Dos productos audiovisuales documentan parte de la historia musical de Guadalajara: Jericajazz, Jazz en tierra mojada,, de Jorge Bidault, y La Revo, Sing a Song of Love, de José Leos. Ambos se estrenaron en el pasado Festival de Cine de Guadalajara. A los dos jóvenes directores los conozco y tuvieron la gentileza de entrevistarme para sus respectivas producciones. No suelen gustarme las entrevistas que me hacen, siento que las preguntas me suelen tomar desprevenido, y mis respuestas rara vez me satisfacen. Es raro, porque una buena parte de mi vida la he dedicado a entrevistar gente; concluyo que soy mucho mejor entrevistador que entrevistado. Por suerte, en los dos trabajos me incluyeron poco, es decir: me editaron mucho. Gracias, Jorge y Pepe.
Los dos trabajos están emparentados y se refieren a una época poco documentada de la historia cultural de Guadalajara. Al ser ambos realizadores más bien jóvenes, sorprende su interés por algo que sucedió hace tanto, pero supongo que los buenos documentalistas a eso se dedican: a indagar en las cosas, aunque hayan sucedido en tiempos ajenos a ellos. A los dos evidentemente les interesa la música y han querido dejar un registro de momentos y personajes valiosos para la cultura regional.
La opera primade Jorge Bidault se llama Con el alma en una pieza. La historia de El Personal, y en ella narra la accidentada historia de aquel grupo, El Personal, surgido en Guadalajara a finales de los ochenta. Ahora aborda el jazz de la misma ciudad, una música que ha sido tradicionalmente marginal y se ha refugiado en ciertos ámbitos cerrados. Su proyecto surgió de una generosa iniciativa de la saxofonista, clarinetista y compositora francesa-tapatía Nathalie Braux, quien decidió hacer un libro para dejar constancia de la historia del jazz en la ciudad y le pidió a Jorge que registrara las entrevistas que hizo. De ahí surgió la inquietud por hacer un documental complementario del libro. Varios músicos que aparecen en el film comenzaron sus carreras en la década de los setenta y tuvieron su época de auge en los ochenta y parte de los noventa. Dada la marginalidad de los jazzistas, hay poco material visual de sus presentaciones: algo rescatado del Coppenhagen, el mítico sitio junto al parque de la Revolución donde el magistral pianista Carlos de la Torre tocaba diariamente y palomeaba con cuanto músico aparecía por ahí. Ese lugar emblemático del jazz tapatío fue un restaurante administrado por el melómano Juan Limberopoulos, quien durante muchos años le dio trabajo a Carlos y mantuvo un foro permanente para la improvisación jazzística. Para complementar las entrevistas, Bidault puso a tocar a algunos músicos en un foro actual para tratar de recuperar el espíritu improvisatorio del género. Toda la película está en blanco y negro, decisión afortunada, a mi parecer. Aparecen músicos muy experimentados, como el baterista Javier Soto, el pianista Beto Rivera, el guitarrista Mario Romero, el saxofonista Luis Guerrero y el bajista Mundo Pérez. También hay entrevistas con la propia Nathalie, con Willow Brizio y su esposa Beverly Moore, con los bajistas Jorge Salles y José Luis Muñoz y el percusionista Felipe Espinoza Tanaka, todos piezas importantes del jazz de Guadalajara. El documental recurre a los talking heads, o sea entrevistas a cuadro con los personajes, que van narrando, desde su experiencia personal, la atribulada historia del jazz tapatío. En esa historia hubo protagonistas que pusieron su granito de arena en distintos momentos. Pienso en Juan José Verján, pianista pionero; en Memo Olivera, baterista surgido del rock que después se convirtió en uno de los promotores más entusiastas del jazz en la ciudad; en Ernesto Jägger, director del Instituto Goethe y responsable de que vinieran muchos jazzistas europeos a estos rumbos; en Rogelio Flores, quien animó algunos festivales y abrió una tienda de discos especializada; en Sara Valenzuela, quien desde hace años produce un programa de radio y sigue la ruta de la promoción nacional e internacional del jazz. En fin, la lista no se agota, y ahora tanto Jorge como Nathalie contribuyen a su necesaria documentación. Se trata, pues, de un trabajo muy digno que deja constancia de una historia poco relatada.
Por otra parte, el documental de José Leos prescinde casi totalmente de los talking heads y más bien recurre a animaciones psicodélicas y a fotos de época manipuladas. Las voces de los entrevistados son mayoritariamente en off y cuentan la historia de La Revolución de Emiliano Zapata, aquel grupo que en la década de los setenta trascendió las fronteras jaliscienses con esa peculiar canción llamada «Nasty Sex». La Revo, como se le ha conocido, surgió en la colonia tapatía Jardines del Bosque en 1970; luego de su éxito radial en Guadalajara migraron a la Ciudad de México, alentados por su compañía discográfica. Fueron protagonistas de la película de Jaime Humberto Hermosillo La verdadera vocación de Magdalena,donde Javier Martín del Campo, el guitarrista, hizo de novio de Angélica María. Poco después vinieron la desbandada y el cambio de carril. Se dedicaron a la muy provechosa labor
—para ellos— de tocar baladas románticas. En cierto modo fueron precursores del movimiento grupero, y durante quince años giraron con ese concepto, tanto en México como en Estados Unidos. En épocas más recientes, el propio Javier regresó a la senda del rock, tocando en pequeños bares de Guadalajara.
El documental se centra, precisamente, en la figura de Javis, el guitarrista, principal compositor y quien ha mantenido vigente al grupo. Ello fue motivo de discordia: me tocó ver, al final de la première, una escena desagradable en la que el baterista original del grupo reclamó el enfoque del film, airadamente y con ánimo beligerante —¿ego herido?—, al productor, Ricardo Sotelo. Ciertamente, la historia de La Revo ha tenido sus conflictos: desavenencias entre los integrantes y aquel cambio de estilo musical, del rock a la balada, que fue calificado de «traición» por sus seguidores. Todo ello aparece en la película como tema importante: los exitosos y muy jóvenes roqueros se enfrentaron a la satanización musical derivada del festival de Avándaro e, inexpertos, fueron convencidos por representantes oportunistas para dedicarse a algo más redituable. Aunque Javier insiste en la película en que no se arrepiente de las decisiones que tomó, la sensación que queda al final del documental es agridulce: por una parte se reconoce la importancia del grupo, sobre todo en aquella época de efervescencia rocanrolera, pero por otra se percibe la frustración de no haber podido llegar más allá. Es significativa una escena en la que el grupo toca, en épocas recientes, en un antro llamado Fbolko, ante un público más bien escaso que prefiere jugar en las mesas de futbolito antes que poner atención a la música.
A mí me parecen valiosas las dos películas. Dan fe de una época, de una historia semioculta, de personajes con frecuencia menospreciados que, mal que bien, son parte de la cultura de estas tierras occidentales. Y creo que contribuyen a combatir la mala memoria que con frecuencia aqueja a la cultura local.