El juego de la muerte / Pedro Ezequiel Castellanos Hernández

Preparatoria 13 / 2014 B

Muchos pensarán que mi oficio es de los más viles y perversos que se pueda tener, después de todo, mi ocupación es la tragedia y el sufrimiento. Me dedico a traer lágrimas y penurias, me dedico a desatar los más fríos y tristes sentimientos, me dedico a robar, aunque no robo nada material, no, yo robo almas humanas.
      Tal vez creas adivinar cuál es mi terrible ocupación, pero te equivocas, pues la muerte es simplemente el fin de la vida. Mi oficio es, en cambio, mucho más complejo, pues no es nada simple sostener un alma entre mis frías manos. Esto tan complejo tiende a ser tedioso y aburrido, así que intento encontrar medios que hagan de este un trabajo que me produzca gran diversión, un medio para hacer de esto un juego.
      Un buen ejemplo fue cuando me encontraba divagando en un prestigioso centro universitario que se encontraba en el centro de la ciudad. ¡Qué mejor diversión que la tragedia de la juventud! Busqué un objetivo, vulnerable y exquisito objetivo para mi deleite y sed de “trabajar”. Lo encontré, o mejor dicho, la encontré: una hermosa joven que recién había terminado su horario de estudios se despedía de su novio y se disponía a irse a su hogar. Pasaba de las 8:00 p.m. cuando la joven llegó a su casa. Esperé a que se durmiera y, una vez sumida en sus sueños, haría mi aparición. Así fue, la habitación se cubrió con un aire helado y el ambiente se tornó oscuro y frío.
      La joven despertó. Nunca olvidaré la expresión de aquellos ojos verdes, una expresión de terror indescriptible. Parecía que quería gritar, pero el miedo que le provocaba mi macabra presencia se lo impedía. La confusión y el miedo se apoderaron de ella y apenas, entre tartamudeos, pronunció algunas palabras.
      —Es… un… sueño.
      Reí, qué predecibles son los pensamientos humanos ante una figura como yo. Y, aunque la impaciencia me consumía, me abstuve de contarle el propósito de mi visita.
      —El único sueño es la vida, querida; yo, en cambio, he venido a despertarte.
      El color de su rostro desapareció al escuchar tan frías palabras y parecía que caería en un desmayo.
      —Pero no desesperes —le dije—, aún tienes la oportunidad de abstenerte del despido de tus seres queridos, únicamente, claro, si alguien más se ofreciera a entregarme su alma a cambio de la tuya, únicamente si alguien se sacrifica por ti.
      La joven rompió en llantos cubriendo su rostro entre sus manos, con un gemido de incredulidad.
      —¿Quién será esa persona?, ¿quién te tendría tanto amor que estaría dispuesto a tan importante decisión? —le pregunté—. Puede que tengas en mente a algunas personas, pero te sorprenderá la clase de seres que son los humanos ante mi presencia.
      —¿Por qué haces esto? —dijo la joven entre llantos— ¡¿Por qué!?!
      Me quedé en silencio observándola, me acerqué y le dije como un susurro:
      —Por diversión. Ahora me retiro, querida, voy por aquella única alma que se ofrecería a tan valerosa tarea.
      Coloqué mi palma en su frente y la sumí en un profundo sueño. Al salir de su hogar, me encaminé a mi próximo destino.
      Al día siguiente me encontraba en el centro universitario. Era el mediodía y el sol brillaba en todo su esplendor. Observaba a todas aquellas almas jóvenes divagar de un lado a otro y, entre ellas, logré distinguir a la joven que formaba parte de mi divertido trabajo. Tenía una apariencia terrible, caminaba muy agitada entre la multitud, como si esperara que todo lo sucedido la última noche fuese solo una pesadilla. Se detuvo cuando, a unos metros, encontró lo que estaba buscando: a su novio, que estaba sentado en una banca con una apariencia tranquila y despreocupada. “Sí, todo fue un sueño“, pensó la joven. Corrió hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Los días pasaron, la joven ya se había convencido de que mi visita sólo había sido parte de uno de sus más terribles sueños.
      Un día, cuando la joven se encontraba tomando una de sus clases, se presentaron dos personas e irrumpieron en el aula. Uno era un oficial de la policía y la otra era una mujer de edad avanzada que parecía no haber dormido en semanas. El oficial dirigió sus palabras a los alumnos preguntando si podrían aportar información sobre un joven que misteriosamente había muerto mientras dormía unas noches atrás. Todos intercambiaron miradas, a excepción de la joven que conocía al fallecido muchacho. Su corazón latió fuerte y lentamente. Miró a la mujer que acompañaba al oficial. “¿Era acaso una coincidencia?”, pensó. Lentamente giró la cabeza hacia una gran ventana que se encontraba a su derecha y fue ahí cuando me vio: me encontraba en el techo del edificio vecino, mirándola y sonriéndole. Fue entonces cuando ella lo entendió y yo también, no fue un sueño y tampoco una coincidencia, lo único seguro es que el amor es el juego más mortal.

 

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