Siempre habrá una presa fácil para el escorpión:
una piel expuesta a su aguijón traicionero.
La noche es su reino,
la aridez el lugar que sostiene su parálisis.
Dicen también los manuales que abomina de sus semejantes
quizá porque a través de ellos se reconoce
como una criatura rastrera.
Imagina su vientre viscoso
cargado de cerrada violencia.
Basta, sin embargo, un pequeño círculo de fuego
para que el escorpión enloquezca
y se produzca él mismo la muerte.
Y es que hay seres que sucumben a la luz, a todo deslumbramiento.