Entre cuerpos desnudos, los dragones vuelan / Patricia Pérez Esparza

El Emperador Amarillo preguntó a Cao Ao:
—¿Qué carencia causa que mueran las personas?
¿Qué es lo que les permite vivir?
Cao Ao le contestó:
—El apareamiento entre mujeres y hombres
y recibir la vitalidad que genera.
THOMAS CLEARY1

Transformo mi cuerpo pasando a través
de la muerte para vivir de nuevo…
Muero y renazco y cada vez soy cuerpo.
Libro de la transformación DE LAOZi2

0

Ch’in Shih Huang–ti (cuyo nombre hace referencia directa a su divinidad) es considerado el primer emperador chino. No sólo fue quien unificara el país, emprendiera la construcción de la Gran Muralla y se mandara edificar un mausoleo de dimensiones y características que todavía hoy quitan el aliento, custodiado por varios miles de soldados de terracota: también fue durante su mandato que se estandarizó el sistema de escritura que se mantiene casi intacto hasta la fecha. Como parte de su imperio absolutista, ordenó la muerte de muchos sabios de la época (hay quienes afirman que más de alguno fue enterrado vivo) y fue uno de los primeros organizadores de quema de libros: la historia comienza, pues, a partir de él.
 

1

Quizá China sea uno de los países que más transformaciones padecieron durante el siglo pasado. Cambios intensos, medulares. Comenzó como un imperio: el gobierno de un hombre más allá de los hombres, cuya supremacía es incuestionable. Por lo menos, así lo fue en ese país durante más de dos milenios. Sin embargo, una revuelta militar terminó en la abdicación forzada del último emperador de la dinastía Ch’in, Pu yi, en 1912.
    Si se compara con el milenario imperio, la república instaurada fue absolutamente efímera. Su primer presidente, Sun Yat-set, tomó el poder en 1911 y para 1949 ya había terminado, apenas 38 años después. Tras la retirada de las tropas japonesas, después de ocho años de invasión, se desató una guerra civil de la que resultó victorioso el Partido Comunista. Mao Tse-tung tomó el poder de la nueva República Popular de China.
    Curiosamente, parece que Mao encontró una clara identificación con los inicios de la historia china: «El primer emperador de la dinastía Ch’in y T’sao T’sao son pintados como personajes villanos, lo que es falso. Si se confía ciegamente en los libros, más vale no leer ninguno».3 Quizá haya sido esa deseable desconfianza el combustible de muchas bibliotecas que ardieron enteras, y la razón que lo empujó a mantener un férreo control sobre la producción literaria y a encarcelar a muchos escritores «reaccionarios», a la manera del emperador.
    Tras Mao, fue Deng Xiaoping quien emprendiera la restructuración económica, hasta llevar al país a convertirse en una de las principales potencias manufactureras y económicas del mundo que ahora es. A pesar de que muchos escritores que habían padecido los rigores del maoísmo fueron revalorados, la censura sigue siendo un hecho actual.

2

Me parece importante detenerse y contemplar por un instante, breve, ese telón de fondo que suele quedar a oscuras, casi desdibujado, cuando se lee un texto literario.
    ¿Qué sistema de pensamiento puede mantener en la cordura a un hombre que pasa del imperio divino a la república democrática y al comunismo totalitario en tan pocos años? ¿Se puede romper y volver a reformular la realidad desde la esquina contraria? No puede haber respuestas simples para esto. El budismo, que no lo es y que forma parte de la base del pensamiento chino, quizá nos pueda dar una pista: «Cuando se pierde el equilibro morimos, pero al mismo tiempo nos desarrollamos, crecemos. Todo lo que abarca la vista está cambiando, perdiendo el equilibrio».4 Paradójicamente, el maoísmo de los primeros años también prohibió la religión budista, junto a la taoísta, al considerarlas emblemas del feudalismo y su amasijo de supercherías. Sea cualquiera la respuesta, si existe alguna, lo cierto es que la sociedad china, los individuos particulares, han demostrado una gran capacidad de transformación, resurgimiento y, a un tiempo, mantenimiento cultural a lo largo de su historia nacional.

3

No podemos saber con certeza todavía, creo, cuál es la literatura china de los últimos años, de ese último siglo. La literatura que no se salva de las hogueras totalitarias, pero que, casi mágicamente, renace de sus propias cenizas.
    Gao Xingjian, el único escritor chino que ha obtenido el Premio Nobel (2000), tuvo que ver arder sus textos, padeció el encierro en aras de su «educación» comunista, fue prohibido y censurado una y otra vez. Salió de su país en 1987: «No estoy involucrado en política, pero eso no me impide criticar las políticas de la China comunista. Digo aquello que quiero decir. Si he elegido vivir en el exilio, es para ser capaz de expresarme libremente, sin limitaciones».5
    No es, sin embargo, esta cortina política la única que nos oculta, al menos parcialmente, la verdad literaria, artística, de China. El idioma también ha sido una enorme barrera, además de la distancia cultural entre Oriente y Occidente. Lo cierto es que así como no podemos conocer todavía la literatura china contemporánea, tampoco conocemos la más clásica (hay libros esenciales que no han sido traducidos al español, como el Romance de los tres reinos). Sólo en los últimos años algunas editoriales han redoblado esfuerzos por publicar autores chinos, japoneses, coreanos (y han descubierto que pueden ser best-sellers).

4

Lo más íntimamente humano, no sólo los motores internos, las     pasiones, los odios y los deseos, los sueños, las fantasías y la magia que late en las entrañas, sino las mismas entrañas, las vísceras y los entresijos, los humores, las secreciones, las pulsiones y los temblores, han sido la savia que corre por muchas páginas. La vida del hombre es la vida de la literatura, y el cuerpo humano, cuerpo literario.
    La literatura erótica en China tiene una larga historia, que comienza ya con poemas del siglo II a.C. Sin embargo, la literatura sobre el cuerpo es el primer combustible de las hogueras; en la historia de la humanidad ha precedido a la lista de los prohibidos, ha circulado entre desventuras. Hablaré enseguida de tres novelas en las que el cuerpo es un elemento central. Las tres se encuentran o han pasado por esa situación.

5

Para los taoístas, el cuerpo humano tiene prioridad sobre los sistemas sociales y culturales, como microcosmos que corresponde en cada punto al mundo exterior, del que es reflejo fidedigno. El cuerpo, afirman, se compone de «tres tesoros» que se deben cuidar para asegurar al hombre la salud, la felicidad y una larga vida:

    En lenguaje sencillo, la vitalidad se refiere a la sexualidad, la energía al vigor y el espíritu a la inteligencia. La alquimia taoísta del bienestar es la ciencia que combina estos tres elementos de una manera que maximiza los beneficios del potencial natural y armoniza el instinto, la emoción y la razón.6 

De esta manera, la alquimia taoísta desarrolló diversas prácticas para potenciar el cuerpo y alcanzar la longevidad. El taoísmo, dice René Etiemble, «define el orden cósmico en términos de un vaivén sexual».7 Dentro de esta corriente, «se dedicaban a varios experimentos sexuales y alquímicos con el fin de descubrir el elíxir de la vida. Veneraban […] a la mujer, principalmente porque creían que su cuerpo contenía los elementos indispensables para lograr el opus alquímico».8
    El acto sexual, «parte del orden natural» y «deber sagrado de todo hombre y de toda mujer», explica Van Gulik, no fue nunca asociado con el pecado en China, como en Occidente. Si fue un acto privado no fue por su carácter vergonzoso, sino, por el contrario, por su carácter sagrado.

