Guadalajara, Jalisco, 1971. Su libro más reciente es Perspectiva descendente (Medusa Editores, 2024).
Algunos de los poetas más importantes del México moderno son también sus más importantes ensayistas. Si la conciencia literaria de nuestra sociedad ha depositado sobre los hombros de los poetas el peso de la exploración de la libertad, las pasiones y los temores de toda una era, paralelamente ha confiado a los ensayistas la inspección de la identidad colectiva, la tradición, la historia con letra minúscula y la observación de los comportamientos. Y si en la poesía escrita en México ha predominado un tono de melancolía introspectiva, con magníficas excepciones, el ensayo ha sido territorio del humor, el anonadamiento y la reconciliación con la sensatez.
Con la minucia del estudioso y el ímpetu del buen conversador, Daniel Ayala Bertoglio ha dedicado un libro de casi doscientas páginas a un brillante y cordial poeta-ensayista del México de las últimas décadas: Tomás Segovia. Ordenado en cinco capítulos a los que antecede un preámbulo y completa una coda, el volumen se ocupa no de la obra poética de Segovia, que ya fue objeto de un estudio de Lilia Solórzano (Anagnórisis: el espacio de la reconciliación, de 2012), sino de sus ensayos, examinados por Juan Pascual Gay desde otra perspectiva en El huésped del tiempo, de 2013. Inevitablemente, lo mismo Ayala Bertoglio que cualquier otro estudioso de Segovia podría solicitar para sus propios trabajos el título que usó el escritor hispanomexicano en su libro de 2005, Recobrar el sentido, porque no es otra la experiencia ni es otro el esfuerzo al que incita su lectura.
En el primer capítulo, Ayala Bertoglio traza una semblanza biográfica de Segovia en su infancia y adolescencia, cuando el nacido en 1927 se descubre una intensa vocación de poeta. En ese tiempo le fueron decisivas las amistades con Emilio Prados, primero, con Ramón Gaya, después, y con Raimundo Lida, más tarde. Con los dos primeros, naturalmente, Segovia se identificó como español y como exiliado (o, como él prefería decir, «hijo de exiliado», manera elegante de no reconocerse como español sin desligarse de la cultura española, los usos lingüísticos españoles y el entorno familiar español en los que se formó), si bien es importante considerar que tanto Prados como Gaya encarnaron para Segovia una forma singular de marginalidad entre la marginalidad que ya de por sí era propia de los exiliados: la existencia marginal de los artistas poco interesados en la fama y el triunfo económico. Ayala Bertoglio muestra, por ejemplo, cómo Segovia describió a Prados casi como un adulto que viajaba de polizón entre adolescentes, cuando lo que se deja ver es más bien que Segovia, en aquella temprana juventud, era quien procuraba la cercanía y la tutela de poetas y maestros mayores.
La semblanza biográfica es retomada en el segundo capítulo, cuando ya el joven poeta es becario del Colegio de México. En seguida será colaborador de la Revista de la Universidad y la Revista Mexicana de Literatura, miembro de la generación de Medio Siglo, jefe de redacción por un año de la revista Plural y, por supuesto, traductor. En la traducción, a decir verdad, coincidirán más de una vez el Segovia poeta y el Segovia ensayista, el enamorado de ciertas obras y amigo de otras, el discípulo del Romanticismo y el desterrado que comprende que no sólo tiene una tierra que recuperar, sino también una edad con la que reencontrarse.
El tercer capítulo tiene como tema el género del ensayo y las implicaciones que supuso para Segovia elegirlo como complemento del oficio poético. Ayala Bertoglio encuentra en la definición que José Ortega y Gasset hizo de sus Meditaciones del Quijote un modelo para entender la escritura ensayística como Segovia la ejercía. En cada ensayo, según Ortega, toma forma un afecto en razón de la vivencia particular que le haya dado nacimiento. Según su propio autor, las Meditaciones del Quijote son «ensayos de amor intelectual», bella definición que Ayala Bertoglio proyecta sobre la obra crítica de Segovia.
Hablar de pensamiento es, con estos precedentes, hablar de amor intelectual. Así, la «imbricación entre pensamiento y poesía» reafirma en Segovia el impulso de identificarse como romántico. «La rebeldía romántica», dirá, «es revolucionaria en la medida en que reivindica los lenguajes oscuros», entendiendo por esto último el «lenguaje de los proscritos por la razón: los locos, los niños, las mujeres, los salvajes».
Ayala Bertoglio retoma con provecho las reflexiones de Lukács, para quien el ensayo parte, más que de una tarea libresca, de una vivencia que despierta en el escritor determinada necesidad expresiva. Es de dicha necesidad, siempre según el teórico húngaro, de donde surge la «voluntad de forma» que hará de cada ensayo un objeto peculiar, irrepetible, y por ello mismo artístico en el sentido moderno de la palabra.
Con esta preparación de terreno, Ayala Bertoglio escribirá los dos capítulos más personales y profundos de su libro: el cuarto y el quinto. Segovia siempre quiso escribir una poesía que ni despreciara ni suplantara la realidad. Esta convicción se sostuvo en su pensamiento desde mediados del siglo XX hasta ya entrado el XXI y alimentó en gran medida sus notas, artículos, entrevistas (recuérdese que respondía por escrito a los periodistas, críticos o investigadores que lo procuraban con fines informativos) y, en general, sus ensayos, fuera cual fuera la forma contingente que adoptaran. Entre los géneros reflexivos, por cierto, debe incluirse la carta, ya que Segovia entendía el intercambio epistolar como uno de los modelos más elevados del diálogo. Ayala Bertoglio explica nítidamente por qué la carta es, como paradigma, inseparable de la prosa ensayística de Segovia: el poeta-ensayista le dirige cartas, por así decirlo, a quienes han encendido su interés, y en ocasiones hace de su reflexión un simulacro de correspondencia consigo mismo, explicitando así la mayéutica interna de su razonamiento.
En el quinto y último capítulo, Ayala Bertoglio muestra cómo la ética de Segovia se apoyaba no en una idea de la literatura como profesión sino de la escritura como quehacer artesanal. Segovia, que se consideraba «un escritor marginal, pero no marginado», entendía que una sola moral era, para él, posible: la moral de la inadecuación. Ante la incesante avidez del mundo actual, Segovia respondía no con la indiferencia o el desdén, sino con la inactualidad, entendiendo por ello la resistencia contra la obligación de lo nuevo. Sólo así, fortalecida en esa resistencia, la poesía podría fundirse con la realidad sin dejarse devorar por el presente. Y sólo el oficio del ensayo podría ofrecerle a la poesía esa fortaleza.
Daniel Ayala Bertoglio, Sentido y resistencia en la obra ensayística de Tomás Segovia (Universidad de Guanajuato / El Colegio de San Luis, 2023).