Encuéntrala / Diana Rivera

Preparatoria 7 (UdeG) 

Yace en su cama entreverada con ellos, tratando de salirse, pero los pesados pasos no la dejan, conquistada por la impaciencia de encontrarse, de huir de donde está postrada. Por fin, la pequeña se incorpora con trabajos sobre su propio eje:
    –Quisiera saber dónde está.
Uno de los pequeños se sienta a su lado.
    –¿Quién quisiera saberlo? ¿Tú? –le pregunta.
    –Sí –le responde, mirando a su alrededor pero no a él–. Quisiera que ella diera la cara, me está provocando gastritis.
    –Pero, ¿crees que puedas encontrarla?
    –Creo que sí, pero eso no significa que pueda lastimar a uno de ellos.
 Él, mirándola de reojo y jugando con sus carritos, le responde:
    –Bueno, creo que estás a salvo, nadie sabe que estás aquí. Me refiero a que ellos ni saben que existo, ¿verdad? Sé todo sobre ellos, pero…  –ella, entendiéndolo, sólo inclina su cabeza hacia él, estira su pequeño brazo para tocar los dedos del pequeño y éste, sorprendido, le responde:
    –Pero no importa, así está bien, es mejor.
    –No es que yo no quiera que ellos te conozcan, es sólo que… Bueno, ella es mi mejor amiga, es muy especial y ellos son un grupo grande, tiene una especie de grupo que gira a su alrededor, y quiero que los conozcas a todos, pero… es que me gusta tener algo… ¡ya sabes!… mío. Y no suelo hablar tanto para decir tan pocas cosas… Pero, ¿entendiste un poco?
    –Sí.
    –Iré con ellos, a ver si la han visto -–se levanta de la cama y camina hacia ellos.
    –Lo soy, ¿sabes? – le responde casi gritando. Ella, sorprendida y sin voltear, le pregunta:
    –¿Qué?
    –Tuya.
La pequeña sólo hizo un gesto de agrado y siguió caminando entre ellos, siempre entreverándose cada vez más y más. De pronto, uno de ellos se levanta y sin gesticular le dice:
    –¡Trataré de hacer que ella te considere! –cae estrepitosamente entre los pesados pasos y, cerrando los ojos e incorporándose en posición fetal, se queda ahí por unos segundos. De pronto escucha su vocecita.
    –Sabes que no te haría daño –ella abre los ojos y responde:
    –¿Lo sé? –se incorpora y la vocecita se coloca frente a ella.
    –Lamento que te hayas sentido mareada… pero hablaremos con “ellos” otro día, tal vez pronto. Creo que realmente te gustará mucho conocerlos.
    –No eres mi amiga, ¿cierto?   
    –Creo que me subestimé al creer que te agradaría vivir.
    –No, no. Me refiero a que…no creo que estés… aquí.
    –¿Me perdí?
    –¡No! Es sólo que… siento como si hubieses sido forzada a entrar en un lugar en el que no cabes; además, eres un poco… cruel.
    –Entonces, ¿crees que no eres tú misma? ¿Crees que eres una posesión maligna? Porque si crees que soy una posesión maligna, eso sería… desagradable.
    –No estoy segura. Creo que existe una forma de… ver si existes; y si te encuentras ahí, lograrás ver.
    –Si es para vivir… –la pequeña baja la mirada y lanza un profundo suspiro–. ¿Qué?
    –Estar en este plano físico, o entrar en el…vivir, es como una proyección visual, es muy intenso. Necesito ser tu ancla, mantenerte en este plano también.
    –Confío en ti.
    –Es diferente de todo lo que ya has vivido…
    –Confío en ti.

 

Comparte este texto: