El primer sueño / Günter Eich

Los Sueños de Günter Eich se transmitieron el jueves 19 de abril de 1951, a las 20:50 horas, un poco más tarde de lo acostumbrado. La radiodifusora quería asegurarse de que los niños estuvieran dormidos. Lo que sucedió con esta transmisión se ha comparado con lo acontecido cuando salió al aire en Estados Unidos La guerra de los mundos, de Orson Welles. También los cinco sueños de que consta la pieza de Eich provocaron histeria en los escuchas adultos alemanes, pero de otro tipo: hubo miedo, irritación, furia y llamadas airadas, una de ellas pidiendo el encarcelamiento del autor. En cinco sueños, soñados por cinco personajes ficticios de los cinco continentes, Eich resumía las amenazas y los miedos de los que la mayoría de los alemanes buscaba escapar seis años después de la guerra. Metafóricamente, Eich abordó la alienación, la expulsión, la guerra y el vacío interior de la gente en una sociedad obsesionada por el consumo.

Personajes
Anciano
Anciana
Nieto
Mujer
Niña

La noche del 1 al 2 de agosto de 1948, el maestro cerrajero Wilhelm Schulz, de Rügenwalde, Transpomerania —ahora de Gütersloh, Westfalia—, tuvo un no muy agradable sueño, el cual no se debe tomar en serio considerando que el ahora difunto Schulz sufría comprobadas dolencias estomacales. Los malos sueños provienen de un estómago muy lleno o muy vacío.
Un tren que rueda despacio. Las voces en el vagón.

Anciano:         Eran las cuatro de la mañana cuando nos sacaron de la cama. El reloj de pie daba las cuatro.
Nieto:          Siempre cuentas lo mismo. Es aburrido, abuelo.
Anciano:          ¿Pero quién nos sacó?
Nieto:          Cuatro hombres de rostros inescrutables, ¿no es así? Tanto nos recuerdas tu pasado cada día. ¡Cállate y duérmete!
Anciano: ¿Pero quiénes eran los hombres? ¿Pertenecían a la policía? Llevaban un uniforme que yo no reconocí. No era realmente un uniforme, sino que los cuatro llevaban el mismo traje.
Anciana:          Yo creo que sin duda eran los bomberos.
Anciano:          Eso dices siempre. ¿Pero por qué unos bomberos habían de sacarnos de la cama y encerrarnos en un vagón de mercancías?
Anciana:          No es más raro que si hubiese sido la policía.
Anciano:          Con el tiempo uno se acostumbra a eso. La vida que habíamos llevado hasta aquel día era realmente muy rara.
Mujer:          Ya lo creo, debió haber sido bastante rara.
Anciano:          ¿Finalmente es normal vivir en un vagón de mercancías?
Anciana:          Silencio, no puedes decir eso.
Mujer:          ¡Sí, cállense! ¡Qué necio parloteo! [Más bajo] Acércate, Gustav, dame calor.
Nieto:          Sí.
Anciano:          Hace frío. ¡Acércate también, vieja!
Anciana:          Ya no sirvo mucho para dar calor.
Anciano:          ¿Hace cuánto tiempo que debimos dejar nuestra casa? ¿Hace cuánto tiempo que vamos en este vagón?
Anciana:          Ningún reloj, ningún calendario… Pero los niños crecieron entre tanto, y los nietos crecieron, y cuando está un poco más claro…
Anciano:          Quieres decir cuando afuera es de día.
Anciana:          …cuando está un poco más claro y te puedo ver la cara, me doy cuenta, por las arrugas, de que eres un viejo y yo una vieja.
Anciano:          De seguro llevamos aquí cuarenta años.
Anciana:          Sí, más o menos. Recuesta tu cabeza en mi brazo. Yaces tan rígido.
Anciano:          Sí, gracias.
Anciana:          Acuérdate: había algo que llamábamos cielo y árboles.
Anciano:         Detrás de nuestra casa subía el camino casi hasta los linderos del bosque. En los prados florecía en abril el diente de león.
Anciana:         Diente de león… ¡Qué raras palabras utilizas!
Anciano:         Diente de león, acuérdate, una flor amarilla, los prados amarilleaban, del tallo salía un jugo blanco lechoso. Y cuando florecía, había esferas blancas lanosas sobre los tallos, y las semillas emplumadas salían volando cuando uno les soplaba.
Anciana:         Lo había olvidado por completo, pero ahora me acuerdo.
Anciano:          ¿Y te acuerdas de la cabra que teníamos en el establo?
Anciana:          Eso lo tengo claro. Yo la ordeñaba todas las mañanas.
Anciano:          En la recámara estaba el ropero, y ahí tenía yo un buen traje azul marino. ¿Por qué pienso en eso? ¡Como si el traje azul marino hubiera sido lo más importante, lo mejor!
Anciana:          ¿Qué era lo mejor?
Anciano:          Todo era bueno, la acacia delante de la casa y los frambuesos en la cerca.
Anciana:          Lo mejor es que éramos felices.
Anciano:          Pero no lo sabíamos.
Anciana:          ¿Cómo se llamaba la flor de la que hablabas hace un momento, la amarilla?
Anciano:          Diente de león.
Anciana:          Diente de león, sí, me acuerdo.
    
