1.
No he nacido en Madrid, pero llevo viviendo en ella, en total, casi cuarenta años. No he nacido en Madrid, pero mi padre y mis abuelos paternos y mis tíos paternos eran de Madrid, y amaban Madrid. Vivieron la Madrid de la Guerra Civil, la Madrid heroica de las bombas y las balas, del hambre y las traiciones, de las checas y los fusilamientos tras la derrota. Vivieron a su manera, camuflados, silentes, extrañados de sí mismos, durante los años severos y castradores del franquismo. En Madrid, moribundo el dictador, viví sus últimos coletazos de furia y de vida triste. En Madrid, muerto el dictador, viví los años de la Transición a sangre y miedo, pero con la esperanza temeraria que da la juventud, sin la prudencia de quien se sabe en un polvorín (porque la España de entonces lo era). Nunca olvidaré cuando los paramilitares y parapolicías fascistas campaban contra el pueblo que se manifestaba pidiendo democracia, allá por el 1976 y el 1977. Nunca olvidaré cuando en la calle de la Estrella —muy cerca de la calle del Pez, histórica, bombardeada, febril, moderna y clásica calle del Pez, donde ahora vivo— mataron entonces a un joven de mi edad, de diecinueve años, Arturo Ruiz se llamaba, de un disparo salido de la pistola asesina de un fascista. Yo estaba a su lado. Lo vi caer. Oí la detonación. Todos corrimos y luego supimos que uno de nosotros quedó tendido allí, sin vida y sin estrella. Yo podía haber sido el muerto que no vio llegar la bala, pero aquel joven que estaba a unos metros de mí se convirtió en un héroe de los años de hierro del postfranquismo.
Y más Madrid después, Movida, transformación, socialismo a partir de 1982. En esa Madrid, mi mujer y yo nos labramos una vida a golpe de experiencia, de dura resistencia, de suerte provocada con osadía, de oportunidades tomadas al vuelo, con audacia y sin arrepentimiento. En Madrid nació mi segunda hija, Elisa, que ama Madrid y es puro Madrid también ella en sí misma. Además, nació en el hospital de La Paz, donde el dictador Franco murió entre cables y artificios médicos, usados para mantener vivo a un muerto que murió demasiado tarde, una anomalía de la Historia, ese Franco ridículo y dañino, quizá la imagen de la media España que siempre se impuso a la otra media.
Madrid superó todo eso y Madrid siempre ha sabido cambiar, resistir, ser la heroica ciudad que ha luchado y de cuyas luchas conserva cicatrices tan hermosas como sus calles, cuando las limpian. Porque Madrid no ha sabido nunca ser una ciudad limpia: es bizarra, mestiza, descuidada, popular, populachera, basuril, despreocupada, callejera, encontradiza, desconfiada, feroz, radical, solidaria, generosa, maternal, libre, desinhibida, entregada, sexual, fatídica y, en medio de todo y pese a todo, feliz. Por todo esto —y por lo que Madrid me ha dado con los años— amo Madrid y soy Madrid.
2.
En mi novela El mapa de la vida, que está centrada en la ciudad después de los terribles atentados del 11m de 2004, Madrid es en sí una protagonista más. Defino en unos párrafos lo que es hoy Madrid, lo que tiene —y siempre tuvo— de ciudad de todos, abierta y promisoria. Citaré una parte en la que Gabriel, el protagonista, trasunto del arcángel Gabriel que anunció a la Virgen y llevó al cielo a Mahoma, mira la ciudad desde el Faro de la Moncloa:
«Hubo un día en que Gabriel, con los ojos abiertos, o tal vez cerrados, volvió a subir. Su ciudad se había transformado, pero tan sólo era cosa de crecimiento, porque siempre fue un enorme mosaico de seres foráneos buscando su camino hacia la felicidad. Una vía para la que no hay instrucciones, pero se parece a una guerra con muchas bajas. En el Faro, allá arriba, hasta donde llegaban voces, oraciones, lecturas de la Biblia, del Corán, gritos de miedo y de placer, voces de niños y de viejos moribundos, procurando no resbalar por las planchas de aluminio niquelado, le hizo algunas preguntas al ángel que lo llevaba. Otra vez vio abajo la normalidad, la desesperación, la alegría, las pavesas grises de todo lo que se quemaba en el horno de una cabina telefónica, la heroína que ardía en la cucharilla y se deslizaba por las venas, las partículas microscópicas del hollín de las calefacciones, de los coches, que llegaban hasta su cerebro, las canciones, el sudor agrio de los vagabundos, el falso calor de las putas, las hordas de gente enamorada, el ruido de pisadas en los supermercados, los litros de alcohol que entraban por su garganta. Necesitaba recorrer Madrid palmo a palmo como quien viajaba al otro extremo del mundo para entender cuáles eran esos cambios que el ángel, en él, ya sabía y le mostraba.
»[…] La ciudad crecía, adquiría otros colores, otras luces con sus sombras, pero sobre todo adquiría a otras personas con una historia y una geografía desconocidas, otros idiomas, pasaportes falsos, más citas para los médicos, alquileres disparatados, muertos en las calles, más partos. La ciudad-universo está a tus pies.
»[…] Madrid siempre cambiaba y tenía el don de ser siempre ella misma. Edificios que se vacían de vida y conservan la fachada para ser rellenados de vida de nuevo, obras en las calles, túneles y más túneles, campo devorado por las excavadoras, niveladoras, cuadrillas de miles de peones y albañiles que levantan casas y casas y casas. Hubo una noche en que viste Madrid de otra manera. ¿Recuerdas? Recuerda…
»(Sí, fue una noche en la que no pudo dormir. Estuvo echado en la cama unas horas, cubierto con la colcha de raso de olor rancio, despierto por el ruido que le llegaba desde la calle, un runrún constante de intempestivas risas, agitadas frases, sonoras carcajadas, alarmantes gritos, palabras al final incomprensibles, ruido de gente que pasaba, de gente que no dormía, como tampoco él dormía de pura excitación incontrolada. Amó en ese momento Madrid y su inquietante bullicio, e hizo con la ciudad una santa alianza.
»La noche se había poblado de una fiesta perpetua a la que no estaba invitado, aunque sí lo estaba en cierto modo, indirectamente, la fiesta en que la ciudad le abría su caja llena de maravillas sólo entrevistas en su imaginación mediante los sonidos incesantes de una ciudad que ya entonces carecía de noche. Como Nueva York.
»Era la noche del día en que había cumplido dieciocho años, dormía muy cerca de la Plaza de España, en un piso de la Gran Vía propiedad de un amigo de su padre donde estaba escondido por razones políticas en una época turbulenta. Entonces decidió que debía festejarlo con la ciudad toda, como un ser que respira, enorme y atrayente, la heroica ciudad que había visto morir a Franco —su asesino, su usurpador— un poco antes, y en el mismo hospital de La Paz donde luego le salvarán la pierna casi treinta años después. Una ciudad que siempre se le personificó como una mujer a la que amar. Y él la amaba, la amaba mucho.
»Salió a la calle. Deambuló toda la noche, vio a todo tipo de gente entonces, en todas las calles había alguien, en todas había una luz o un eco; en ninguna había silencio. He aquí la cartografía: comenzó por Gran Vía  Jacometrezzo  La Bola  Plaza de Oriente  Lepanto  Santiago  Plaza Mayor  Toledo  Colegiata  Magdalena  Moratín  Prado  Montalbán  Serrano  Villanueva  O’Donnell  Narváez  Goya  Doctor Esquerdo  Plaza de Las Ventas  Eraso  San Cayetano  Francisco Silvela hasta Plaza Manuel Becerra  bajó por Alcalá  callejeó por Ayala  Alcántara  Padilla  Diego de León  Velázquez  Recoletos  Bárbara de Braganza  Barquillo  y de nuevo subió por la Gran Vía. Ya amanecía cuando llegó.)
»[…] Mira con atención en un edificio de una calle cualquiera. Verás otra vez la copia del mundo, el negativo de la caridad europea, la realidad misma que te distrae desde la otra orilla: en el primero vive una familia de chinos, en el segundo, una familia de kurdos, en el tercero viven estudiantes ecuatorianos, en el cuarto un matrimonio moldavo con su hijo recién nacido, y unos trabajadores árabes habitan en el segundo piso interior, puerta con puerta con alguien como tú, también extraño para ellos, de quienes no sabrías decir sus procedencias. ¿Acaso importan? Han llegado, no se irán. Ya están en su destino. Compártelo».
3.
Madrid es una ciudad llena de libros y de novelas llenas de esa ciudad. Esto me lleva a una cuestión archidebatida, pero no por ello insustancial: ¿hay una relación real y efectiva entre la ciudad y la literatura? ¿Cualquier ciudad, cualquier literatura? Creo que en todas las ciudades puede haber esa relación, claro está. Se puede inventar, se puede crear, se puede interpretar. Aunque no todas son iguales, no todas las ciudades dan. Otras también quitan. Por eso hay ciudades a las que ir y ciudades de las que marcharse. Sin embargo, éste es el aspecto subjetivo de las ciudades: que son lo que son según las viva quien las vive. Berlín, París, Ciudad de México, Dublín, Roma, Nueva York, Moscú, Londres, Lviv… son literatura en tanto que son fantasmas de un mundo simbólico y ficcionable, es decir, crean la coyuntura para que la literatura se produzca.
En mis novelas El mapa de la vida y Lobo he querido homenajear a Madrid, devolverle algo de lo que ella me da, porque sé que no es una ciudad fácil, no es hermosa, pero tiene tanta personalidad y carácter, es tan seductora y morbosa, que siendo una ciudad dura y esquiva, se toma su tiempo en ofrecer todo lo que contiene, casi siempre un plazo largo: dos años mínimo plazo para saber que te quiere. Y cuando lo hace, ya te ha ganado para siempre. Con palabras similares también define Orhan Pamuk su Estambul.
