas técnicas de acuerdo con los estándares académicos, yo preferí narrar la crónica de esas lecturas complementarias o adicionales, es decir, todo eso que piensas a veces en voz baja cuando te fugas a la fantasía intelectual o a la evocación, y que constituye ese mundo de ideas que va poblando el cuerpo principal de una investigación o una narración. De esa manera el texto trata de tener una estructura literaria que no se ciñe demasiado a ninguno de los cánones del ensayo literario ni a los de la ciencia. Yo le llamo a esto un ensayo clínico-literario.
Entonces cabalga entre los dos mundos, ¿no? El del ensayo literario y el de la narración científica. Pero ¿qué es en realidad, cómo lo describes?
Yo quise darle a este libro un énfasis especial en la narración. Quería que, primero que nada, fuera una historia que pudiera leerse casi como una novela, una historia que resultara entretenida aun para personas que no tuvieran un entrenamiento médico, neurológico o psiquiátrico. Que la historia por sí misma fuera revelando las claves que la van haciendo interesante, un poco a la manera de la literatura policiaca, sólo que aquí no habría el interés de revelar la identidad de ningún asesino, sino más bien de ir encontrando claves que hacen más comprensible lo que inicialmente aparece como completamente desconcertante.
No es el primer libro que escribes en esa línea, hay otros previos como elBreve diccionario clínico del almaoEl último testigo de la creación, que ponen el énfasis por igual en lo científico y en lo literario, dos mundos que, me queda muy claro, te interesan como autor.
Me gusta mucho la posibilidad de esa síntesis porque creo que trae consigo una gran riqueza intelectual. La ciencia nos aporta todo un mundo de ideas que se van construyendo con mucho rigor a través de ciertas reglas académicas, matemáticas, lógicas, pero al mismo tiempo la literatura le enseña a la ciencia las posibilidades de la subjetividad, la conciencia, el mundo humano más personal.
Hay un trasfondo eminentemente humanista en tu enfoque, ¿no es cierto? Por ejemplo en la conexión que exploras entre el médico y los pacientes, una relación que a veces resulta conflictiva. Es frecuente que se hable de cierta «deshumanización» en la práctica médica.
Y es que, como tú lo sugieres, aunque la ciencia ha sido uno de los artefactos más importantes para el desarrollo de la cultura y la civilización, también hay un profundo desencanto en nuestra sociedad contemporánea. Lo vemos reflejado en la literatura, en el cine, en la música, pero sobre todo en la reedición de tradiciones religiosas, espiritualistas, que se basan en claves mágicas, como lo podemos ver por ejemplo en el mundo del terrorismo. ¿Cómo es posible que mujeres europeas viajen al Medio Oriente para inscribirse, con fines terroristas, en un mundo cultural donde son profundamente devaluadas? Ello se explica en parte por el desencanto y tiene que ver con la automatización en nuestra sociedad, por las estructuras rígidas de la economía y la administración, y donde la ciencia, que debería ser un elemento de conocimiento, a veces contribuye a esa automatización. Yo quisiera rescatar la noción de Alexander Luria de una «ciencia romántica» que, aunque se basa en hechos y reglas lógicas para el análisis de la información, no se desliga de los valores humanos y las emociones que le dan sentido a toda actividad intelectual.
En ese sentido eres también un divulgador de temas científicos. Al leer el relato que haces de Verónica, por ejemplo, esa chica que por una lesión cerebral no puede hablar pero sí es capaz de cantar una canción, recordé casos similares relatados por Oliver Sacks, ese gran científico interesado en la divulgación.
Por supuesto, Sacks hizo un análisis magistral de ese problema en su libro Musicofilia, y en general hizo una gran labor para dar a conocer al gran público la relación entre la música y el cerebro. Y en efecto, a mí me interesa mucho el mundo de la divulgación científica. Acabo de terminar otro libro acerca de los mapas cerebrales de la memoria, donde trato de hacer un recorrido por toda la investigación, primero precientífica y luego científica, en torno a la memoria. Y es que creo que los científicos debemos acercarnos más al público para ir cerrando la brecha que existe entre la cultura académica y la cultura popular.
La segunda parte de tu libro consta de una serie de «Bocetos», como tú mismo los llamas: son catorce ensayos breves, casi como apuntes, y el último de ellos es un pequeño diccionario de neologismos muy curiosos. Términos como monakia, que traduces como «conjunto de curas y de monjes»; o meretor, referido a una persona homosexual, como una especie de masculinización del término meretriz. ¿Me podrías hablar un poco acerca de ello?
Sí, es un pequeño diccionario dentro del diccionario. Son algunos ejemplos del tipo de formulaciones neologísticas o de palabras inventadas que algunos de mis pacientes me presentan. En un principio son formulaciones que me causan mucho desconcierto, pero después las analizo desde la psicolingüística o el psicoanálisis y les encuentro un cierto sentido. Aparecen al final del libro porque esa parte incluye recursos literarios de libre asociación a partir del contacto con ciertas fuentes del conocimiento. Ese pequeño diccionario se ha ido formando con la documentación que se ha hecho de esos términos en nuestros servicios de psiquiatría.
El libro Un diccionario sin Palabras y tres historias clínicas, de Jesús Ramírez-Bermúdez, está dedicado a sus padres, José Agustín y Margarita, y ha sido publicado en 2016 por la editorial Almadía.