Preparatoria 8 / 2015 A
Esta noche me toca guardia. En medio de un atardecer en que lentamente se oculta el sol, el viento golpea suavemente las puertas y ventanas; el frío se hace presente, lento y denso. Me encuentro en el hospital, donde todo está calmado y no hay ruido. Observo caer la noche, lenta, por la ventana: oscura, misteriosa, oculta todo lo visible a nuestros ojos. En la sala de emergencias los gemidos son escasos: se escucha solo un silencio intimidante. Me dirijo hacia una puerta que está entreabierta: de ella sale un resplandor que me atemoriza y a la vez me encanta. Suspiro, siento pánico, avanzo un poco, de puntillas para no hacer ruido, empujo la puerta y observo a varias personas: enfermeras. El viento huele a zozobra. Cierro la puerta suavemente. Tengo miedo, tengo pánico. Quiero llorar y solo me quedo pasmada, sin aliento. Escucho cada paso, cada movimiento y siento que mi corazón va a explotar.
La cerradura de la puerta se mueve lentamente y entonces veo al médico. Toma mi mano y me abraza. Me susurra al oído “no se pudo hacer nada más, estarás bien” y se retira. Tomo asiento sin entender qué sucede. Comienzo a sentir un nudo en la garganta, me derrumbo. Miro pasar el cuerpo sin vida. Es él, mi padre: ha fallecido.