I. Asociatividad, registro, iniciativa, se precipitan
de bruces por los peldaños y puertas con ojos
de buey. Pero el diseño de las manillas metálicas
permanece fijo. La ciudad es una especie de
Gulliver al revés, pensarás, al verla, convertida
en isla, con cronistas como tú, con dueñas de casa
que huelen a lavanda y se enferman.
Aun cuando sean espirales de humo las que se
elevan, volverás en vísperas de navidad.
El movimiento de la vida ordinaria es previsible
y retórico. Así, valdría la pena preguntar cuál
es nuestra relación con el dinero, o correr las
cortinas para que los pulmones de los pájaros
continúen respirando bien.
Y aunque los visitantes de otras partes distinguen
la voz tras el día undécimo, entre nosotros el
abdicado hijo del virrey pasea con calma ovina,
y no es injusto ni tiene esposa.
II. Cariño, me he convertido en árbol, no más
excesos ni gotillas cayendo por mis narices. Tal
como digo, me arrimo a la corteza en una tibia
carnosidad, dando las buenas noches a una verja
de medio metro de altura, entre el aire que
proviene de los embarcaderos y las muchas cosas
que les falta un nombre.
Por lo menos eso.
Anda, no sabrán que has cortado las hojas del
romero, para que los mitos de tus padres
descansen, y dando la sensación que funciona:
el abrigo se quede nuevamente en el taxi y las
olas lo corrijan todo. Por más vueltas que le des,
el cara de contento se quedará con el sillón, y la
honda desazón colectiva será el querido y sucio
tejido de los pobres, quedándose abajo,
llamándose abajo, hasta que se consuma.
Sola estarás bien, la transparencia es para los
astrónomos lo que para nosotros una cama
nueva, y así como los niños son los médium
perfectos, el pezón revienta de leche fresca,
la boca sonríe y la felicidad se aligera sobre ese pelo.
¡Guau! Ya es hora que mi madre sea la novia de
alguien, pero a esta ciudad no le importa, no tiene
ganas de entrar en su vida ni en sus defectos, y
como alguien lo bastante listo hace sonar un
acordeón, como música de fondo, al tiempo que
una esquina cualquiera comienza a llenarse de
gente. Así, las calles en declive, con gladiolos y
turistas en invierno, son vistos a través del juego
de encontrar una recompensa con los ojos
cerrados, mientras voluntad se sostiene
en una mota de polvo.