Él no se suicidó / César Enrique Hernández Orozco

Preparatoria 11 / 2012A

Otro día sin palabra alguna para Mateo, estaba solo. Su familia no le hablaba por pecados pasados y sus amigos no existían ni en su pensar. Sus oídos se encarnaban lentamente en el silencio. No tenía a nadie que le dirigiera la más mínima palabra, o quizá él ya no las podía escuchar. Sólo escuchaba su voz, su pensar. Era solitario y únicamente hablaba con ídolos imaginarios que no le respondían.
     En su mundo sólo habitaban él y aquel payaso cómico que lo imitaba. Trataba de charlar con él pero únicamente repetía lo que Mateo hacía. Él sólo quería alguien con quien hablar.
Cada noche se levantaba y acudía con el payaso, que sólo le imitaba. Con el tiempo, sus diálogos fueron evolucionando a discusiones sin respuestas y el payaso sólo se reía de él.
Mateo ya estaba harto de ser victima de las burlas de ese maldito ser, estaba furioso con todos los que no le hablaban o siquiera le respondían, pero una idea se le ocurrió: Si los torturaba así al menos tendrían que dirigirle la palabra al pedirle piedad. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de que alguien iniciara una conversación con él.
     Una noche se armó de valor y pensó cómo torturar al pobre payaso. Se acercó sigilosamente pensando mil formas de hacerlo pedir clemencia, y antes de acercarse lo suficiente escribió un mensaje en el suelo, quería dejar una pista antes de escapar. Finalmente se encontraron cara a cara. Mateo estaba furioso y disfrutó ver cómo su pálida cara maquillada de blanco se tornaba un tono morado mientras le prensaba el cuello con sus manos. Finalmente, el payaso murió y Mateo escapó a un lugar lejano.
     A la mañana siguiente se encontró el cuerpo sin vida de Mateo frente un espejo; éste cubría el mensaje que anteriormente había escrito, decía: “Él no se suicidó”.

 

 

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