Una niña empieza a llorar.

Anciana:         ¿Qué tiene la pequeña?
Mujer:          ¿Qué tienes, Frieda?
Niña:          Siempre hablan de flores amarillas.
Nieto:          Siempre hablan de cosas que no hay.
Niña:          Quiero una flor amarilla.
Nieto:          Eso resulta de tus habladurías, abuelo. La niña quiere tener          una flor amarilla. Ninguno de nosotros sabe qué es eso.
Mujer:          No hay flores amarillas, mi niña.
Niña:          Pero siempre hablan de ellas.
Mujer:          Son cuentos, mi niña.
Niña:          ¿Cuentos?
Mujer:          Los cuentos no son verdad.
Anciano:          No debiste decirle eso a la niña. Sí es verdad.
Nieto:          ¡Entonces muéstrenle las flores amarillas!
Anciano:          No puedo mostrárselas, tú lo sabes.
Nieto:          Entonces es mentira.
Anciano:          ¿Por eso debe ser mentira?
Nieto:          No sólo a los niños, a todos nos vuelves locos con tus historias. No queremos conocer estos cuentos, no queremos saber lo que sueñas día y noche.
Anciano:          No son sueños. Es la vida que llevé en el pasado. ¿No es verdad, vieja?
Anciana:          Sí, es verdad.
Nieto:          Da lo mismo si es verdad o no, ¿piensas que seremos más felices si nos cuentas que antes era más bonito y que algún lugar es más bonito que donde estamos? ¿Que debe haber algo que tú llamas flores amarillas, y unos seres que llamas animales, y que dormiste sobre algo que llamas cama, y que  tomaste algo que llamas vino? Puras palabras, palabras… ¿Qué hacemos con ellas?
Anciano:          Uno tiene que saber, no puede uno crecer sin una idea del mundo verdadero.
Nieto:          No existe otro mundo fuera de éste.
Anciano:          ¿Fuera de esta jaula en la que vivimos? ¿Fuera de este eterno vagón de tren rodante?
Nieto:          Un débil cambio de claro a oscuro, nada más.
Anciana:          ¿Y este débil resplandor de dónde viene?
Nieto:          De la tapa por la que introducen el pan para nosotros.
Anciano:          El pan mohoso.
Nieto:          El pan es siempre mohoso.
Anciano:          Porque no conoces otro.
Anciana:          Ahora escúchame, nieto mío: ¿y quién introduce el pan?
Nieto:          No lo sé.
Anciana:          Entonces sí existe algo fuera de este espacio en el que estamos.
Nieto:          Cierto: pero no será mejor que aquí.
Anciano:          Es mejor.
Nieto:          No sabemos nada y no queremos escuchar ninguna fantasía sobre eso. Éste es nuestro mundo, en el que vivimos. Se compone de cuatro paredes y oscuridad, y rueda hacia algún lugar. Estoy seguro de que afuera no hay nada más que los mismos espacios vacíos que se mueven a través de las tinieblas.
Mujer:         Él tiene razón.
Voces:         Sí, tiene razón.
Mujer:         No creemos en el mundo del que siempre hablan. Tan sólo lo soñaron.
Anciano:          ¿Tan sólo lo soñamos, vieja?
Anciana:          No lo sé.
Mujer:          Miren alrededor: ninguna huella de su mundo.
Anciano:          ¿Y si tuviera razón? Dios mío, hace mucho tiempo. Quizá efectivamente todo lo soñé: el traje azul, la cabra, el diente de león…
Anciana:          …Y yo todo eso lo sé sólo de ti…
Anciano:          ¿Pero cómo llegamos a este carro? ¿No eran las cuatro de la mañana cuando nos sacaron de la cama? Sí, el reloj de pie daba las cuatro.
Nieto:          Ahora comienzas la historia desde el principio, abuelo.

