Ciudad de México, 1963. Su libro más reciente es Desde el enigma. Antología personal (Doble Fondo XVI, Biblioteca Libanense de Cultura, 2023).
A Marcelo Sergio Castillero Manzano
1.
Silenia tomaba la motocicleta y recorría las carreteras del mundo. Se sentía como si fuera en la cresta de una ola, altísima dominaba el horizonte. La velocidad era una sensación que disfrutaba, cada vez más rápido hasta casi romperse en contacto con el viento. Primero cruzaba las calles de la colonia Jardines de San Mateo: Chabacanos, Naranjos, Robles, Fresnos, Álamos, Cedros. Veía pasar los árboles; le tocaban la cara hojas de distintos verdes. Más allá Pirules y después Echegaray y el Periférico. Podía llegar a Satélite, irse a Querétaro y seguir.
Silenia habría querido saltar los límites del tiempo, mientras viajaba por carreteras imaginarias; habría querido ser ese personaje que tanto le atraía, tener cabello rizado, tez morena y ojos audaces. Sentía cómo la sangre se agitaba dentro de su cuerpo de niña porque en ese recorrido lograba ser una estudiante del CCH Naucalpan y hablar de Marx, recibir una educación experimental que por primera vez se daba en los planteles de bachillerato de la UNAM, ser una alumna en el centro del acto educativo capaz de cambiar su medio y a sí misma, convertido el estudio en un quehacer dinámico. Aprender a aprender repetía Silenia al borde de los caminos. Y se transformaba en él, en ese personaje interesante y vigoroso. Asistía a las manifestaciones por Paseo de la Reforma en contra de la represión, en repudio a la matanza del ’68, en apoyo a Salvador Allende o a Julio Scherer posterior al golpe del periódico Excélsior. Tocaba la batería y escuchaba los discos de Juan Manuel Serrat. Cantaba canciones de Víctor Jara, Mercedes Sosa o Joan Baez y otras más que aprendió en los festivales de Woodstock y Avándaro. No, no nos moverán, gritaba Silenia subida en el vehículo azul.
Nadie podía verla, salía a escondidas y en silencio. En casa la creían jugando con sus muñecas, pero en realidad ella iba lejos en una carrera contra la realidad. Encontraba caminos que se bifurcaban, a veces elegía ponerse unos guantes negros y cantar canciones brasileñas; otras, prefería únicamente mirar calles, banquetas, gente; muchas veces sólo surcaba carreteras percibiendo la velocidad: sentía una dicha indescriptible.
2.
Silenia era una niña soñadora, cada día vertía sobre su cama una historia diferente, le gustaba ser empleada de una carnicería y hacía con plastilina cortes finos para ofrecerle a los clientes, también conversaba con sus muñecos que la llamaban Linda. Convertía el baño en universidad y era ella misma una investigadora. Luego hacía familias con las canicas y las emparentaba por los colores y reflejos que salían de sus cristales.
El juego que más difrutaba era subirse a la cabecera de su cama, convertirla en la motocicleta de Marcelo —su hermano mayor— y transformarse en él. Así es como lograba conocer el mundo que se le tenía vedado por su edad, así es como pudo saber sobre las injusticias y los saberes de un preparatoriano, así fue como aprendió a tocar la guitarra y a cantar canciones de protesta. Subida en la cabecera de su cama, Silenia fue múltiples veces Marcelo.
3.
Alguien vivía en la habitación de Silenia, nunca pudimos darnos cuenta de quién se trataba. Un ángel o un diablo, alguna fuerza que la hacía mirar más allá de los muros y salir sin desplazarse. Puede ser que sólo fuera un sentimiento de nostalgia, o una predicción de lo que pasaría años después.
Pero la cama está vacía y los años sobrevinieron. Chabacanos 44. No hay rastro de la moto. Al entrar sólo se escucha el eco de nuestros pasos, peor, sólo nos vemos a nosotros mismos. Silenia y la cabecera permanecen. No las vemos aunque percibimos su olor, las huellas y los mapas de sus recorridos dibujados en el aire.
¿Es el vacío esa presencia tensa y natural? Pasamos hasta el fondo de la recámara sin resistencia, ahí están los atributos, una irradiación vital proveniente de algo ausente, las cualidades de un entorno lleno de significados.
4.
Miro las cortinas moverse y detrás, pájaros que beben un néctar invisible a mis ojos. Se levanta una frescura de tiempos remotos. Hay presencias que bajaron de alguna historia, vienen de la parte secreta del espíritu. Las paredes blancas y el cuarto vacío comprenden mis plegarias.
La naftalina ha subido hasta mis sienes, ha llegado a los oídos y ahora hasta los muertos regresan; en un abrir y cerrar de ojos están los otros. Ignoro si es sagrada o diabólica esta nada que inunda y llena la casa vacía. Silenia aparece en su performance. Tintes, disfraces, álbumes, notas, aromas, pestañas y sombras. Ráfagas de recuerdos, más bien, de trazos de vida que montan por mi piel y me habitan. Un pozo profundo con tesituras de telas, cabellos, palabras que son hebras de voces muy vivas, luego desvanecidas y después salen de la habitación.
5.
Enseguida su rostro. Moreno, sin edad, enormes ojos color obsidiana, nariz afilada, labios carnosos y risueños; en sus pestañas un brillo azabache. Se acerca, nos mira, viene con una tribu no humana detrás de él. Una multitud de seres con fuerza en sus cuerpos, como para decirnos dónde están los huecos de las cosas, dónde se encuentran sus escencias. Lo acompañan y nos dan su presencia como símbolo, los sentidos de ese eco y ese resonar dentro del cuarto vacío. Ellos lo llenan. Y nosotros pequeños en esta dimensión terrena, en esta radicalidad de existencia humanamente razonada, nos asombramos, arrinconamos nuestra perspectiva. Empiezan los senderos, destellos, diálogos, gestiones, noticias e intercambios entre aquellos seres inasibles. ¿Serán rastros de los muertos o designios de los dioses? Tal vez sea la misma gramática, los secretos compartidos de un conocimiento superior e inquebrantable. La sintaxis del misterio.
6.
Después, el corazón roto. Ya no volvió Silenia ni los susurros de la moto, ni las aventuras por carreteras y reinos. ¿Se agotó la nostalgia? El cuarto vacío.