Pasándola entre los labios, un ancestro recuerda
la nuez de betel masticada que la abuela transmitió
de los huecos de sus manchados dientes a la palma de una mano y otra vez a mi boca.
Muchos años después me encontré enseñando la tradición
transmitiéndola
de boca en boca.
Una cesta de caña donde colocábamos nuestros calcetines estaba
repleta de sus historias.
De pronto se transformó en un nido y
volé con aves desconocidas, mareadas y somnolientas,
buscando mantos de nubes en el maizal del gato mítico
que en ocasiones araba los cielos.
La canasta de caña desapareció cuando
un armario de madera se instaló en nuestra casa de tres habitaciones.
Los calcetines hallaron un nido y comencé a escribir las primeras letras del alfabeto.
Mylliem, donde mis antepasados imploraron por su liberación del invierno amargo,
donde lucharon con tierra y piedra para escribir sus memorias.
Hoy, perdidos y cerca de cincuenta, sitiados y presos por los libros,
en ocasiones murmuro una oración: «Abuela, cuéntame otra historia » .
Versión del inglés de Carlos Vicente Castro.