Casa de la Cultura de Tala, 2014 B
Ella caminó por aquel cuarto abandonado y polvoriento. Entre cajas de cartón, se encuentra un cajonero de madera y, sobre él, un medallón y la fotografía de aquel que tanto soñó conocer, de aquel que conocía su nombre mas no su voz. Tomó entre sus manos aquel medallón, era hermoso, era plateado con una piedra color turquesa en el centro. Deseó con tanta fuerza conocer al chico de la fotografía que el medallón comenzó a brillar sobre su mano. Fue tanta su sorpresa que pestañeo para ver si era real aquello que estaba viendo. Cuál fue su sorpresa que, al abrir nuevamente los ojos, ya no estaba en aquel cuarto polvoriento, sino en un lugar diferente. A penas tenía unos segundos ahí y ya sentía paz.
Los arboles eran más frondosos y verdes, incluso había algunos que tocaban las nubes, eran altísimos. Después miró a sus pies, no había suelo debajo de ellos y aun así sus pasos eran firmes. Observó a su alrededor y no lo podía creer, ahí estaba él, al que tanto había soñado conocer. Se acercaron. Lo tenía frente a frente, mucho había escuchado sobre él, pero ahora lo tenía frente a ella. Se quedó muda. Por primera vez en mucho tiempo, se quedó muda. Él la envolvió en sus brazos y ella le respondió. No sabía si era un sueño, pero en ese momento era lo que menos le importaba, él la estaba abrazando y ella podía oler su perfume así como escuchar su respiración. Él se separó un momento y la tomó de la mano.
—Ven, quiero mostrarte algo —dijo él con su voz profunda, más hermosa de lo que ella imaginó.
Caminaron hasta toparse con un enorme árbol que no tenía frutos, pero que en su lugar había cuadros de fotografías.
—Allí estoy yo —comentó al apuntar una de las fotografías.
—Sí, nunca nos habíamos visto, pero somos parte uno del otro. Es por eso que estás allí. Mientras me sigas recordando, allí estarás. Cada fotografía le da vida a este árbol, tus deseos de verme son formas de recordarme, tú ayudas a darle vida.
—Hay tantas cosas que quisiera saber de ti.
—Lo sé, pero es momento de que regreses.
—No, no me quiero ir, quiero estar contigo.
—Yo siempre estoy cerca, aunque no me puedas ver.
Él la abrazó fuertemente y ella quiso absorber ese momento en su memoria, el calor de su abrazo, el perfume y sonido de su voz.
—Nunca estaré lejos de ti. Recuerda que a donde quiera que vayas, yo estaré a tu lado. —Ella sólo afirmó con la cabeza.
Caminó en dirección al lugar donde apareció. Encerró en su puño el medallón, cerró los ojos y al abrirlos nuevamente estaba en aquel cuarto polvoriento. Sonrió al ver el medallón en su mano, lo colocó en su cuello y nunca más lo soltó, era el mejor recuerdo de aquello que acababa de vivir. Miró la fotografía que estaba sobre el mueble de madera y vio que ese joven en la fotografía le guiñó el ojo. Ella nuevamente sonrió.
Nunca le comentó nada a nadie, pero ella está segura de lo que vio.