4.
Madrid es su gente, sus habitantes: seis millones de veintiocho nacionalidades de poblaciones de más de dos mil quinientos y hasta un total de setenta y cuatro nacionalidades de menos. Pluralidad y mestizaje. Prima la diferencia, la divergencia, la tolerancia, lo mejor y lo peor, el crimen y la virtud, la gracia, la ironía. Madrid es un centro, un aro, por el que pasa la Historia. Como su aeropuerto es un aro por el que pasa el mundo.
Mestizaje y pluralidad. Está en el código genético de la Historia de Madrid. He aquí algunos de sus hitos: orígenes como ciudad árabe, con judería vibrante, luego el imperio de los católicos Austrias y los mezquinos Borbones, la Isabel II del xix, la violada República de 1931, el matadero de la Guerra Civil y el pudridero del franquismo, la conquistada y hermosa democracia, el paródico golpe del 23f de 1981, los atentados por decenas de eta, los atentados yihadistas del 11m de 2004, la revuelta espontánea del 15m de 2011… La España que fue y que existió y existe en Madrid. Y esto la ha convertido en una ciudad sin purezas.
5.
Madrid ha dado enormes escritores… ¿ha dado? No. Ha traído, o mejor, ha atraído. La mayoría no somos de aquí, pero aquí nos hemos fraguado: es lo que pasa en una ciudad que se ha universalizado. Ahora, he aquí un breve y sustancial recuento:
Partamos del xvii: Lope de Vega (El acero de Madrid), Cervantes, Quevedo (su Madrid es el que va de Atocha a la Carrera de San Jerónimo); Tirso de Molina, Calderón (ambos madrileños). Un Madrid mitad moralizante y mitad frívolo, cortesano. Sucio e imperial. Barroco y culto. Religioso y mágico. Cosmopolita y pícaro. La Madrid entre realista y fantástica de El diablo cojuelo, tanto el de Lesage como el de Vélez de Guevara, ambas madrides ficticias.
En el xviii se genera lo que yo creo que es la clave de la Madrid actual (de la España actual): la relación truncada con Francia y lo francés. Lo afrancesado es lo moderno y progresista, revolucionario, y lo nacional-borbónico es lo ultramontano y reaccionario. Y lo francés fracasa en España, y Madrid escenifica ese fracaso: no es casualidad que el mito fundador sea el Dos de Mayo, la guerra de la Independencia (que yo llamo «de la Dependencia-de-la-Iglesia», el ultranacionalismo). Y lo hace desde el pueblo: la ciudad heroica, el Madrid del pueblo, su gloria y su cadalso. Es la Madrid de Moratín (La comedia nueva o el café), de la novela cortesana, del teatro crítico, de la comedia de costumbres o sainetes de Ramón de La Cruz.
El xix es Mariano José de Larra, gran cronista de la vida madrileña, satírico y feroz. Es Galdós, el escritor que forja Madrid, como Dickens dicta Londres o Balzac delinea París. Él crea Madrid. Con Galdós, pese a emparentarse él mismo con el realismo europeísta (Clarín, Pardo Bazán), se instaura en Madrid el localismo costumbrista, y no se ha sabido salir de ahí. Son las grandes novelas galdosianas: Fortunata y Jacinta, Miau, La de Bringas, Misericordia, Lo prohibido.
En los «alrededores» de Galdós están dos grandes aislados: el gallego Valle-Inclán, con Luces de bohemia, la Madrid disparatada y libre; y el vasco Pío Baroja, con La busca, y la trilogía La lucha por la vida. Es la Madrid social y cruel.
Del siglo xx y ya del xxi puedo sólo citar algunos nombres que llevan Madrid dentro: Dámaso Alonso, Antonio Machado, Arturo Barea, Cansinos Asséns (La novela de un literato), Agustín de Foxá, Cela, los comunistas Ferres y López Salinas, el sutil Aldecoa, el difícil Luis Martín Santos, con Tiempo de silencio, García Hortelano, quien regresa a la literatura «afrancesada», también castiza pero con un whisky en la mano. Y ese whisky es Francisco Umbral, con Travesía de Madrid, El Giocondo y La noche que llegué al Café Gijón.
Y no puedo dejar fuera a Muñoz Molina, Almudena Grandes (El corazón helado), Javier Marías (Los enamoramientos), Benet, Manuel Longares (Romanticismo). Todos escritores que han dado una vuelta de tuerca a Madrid.
6.
Se ha dado un cambio de paradigma: el movimiento centro-periferia ya no es el mismo que costumbrismo-universalismo. Se está subvirtiendo este orden, y eso es clave para que Madrid se libere de los prejuicios que sobre ella han pesado demasiado. Es decir, el centro puede ser muy universal. La periferia puede ser muy local y reduccionista. O lo que es peor: puede ser excluyente (eufemismo de nacionalista). En otras palabras, el centro puede integrar lo disgregado y la periferia puede fortalecer el integrismo. De lo que sea. Pero ésta es otra historia, y no de novela precisamente. Sino de política.