¿Por dónde se empieza a escribir sobre Santiago Auserón? ¿Por su desbocada trayectoria al frente de Radio Futura, la agrupación considerada por muchos como la mejor de la Movida española de los años ochenta? ¿Por su voz, de clara personalidad? ¿Por su búsqueda con el pseudónimo de Juan Perro, que lo ha llevado a explorar hasta la fecha diversas tradiciones musicales del mundo para crear un producto absolutamente original? ¿Por sus dotes como letrista, acaso el más fino de la música española desde hace años? ¿Por su interés en la filosofía, disciplina en la que se ha doctorado por la Complutense de Madrid y desde la cual ha indagado sobre las múltiples vertientes rítmicas que dan forma a la música de España? ¿Por su labor de rescatista sonoro que lo llevó —antes que Ry Cooder y su Buenavista Social Club, hay que decirlo— a recopilar y difundir el trabajo de los viejos soneros cubanos como Compay Segundo?
En el limitado espacio disponible, y con el pretexto de su participación como parte de la delegación madrileña en la FIL 2017, habrá que referirse un poco a todo lo anterior, porque todo ello conforma la identidad múltiple —pero congruente, eso sí— de este hombre nacido en 1954 en Zaragoza.
Radio Futura era un proyecto colectivo desde el que Auserón se fue consagrando como compositor de canciones eficaces e intensas que demostraban las posibilidades líricas del castellano en el terreno del rock. El grupo se dejó contaminar por las influencias europeas y norteamericanas en boga, pero con la brújula bien orientada hacia lo latino, fusión en la que fueron una especie de pioneros. Pero la transición de Radio Futura a Juan Perro es lo que verdaderamente marca la consolidación y madurez de Santiago. Luego de investigar sobre el son cubano y otras músicas de la isla, produce cinco discos a principios de los noventa —Semilla del son, donde recopila a músicos tradicionales— y más adelante la Antología de Francisco Repilado, Compay Segundo. Al mismo tiempo va dando forma a su personaje «Juan Perro», un tipo cualquiera donde se resumen, entre otras, las tradiciones del trovador medieval, el bluesman del Mississippi y el sonero cubano. Las canciones que Santiago compone en esta faceta abrevan de todo ello, pero conservan una voz única que desde su primer disco, Raíces al viento —grabado entre La Habana y Londres—, anticipan una búsqueda que ya para entonces era descubrimiento. Desde ahí —1996— este Perro ha caminado con paso firme pero cauteloso: apenas un puñado de discos con pausas a veces largas entre ellos: La huella sonora (1997), Mr. Hambre (2000), Cantares de vela (2002), Río Negro (2011), El viaje (2016); y en los intermedios ha incursionado en terrenos varios: con su hermano Luis en la deliciosa recopilación de traducciones del rock clásico Las malas lenguas, publicado en2006, con el proyecto La Zarabanda en 2013, o con la Original Jazz Orquestra en 2008, versionando en los dos últimos casos canciones de todos sus discos previos. En cada uno aparecen, sin falta, sonidos de la negritud africana, el son, el blues, el flamenco y hasta alguna ranchera mexicana.
Paralelamente a su trabajo como creador, Santiago ha estudiado, con verdadero ahínco, filosofía. En un texto explica que su interés viene de muy lejos:
Trabajaba como aprendiz de delineante cuando, a los dieciséis años, experimenté como una revelación el deseo de estudiar filosofía. Los modelos imperantes en la España de la época, venerados por la clase trabajadora, aconsejaban estudiar más bien ingeniería, pero en el manual de sexto de bachillerato me encontré con la idea kantiana de que el espacio y el tiempo eran fenómenos condicionados por la percepción subjetiva. Ante tal descubrimiento, comprenderán ustedes que los caminos, canales y puertos de la geografía española quedasen de inmediato fuera del abanico de mis pasiones adolescentes.
Auserón es, pues, un músico que reflexiona sobre su quehacer pero que lleva sus estudios a la práctica. Un vistazo a El ritmo perdido, su tesis doctoral convertida en libro —y con presentación incluida en la fil 2017 gracias a la edición de la Universidad de Guadalajara—, lo confirma. Se trata de un estudio «sobre el influjo negro en la canción española» en el que revisa las raíces culturales desde su propia experiencia profesional, pero con gran rigor histórico, entendiendo la importancia del pasado para aquilatar el presente y crearlo desde otra perspectiva: «A los más jóvenes les parece innecesario volver la vista atrás para tomar referencias, llevados por la pulsión del consumo que ha adquirido proporciones de descubrimiento sin salir de casa», afirma en su libro. Y es que él ¡vaya que ha salido de la comodidad de su casa!
De su vena como escritor hay que citar también numerosos artículos publicados aquí y allá y que están parcialmente reunidos en su «Cuaderno» dentro del sitio web lahuellasonora.com. También hay que mencionar el recién aparecido Semilla del son, libro que escribió por invitación de Cubadisco en 2017 y donde cuenta brevemente cómo la música popular cubana germinó en suelo español.
En lo musical, Juan Perro volvió a sorprender en 2016 con El viaje, un disco absolutamente desnudo donde decide cantar un puñado de canciones sin más acompañamiento que su propia guitarra. El disco es deslumbrante en su aparente sencillez y confirma que el valor de una canción muchas veces no está en el arreglo que la viste sino en lo que dice con letra, música y voz. Ya hemos sido testigos un par de veces en Guadalajara de la sencillez y la contundencia del formato guitarras-voz con el que Juan Perro se ha presentado en compañía de su cómplice Joan Vinyals. Sin embargo, a Auserón le encantan ambas cosas: el formato intimista en el que puede relatar largas historias que introducen cada canción, y el otro, el de muchos músicos participantes con una instrumentación exuberante, como el que trae a Guadalajara con motivo de la fil: un sexteto que, se lee en la gacetilla publicitaria, ofrece una sonoridad caliente y experimentadora que recorre las tradiciones afronorteamericanas, latinas e ibéricas. En Guadalajara, qué privilegio, comienza el periplo americano de Juan Perro, que incluye ciudades de México y América del Sur para culminar en el que es casi lugar de nacimiento del alter ego auseroniano: La Habana.