6

Amor en la ciudad en ruinas es una novela corta escrita por Zhang Ailing en 1943. La autora nació en Shanghái, en 1920, y murió en Los Ángeles, en 1995. Abandonó su país en 1955, poco después de que el Partido Comunista llegara al poder; sus obras fueron prohibidas durante muchos años. No fue una autora que siguiera la corriente general de la literatura china de esos momentos, por lo que fue acusada por la Liga de Escritores de Izquierda de escribir textos poco patrióticos, reflejos de la decadencia burguesa. La película Deseo, peligro (2007), del director Ang Lee, está basada en su relato homónimo; la polémica que despertó su censura en China volvió a ubicar a la autora en el escaparate cultural.
    Zhang fue hija de la contradicción familiar (un padre adicto al opio y a los prostíbulos, una madre progresista que buscaba una educación occidentalizada para su hija), pero también de la contradicción social de la época, en una ciudad cosmopolita que recibía una fuerte influencia del exterior, pero en donde comenzaba a percibirse la lucha entre el pujante espíritu comunista y el cada vez mayor declive de la clase burguesa, a la que pertenecía. Zhang parece preguntarse, por lo menos en su novela, por su futuro: «Si tuviera una salida ya me hubiera ido. No estudié, no tengo hombros para cargar ni manos para trabajar, ¿para qué sirvo?».9
    No es elemento central, sin embargo, esa decadencia, sino telón, junto con la guerra de invasión japonesa. La novela se concentra en el drama íntimo, el ineludible, hilvanado entre notas musicales. Tres tonadas mecen el libro: la del mundo, que no es la misma que suena dentro de la casa de los Bai; la que lleva a Liusu a una «danza celestial», sensual, siguiendo a una lejana y arcaica orquesta que suena en su cabeza; la del laúd del cuarto señor Bai, que acompaña historias «tan tristes que quitan las ganas de indagar», y que marca la circularidad del relato y su desesperanza.
    La autora dibuja el camino de la soledad —que se plantea tan irremediable, fatal destino humano, que incluso la historia del mundo, por más trágica que pueda ser, apuntala ese trazo individual—, la incapacidad de acceder al espacio vital de los demás, pese al deseo de salvar las distancias infranqueables:

    Bai Liusu, sola y triste, estaba arrodillada al pie de la cama de su madre. Al oír esas palabras apretó fuerte la zapatilla contra el pecho. La aguja incrustada en la zapatilla se encajó en su mano pero ella no sintió dolor. «Ya no podré vivir en esta casa, ya no quepo aquí», susurró. Su voz pálida y entrecortada flotaba en el aire como polvo y ceniza. De pronto, sintió que sacos de polvo y ceniza colgaban de su cabeza y cara. Creyendo apoyar su cabeza en las rodillas de su madre se tiró en la cama; lloraba mientras rogaba: «Madre, madre, ampárame». Su madre sonrío inexpresiva sin decir palabra. Ella, bañada en lágrimas, apretaba y sacudía con fuerza los pies de su madre, suplicándole una y otra vez: «Madre, madre».
    De pronto, retrocedieron los años. Aquel día cuando salieron de la ópera, ella sólo tenía diez años. En la calle bajo la fuerte lluvia su familia se dispersó. Parada en la banqueta, estaba sola. Miraba a la gente y la gente la miraba. Los separaba el ventanal empañado de los carruajes, una cortina de vidrio sin forma… gente ajena. Cada uno estaba atrapado en su minúsculo mundo, ella quería entrar pero no podía. Parecía embrujada. De pronto oyó pasos a su espalda, pensó que era su madre. Procuró reponerse sin decir una sola palabra. La madre que ella anhelaba y la que le tocó eran dos personas muy diferentes.10

    La relación amorosa es planteada en términos de estrategia, astucia y cálculos; cuando Liusu y Liuyuan se dejan arrastrar por su deseo, sus cuerpos son transportados a un mundo distinto, en el que sí pueden arder: «él la empujaba hacia el espejo, parecía que al fusionarse con el espejo entraban a otro mundo, frío, hirviente, llamas que consumen el cuerpo».11 La sexualidad está presente en varios pasajes, pero apenas como sugerencia. El cuerpo, a su vez, se cimienta, simbólico, como el campo de guerra y el arma principal, pero también como ese espacio secreto e impenetrable, la única posesión real de un sujeto: «todo lo que debía ser perpetuo, ya no valía la pena. Lo único que era de fiar era el aliento dentro de su cuerpo».12

7

Wei Hui nació en Pekín, en 1973. Pertenece a la llamada «Nueva generación». Vive entre Shanghái y Nueva York. Su segunda novela, Shanghai Baby (2000), vendió más de 80 mil ejemplares en pocas semanas, pero terminó en la lista de los prohibidos en su país, las autoridades quemaron públicamente 40 mil ejemplares y eso, parece, la llevó a vender más de seis millones de copias pirata. Ha sido traducida a 34 idiomas y publicada en 45 países, un best-seller también a escala internacional. Se trata de un texto «semiautobiográfico» que narra su despertar sexual.
Su tercera novela, Casada con Buda (2005), fue censurada y editada con otro título en su país; es la continuación de la anterior y objeto de este texto. Coco, la narradora, se debate entre el amante japonés, quien por momentos se convierte en su maestro en las artes amatorias, y el norteamericano feroz e irresistible.
La amalgama que fiel caracteriza a todo el texto comienza desde la lectura de los epígrafes de cada capítulo, en donde podemos encontrar a Lao-Tsé seguido por Carrie Bradshaw, un personaje de la famosa serie norteamericana Sexo en la ciudad; a la autora clásica japonesa Sei Shonagon y a Dick Sutphen, un hipnotista y autor de libros New Age; Confucio, The Beatles y Coco Chanel. Sincretismo, dirán algunos. No deberá sorprendernos, tampoco, encontrar que las afirmaciones «existenciales» de la protagonista están apoyadas por canciones del grupo británico Portishead o por frases publicitarias como la de Nike (Just do it!). Por supuesto, es difícil que las reflexiones a las que llega tengan otro tipo de fundamento: «A pesar de que es más fácil alcanzar el orgasmo a los veintinueve que a los diecinueve, no tienes ni idea de si eres realmente más feliz o no».13
Lugar preponderante, junto al sexo, tiene la ropa de marca. Estos dos aspectos son suficientes para describir a un personaje: «Adam, el nuevo novio de Xi’er, se sentó como nosotros. El australiano de ojos verdes tenía la piel roja y una llamativa narizota que te hacía pensar en aquella otra parte de su cuerpo. Vestía de marca y con bastante buen gusto».14 Puede la protagonista pasarse párrafos enteros hablando de la manera de vestir de los hombres que se cruzan con ella, de los zapatos que conviene ponerse para asistir a una reunión de trabajo, de un árbol de navidad de Ferragamo que vale lo que «siete pares de zapatos Manolo Blahnik», o lamentarse, como una de sus mayores tragedias, de la maldad de quien le robara su tarjeta de crédito:

    Eché un vistazo para saber en qué se había gastado mi dinero […] Casi me desmayé de la rabia […] Ella tuvo el descaro de comprar sin contemplaciones, mientras que yo me había pasado más de una semana intentando decidir si gastarme o no dos mil dólares en un abrigo negro con adornos de cuero de DKNY. La persona que me había robado la tarjeta de crédito era mucho más despiadada que yo.15

    El Maestro de Naturaleza Vacía, un monje budista, intenta ser el elemento de contrapeso de la frivolidad, lo mismo que los comentarios sobre la meditación o el planteamiento de las relaciones sexuales en términos del yin y el yang:

    Miré al techo con los ojos bien abiertos e intenté contener mis deseos de gritar. Se había encendido el fuego de la carne; la electricidad del yin y el yang fluía entrecruzándose maravillosamente. Yo era el yin, y él era el yang; yo era la luna, y él, el sol; yo era el agua, y él, la montaña; respiraba su respiración, existía en su existencia. Semejante éxtasis me volvía loca. Mi orgasmo estalló en el caluroso abrazo de la cocina.16

    Lo mismo que Zhang Ailing, pero por una ruta por completo divergente, la protagonista parece caminar hacia su propia soledad. El cuerpo, aquí, no es el terreno virgen, refugio cuando no queda nada más, sino el producto comercial, desprovisto de tabúes. No hay tampoco la amargura ni la desesperanza, sino una posibilidad pretensiosamente budista: «Dentro de cada cual está su pequeño mundo perfecto y totalmente satisfactorio».17

 

8

Hong Ying nació en Chongqing, en 1962, en una familia humilde con la que compartió la pobreza, a diferencia de las dos autoras anteriores. Sin embargo, también ella dejó su país, en 1991; desde entonces vive en Londres. Es autora de varias novelas y libros de relatos, ha recibido varios premios en su país, en donde goza de mucho éxito; al español se han traducido tres de sus novelas.
    K: el arte del amor presume en su portada que está basada en una historia real, como si eso fuera una cualidad literaria. La historia real se remite a un presunto romance entre Julian Bell, hijo de Vanessa Bell y sobrino, por tanto, de Virgina Woolf, y la poeta china Lin Cheng. A semejanza del anterior, este libro se encuentra prohibido y circula sólo a través de copias pirata: la hija de Lin Cheng entabló una demanda por difamación, que llevó a su prohibición por cien años.
    Las mujeres en la sociedad china, incluso en la época actual, son las iniciadoras en las técnicas del cuerpo, en los conocimientos amatorios, que se transmiten de madre a hija.18 Ésta es la línea de la novela: la iniciación de un occidental en los míticos conocimientos de la alquimia taoísta sobre el sexo, guiado por una china que no había tenido oportunidad de probarlos, dado el rechazo que su progresista marido sentía por lo que él juzgaba, lo mismo que los intelectuales de vanguardia de aquel tiempo, como «supersticiones taoístas», «símbolo de los aspectos más degenerados y reaccionarios de la cultura feudal china». La explicación que Lin le da al sorprendido Julian, que por momentos llega a parecer un poco artificial o forzada, alude al Clásico de la cámara de jade, un libro de almohada que ilustraba sobre la «aplicación de la metafísica taoísta al sexo erótico», arte en el que su madre la había educado.
    Además, Lin no es una mujer común, sino una «Estrella del Tigre Blanco», una mujer que carece de vello y que, de acuerdo con la tradición, causa la muerte de sus amantes: «superstición o no, simplemente no hay que acostarse con una mujer así, sean cuales sean las circunstancias»,19 le explica un estudiante a Julian. Sin embargo, esto produce un efecto excitante y perturbador en el amante, cuando la ve por primera vez desnuda:

    Se quedó sorprendido al ver que no tenía rastro alguno de vello en las axilas, ni tampoco vello púbico. Cuando le separó las piernas, los labios de la vulva se abrieron ante sus ojos como dos largos pétalos, convergentes en el remolino de su clítoris.
Julian nunca había visto los genitales de una mujer expuestos con tal desnudez. Le parecía más una obra de arte que un cuerpo humano auténtico.20

    Lo que comienza, por parte de Julian, como un juego de seducción motivado por la curiosidad, «para averiguar cómo era el amor con una mujer china», termina, a través de los más altos momentos eróticos, «puro yang unido con el yin», convirtiéndose en su historia de amor. Él descubre que para ella el amor es «la sustancia misma de la vida» y llegará a descubrir que quizá también para él.

9

Tres autoras exiliadas de manera voluntaria (al menos parcialmente en el caso de Wei Hu). Tres novelas prohibidas en su país. La primera, por evadir el compromiso comunista y volcarse sobre la intimidad humana; las otras, por su tratamiento abiertamente sexual de esta misma intimidad humana. Rutas hacia la soledad: desde la desesperanza, el budismo de marca o la imposibilidad amorosa. Cuerpos simbólicos que se yerguen sobre los acontecimientos y los escombros para encontrar, en los tres casos, las respuestas en su interior, mientras van tumbando, poco a poco, los vetos y las censuras, incluso propias, que les empañan la mirada. Muertes y renacimientos l

  1     Thomas Cleary, «Diez preguntas», en Sexo, salud y larga vida. Manual de práctica taoísta, Oniro, Barcelona, 2000, p. 19.
  2     En El cuerpo taoísta, de Kristofer Schipper, Paidós, Barcelona, 2003, pp. 168-169.
  3     Mao Tse-tung, «Anotaciones a los Problemas económicos del socialismo en la URSS», en La construcción del socialismo, La Oveja Negra, Medellín, 1975, p. 212.
  4     Shunryu Suzuki, Mente Zen, mente de principiante, Estaciones, Buenos Aires, 1987, p. 39.
  5     www.kirjasto.sci.fi/gao.htm
  6     Thomas Cleary, op. cit., p. 7.
  7     René Etiemble, Essais de littérature (vraiment) générale, Gallimard, París, 1974, p. 97.
  8     R.H. van Gulyk, La vida sexual en la antigua China, Monte Ávila, Caracas, 1995, p. 73.
  9     Zhang Ailing, Amor en la ciudad en ruinas, El Colegio de México, México, 2007, p. 31.
10     Ídem, p. 30.
11      Ídem, p. 61.
12      Ídem, p. 70.
13      Wei Hui, Casada con Buda, Planeta, Barcelona, 2005, p. 37.
14      Ídem, p. 242.
15     Ídem, p. 79.
16     Ídem, p. 56.
17     Ídem, p. 267.
18     Cfr. Kristofer Schipper, op. cit., pp. 181-182.
19     Hong Ying, K: el arte del amor, El Aleph, Barcelona, 2002, p. 203.
20     Ídem, p. 80.

 

 

Comparte este texto: