La tenue línea que separaba lo que se sabía y lo desconocido cae y dejamos de ser los que éramos. Cruzar esa frontera entraña peligros y temores. Intuimos que no podemos quedarnos en la puerta. Que no podemos estar con un pie en el antes y otro en el después. El resplandor o la oscuridad de la revelación nos llevará a una dimensión inimaginada. Si lo hubiéramos hecho, no nos atreveríamos a cruzar el umbral. Entonces llega ese instante en que todo se aclara y el mundo adquiere un nuevo sentido. O, en el peor de los casos, pierde el que tenía y quedamos en el aire. Llegamos siempre vírgenes a todos los acontecimientos importantes de nuestra vida. Unos suceden a otros hasta llegar a ese momento definitivo, del que no tenemos noticia, ni la tendremos jamás.