La niña comienza a llorar de nuevo.

Mujer:          ¿Qué pasa, mi niña?
Niña:          Ahí, mira, en el piso.
Nieto:          Un incandescente, brillante bastón. Pero… no se puede asir. Está hecho de nada.
Anciano:          Un rayo de luz. En algún lugar se hizo un agujero en la pared y por ahí entra un rayo de sol.
Mujer:          Un rayo de sol, ¿qué es eso?
Anciano:          ¿Ahora me creen que afuera hay algo diferente de aquí?
Anciana:          Si es un agujero en la pared, se debería poder mirar hacia afuera.
Nieto:          Bien, me asomaré.
Anciano:          ¿Qué ves?
Nieto:          Veo cosas que no comprendo.
Mujer:          Descríbelas.
Nieto:          No sé qué palabras les pertenecen.
Mujer:          ¿Por qué no te asomas más?
Nieto:          No, tengo miedo.
Mujer:          ¿No es bueno lo que ves?
Nieto:          Es espantoso.
Anciano:          Porque es nuevo.
Nieto:          Queremos tapar el agujero.
Anciano:          ¿Cómo? ¿No quieren ver el mundo como realmente es?
Nieto:          No, tengo miedo.
Anciano:          Deja asomarme.
Nieto:          Mira si afuera está el mundo del que siempre hablas.

Pausa.

Anciana:          ¿Qué ves?
Anciano:          El mundo está afuera. Pasa por delante.
Anciana:          ¿Ves el cielo, ves las flores?
Anciano:          Veo el diente de león, los prados amarillean. Ahí están las montañas y los bosques… ¡Dios mío!
Nieto:          ¿Puedes soportar ver eso?
Anciano:          Pero [titubeante] …pero algo es diferente.
Mujer:          ¿Por qué no sigues viendo hacia fuera?
Anciano:          La gente es diferente.
Anciana:          ¿Qué pasa con la gente?
Anciano:          Quizá me equivoco. ¡Asómate!
Anciana:          Sí.

Pausa.

Anciano:          ¿Qué ves?
Anciana: [Asustada] No es gente como la que conocimos.
Anciano:          ¿También tú lo ves?
Anciana:          No, no quiero asomarme más. [Murmurando] Son gigantes, tan altos como árboles. Tengo miedo.
Anciano:          Queremos tapar el agujero.
Nieto:          Sí, queremos taparlo. De esta forma.
Mujer:          Gracias a Dios que de nuevo es como antes.
Anciano:          No es como antes.
Anciana:          Pensar en las flores amarillas me da escalofríos.
Anciano:          ¿En qué podemos pensar ahora?
Anciana:          Los recuerdos me dan miedo.
Nieto:          ¡Cállense! ¿No se dan cuenta?
 
Pausa.

Mujer: ¿De qué?

La niña comienza de nuevo a llorar.

Anciana:          ¿Qué tienes, Frieda?
Nieto:          ¿No se dan cuenta? Algo cambió.
Anciano:          Sí, el mundo afuera.
Nieto:          No, aquí con nosotros.

Pausa, mientras se escucha claramente el rodar de las ruedas.

Mujer:          ¿Por qué lloraste, mi niña?
Niña:          No sé.
Nieto:          Algo cambió. La niña lo notó.
Anciana:          Sé lo que es. ¿No lo sienten?
Mujer: [Murmurando horrorizada] Vamos más rápido.
Anciana:          Sí, vamos más rápido.

Pausa.
El rodar de las ruedas se acelera un poco.

Anciano:          ¿Qué puede significar?
Mujer:          No sé, pero seguramente nada bueno.
Anciano:          Tienen que averiguar si la velocidad se mantiene.
Nieto:          ¿O?
Anciano:         O si aumenta.
Anciana:          ¡Escuchen!

Pausa.
El rodar de las ruedas se acelera más.

Anciano: [Murmurando] Cada vez va más rápido.
Mujer:          Sí, cada vez va más rápido.

El rodar de las ruedas se acelera y se vuelve más ruidoso.

Anciano:          Creo que ocurrirá un accidente. ¿Nadie nos ayudará?
Nieto:          ¿Quién?

El ruido del tren sube a un volumen más alto, se aleja luego a gran velocidad y suena cada vez más lejos.

Nota y traducción del alemán de Víctor Ortiz Partida
Gúnter Eich: Der erste Traum © Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1953

 

 

Comparte este texto: