Preparatoria de Tonalá
Estaba tan metida en mis pensamientos, que no me di cuenta cuánto tiempo llevaba mirándome. Si no hubiese sentido su mirada clavada en mí, no lo habría notado. Nuestras miradas se encontraron por un momento, y fue suficiente para sonrojarme. En realidad, era bastante atractivo.
Sonreí y volví mis ojos a mi café, del cual se desprendía un agradable aroma. Una de las empleadas del lugar se acercó para decirme que me habían enviado un mensaje. Tomé el papel, leí, e inmediatamente saqué una lapicera y contesté. Lo entregué a la empleada. Ésta, impaciente, se apresuró a llevárselo. Lo vi mientras leía mi respuesta. Él me miró y sonrió. Fingí que no me interesaba y volteé hacia la ventana.
-¡Hola! -escuché una voz amable.
Volví la mirada a donde la voz y me sorprendí al verlo sentado frente a mí. Sonreí, pero no dije nada. Estaba nerviosa. Sabía que no era fea, pero sí muy tímida y no acostumbraba hablar con chicos tan atractivos.
-Tu café se enfrió –dijo, llamando mi atención.
-¡Ah, sí, ya lo había notado!
Lejos de sonar amable, mi respuesta pareció insulto. Él sonrió con un gesto sarcástico.
-¡Ah… lo siento! ¡No era mi intención!.. –agregué, sin atinar a decir una sola frase coherente.
-No te preocupes -me interrumpió-, está bien. -Calló por unos segundos y prosiguió-: Debo decirlo: desde que llegué aquí noté que eres muy hermosa, y te miraba discretamente.
“¡Ja! ¿discretamente?” –pensé. Él parecía esperar una respuesta, pero continúo:
-¿Puedo saber tu nombre?
-Elisa –contesté.
-Bueno, Elisa, yo soy Carlos; un placer -me dijo, dándome la mano para saludar. Entonces levanté torpemente la mano y se la di, asintiendo con la cabeza. Estaba demasiado nerviosa, tanto que casi olvido que debía ir al trabajo.
-¿Quieres otro café? -preguntó.
-Lo siento, debo irme -contesté, al tiempo que levantaba una mano para llamar a la mesera. Carlos hizo una mueca de desagrado.
-Bueno, pero nos volveremos a ver, ¿no es así?
–Okay -contesté torpemente. Saqué dinero de mi bolso para pagar, pero él se adelantó.
-¡Gracias! -le dije. Entonces me puse de pie, pero me detuvo.
-¡Oye!, ¿puedo llamarte Eli? -preguntó.
Más segura de mí misma, contesté:
-¡Claro!