A Juan José Arreola le gustaba hablar, hay quien dice que más que escribir. Hablaba acerca de todo y era, no hay dudas, erudito en muchos temas. Sus frecuentes apariciones en televisión lo testifican: disertaba largamente sobre algunas de sus pasiones, como el ajedrez, la poesía o el tenis, pero también sobre asuntos que le importaban mucho menos o que ni le gustaban, como el futbol. Hasta llegó a ser comentarista, uno que frecuentemente se iba por las ramas, en las transmisiones de algún Mundial. «Hablaba con la misma suficiencia tanto de lo que conocía como de lo que le era desconocido», escribió alguna vez Emmanuel Carballo.
Se sabe que, entre lo que sí conocía, estaba la música: era melómano, aunque me parece que son pocos los textos que publicó sobre ello. Sin embargo, hay señales de que transmitió cierta información genética al respecto: sus nietos Alonso y José María son músicos destacados; Alonso Arreola es un virtuoso bajista, compositor y productor —y, además, columnista de temas musicales en La Jornada—, mientras que Chema se desempeña como notable baterista en proyectos como Monocordio o San Pascualito Rey, y también ha incursionado en las letras.
¿Pero qué música le gustaba en realidad a Arreola? Para saberlo, qué mejor que recurrir a quienes convivieron con él de manera cercana. Su hijo Orso me dice que el orden de sus preferencias instrumentales iba así: el violoncelo, luego el violín y después la guitarra. Respecto a este último instrumento, le fascinaba el flamenco, en especial el de Sabicas, pero no el de Paco de Lucía, y en la última etapa de su vida escuchaba con insistencia a la dinastía de Los Romero.
Durante sus muchos años en la capital del país, Arreola escuchó la xela, la legendaria emisora dedicada a transmitir música de concierto cuyo lema era «Buena música desde la Ciudad de México», y que desapareció en 2002, cuando el concesionario, Grupo Imagen, decidió que sería más rentable transformarla en emisora deportiva.
Me dice Orso: «Le gustaba el canto gregoriano. La familia Bach era su adoración. Mozart y luego todo el romanticismo en el piano. Los grandes músicos mexicanos del siglo xx».
Por su parte, el nieto Alonso rememora las peculiaridades musicales de su abuelo: lo entusiasmaban los muchos y diversos proyectos de Jordi Savall; coincide en señalar a Bach entre los predilectos, pero añade también a Chopin y Tchaikovski. Lo recuerda escuchando apasionadamente el cante jondo flamenco y a directores de orquesta como Celibidache y Leonard Bernstein. El jazz no lo entusiasmaba, aunque sí le agradaban las obras orquestales de Gershwin. Curioso como era, un día fabricó con sus manos un laúd renacentista y tenía una armónica cromática que acaso trataba de tocar en la intimidad. Eso sí: del rock ni hablar, nunca le entró, pero, teniendo dos nietos rockeros, los consintió a regañadientes financiándoles instrumentos: un bajo eléctrico a Alonso y un set de platillos para la batería de José María. En lo que sí estuvo siempre al día, me dice Alonso, es en los gadgets y reproductores musicales que aparecían, aunque no llegó a tener un iPod.
En cuanto a otros intereses, más ligados a lo popular, en la antología que realizó Saúl Yurkievich para el Fondo de Cultura Económica, me topé con un delicioso texto de Arreola —«Lara imaginario»— que originalmente se había publicado en 1980 en el libro Agustín. Reencuentro con lo sentimental, de la editorial Domés. Fue un texto por encargo, es de suponerse, pero está escrito con la gracia y la inteligencia habituales en Arreola, y nos permite acercarnos al gran compositor veracruzano de una manera muy original, con párrafos como éste:
Una de las cosas que más me importan en las músicas y letras de Agustín Lara es el enorme redoble de tambor de pasodoble que resuena en su ámbito taurino, como si de pronto el mundo fuera a acabarse, y que es el último estertor de admiración con que asistimos al trapecista que ejecuta en el circo el más difícil de los saltos mortales, ése en que quisiéramos, de una vez por todas, morirnos con él, salvando también de una vez por todas nuestra vida en un brinco de corazón…
O este otro:
Agustín Lara se dedica en los años atroces de la Revolución Cristera a rescatar las almas femeninas prostituidas dentro de los cuerpos comprados a bajo precio o por la mala. Se le llama, sin más ni más, promotor del vicio y se le acusa de propagar, como si fueran impunes, los valores malgastados del erotismo comercial. Esos de la mujer en pública subasta […] Yo sé, y lo confieso porque él mismo me lo dijo en una noche confidencial, que en su trato con prostitutas halló algunas de las notas más puras de humanidad que le fue dado escuchar a lo largo y a lo ancho de toda su vida…
Sabemos, pues, que la música acompañó a Juan José hasta el final de sus días. Sabemos también que una envidiable musicalidad siempre estuvo presente en su prosa. No es mala idea leer a Arreola en voz alta y acaso hacerlo con alguno de los fondos musicales que lo apasionaban… ¿Lo probamos?