El oro de su marco de madera
se había ennegrecido;
su encaje labrado
de enredaderas y flores
era una red rasgada.
Alguna vez, pájaros exquisitos
cantaban en su margen;
ahora tenían
las alas estropeadas,
los picos rotos.
Deben haber sido cincuenta.
Amma nos agasajaba con historias:
su visita a Rameswaram,
joven esposa
embarazada de su primogénito;
el espejo de Bélgica
fue el primer regalo de Appa.
«El espejo es un dios,
que no se rompa » ,
repetía Amma.
Una vez que su dominante presencia
se cernió sobre el gran salón,
Appa se paraba delante de él
una media hora todos los días
para darle a la pasta de sándalo
en su frente la forma de un círculo
perfecto con un tallo de Nandiavattai.
«Tu idli se está enfriando » ,
fingiendo reprocharle,
Amma echaba un vistazo
y absorbía lo que veía.
Akka, de piernas largas,
ajustaba el espejo
a su altura;
Amma con su sexto sentido
entraba en acción:
«¡No lo manches de grasa !» ,
retumbaba su voz desde la cocina.
Nunca me permitía
jugar con la pelota en la casa.
«¡Dañarás el espejo.
Sal a la calle a jugar! »
Cuando había gente proclamaba:
«¡Es original de Bélgica!
Ya no se consigue…».
Luego de la muerte de Appa,
Amma
cambió el espejo
a la sala de oración,
lo enceraba
una vez a la semana,
lo decoraba con kumkumam
y se perdía en oración.
Postrada en cama,
demacrada, Amma
murmuraba
ante el más leve ruido:
«Cuiden el espejo » .
Anoche,
¡un estrépito! En la sala de oración
una rata enorme se tropezó y corrió;
en el piso,
el espejo belga
yacía
hecho relucientes añicos.
«¡Ay… Amma…! » .
Chilló mi esposa,
yo entré precipitadamente;
los ojos de Amma,
dos piedras de cristal
sin vida.
Versión de Víctor Ortiz Partida, a partir de la versión del tamil
al inglés de K. S. Subramanian.