En Florencia

Nuno Júdice

Mexilhoeira Grande, Portugal, 1949-2024. Fue ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2013. Su obra lírica fue compilada y traducida al español por Lauren Mendinueta en Cómo se hacía el poema. Antología poética (1972-2022) (Animal Sospechoso, 2022).

Como si la batalla estuviese ganada en los Uffizi, Paolo
avanza con su ejército —los caballos
negros, guerreros de escudos simétricos, lanzas como
lápices afilados para el ejercicio— por el corredor
de frente. Lo espero en el bar del museo,
el mejor sitio que existe en cualquier museo
para estar (no, a veces hay sofás colocados en medio
de la sala, desde donde se tiene una vista para los cuadros
mayores, aquellos que muestran escenas de tormenta, naufragios,
barcos perdidos como pedazos de madera en el vórtice
de las aguas); y tomo un jugo de manzana, caliente, porque el
refrigerador no funciona. Esto sucede
a veces, en verano y en el calor de la batalla: los ejércitos
frente a frente, y Paolo listo para dar la orden
de ataque, como si de ello dependiese la suerte del mundo. Es
verdad que el pintor es él; y le toca explicar
por qué la escena tiene un tono tan geométrico que casi
no se da porque hay sangre, polvo y lodo,
cuando la sangre y el polvo se confunden. Lo que domina, sin embargo,
no son las leyes de la guerra, sino las reglas del color y de la
proporción; todo les obedece, como si ahora la única batalla
a ganar fuese la de la luz. Lo que no es
poco, dice Paolo, al avanzar por el corredor con los pinceles
y los tubos de pintura con que va a corregir la escena: «Los
caballos están mal, me dice, son negros
y deben ser azules porque, en una batalla, sólo los caballos
azules son invencibles». Le pregunto por qué; y él me dice que
es porque se confunden con el color del cielo. Estamos entonces en una
batalla de ángeles y de hombres; y los guerreros que montan
los caballos azules parecen vestidos de fuego, llevando
sobre su cabeza los rayos que han de fulminar
a los enemigos y quemar la hierba del campo. «Aquí
nada volverá a crecer». A no ser el amor. Una planta
terca como el deseo que existe entre la tierra seca y el cielo
repleto de nubes prontas a deshacerse en agua. Un
amor sin límites, en el centro del invierno. Puedo, entonces, salir
de los Uffizi. La plaza continúa en obras, lo que es común
en estas plazas antiguas. Una huelga en el transporte me obliga a
caminar hasta la estación. Detrás de mí, galopan los caballos
azules de Paolo Ucello: y sus cascos retumban en mis
oídos hasta que entro en el vagón, me siento, y dejo
atrás Florencia, a la vez que el rodar de los vagones
se convierte en el ritmo uniforme de los caballeros que corren
unos en dirección de los otros, en la simetría exacta de los segundos
que anteceden la batalla.

Versión del portugués de José Javier Villarreal

Em Florença

Como se a batalha estivesse ganha nos Ofícios, Paolo / avança com o seu exército — os cavalos / negros, guerreiros de escudos simétricos, lanças como / lápis afiados para o exercício — pelo corredor/ adiante. Espero por ele no bar do museu, que / é o melhor sítio que existe em qualquer museu / para se estar (não, às vezes há sofás que ficam no meio da / sala, de onde se tem uma vista para os quadros / maiores, aqueles que mostram cenas de temporal, naufrágios, / barcos perdidos como pedaços de madeira no vórtice / das águas); e tomo um sumo de maçã, quente, porque o / frigorfico do balcão está avariado. Isto acontece / às vezes, no verão, e no calor da batalha: os exércitos / postos frente a frente, e Paolo pronto a dar a ordem / de ataque, como se disso dependesse a sorte do mundo. Ê / verdade que o pintor é ele; e cabe-lhe explicar, assim, / por que é que a cena tem um tom tão geométrico que quase / não se dá porque há sangue , pó e lama, / quando o sangue e o pó se confundem. O que domina, porém, / não são as leis da guerra mas as regras da cor e da / proporção; tudo lhes obedece, como se agora a única batalha / a ganhar fosse a da luz. O que já não é/ pouco, diz Paolo, ao avançar pelo corredor com os pincéis / e as bisnagas de tinta com que vai corrigir a cena: «Os / cavalos é que estão mal, diz-me, estão negros / e deviam ser azuis porque, numa batalhla, só os cavalos / azuis são invencíveis.» Pergunto-lhe porquê; e ele diz que / é porque se confundem com a cor do céu. Estamos então numa / batalha de anjos e de homens; e os guerreiros que montam / os, cavalos azuis parecem vestidos de fogo, trazendo / na cabeça os raios que hão-de fulminar / os inimigos e queimar a erva do campo. «Aqui / nada mais voltará a crescer.» A não ser o amor. Uma planta / brusca como o desejo que existe entre a terra seca e o céu / carregado de nuvens prontas a desfazerem-se em água. Um / amor sem limites, no centro do inverno. Posso, então, sair / dos Ofícios. A praça contin ua em obras, o que é normal / ne stas praças antigas. Uma greve de autocarros obriga-me a / ir a pé até à estação. Atrás de mim, correm os cavalos / azuis de Paolo Ucello: e os seus cascos batem-me nos / ouvidos até entrar na carruagem, sentar-me, e deixar / para trás Florença, à medida que o rodar dos carris se / substitui ao ritmo monótono dos cavaleiros que correm / uns em direcção aos outros, na simetria exacta dos segundos / que precedem a batalha.

Comparte este texto: