El arte de escribir sobre arte / Dolores Garnica

Que el pintor y el artista visual necesitan un texto para transformarlo en calcomanía y pegarlo sobre un muro en el museo o la galería, para su catálogo o comunicado de prensa. Que si sólo algunas letritas para acompañar las ilustraciones de su colaboración en una revista, o simplemente para adjuntarlas en el reverso de la invitación. Que si el «texto» —porque no se define como crítica, ensayo ni reseña— debe decir algo que, por supuesto, halague a la obra y a la persona que pacientemente lo esperará con uno o dos días de retraso.
      Que se invita al amigo poeta, al reconocido crítico, gestor cultural de moda, curador o simplemente a aquel amigo «que escribe bien bonito», para dejar constancia de esa «intensa paleta de colores», del «poético lenguaje pictórico», del «simulacro de definición abstracta», de esa dicha de “aproximarse a un trabajo que resulta un ejercicio de gratificación visual», o la impresión ante «su manejo plástico del espacio pictórico y de la figura humana»; ese «dedo en la llaga», o el trabalenguas de la cita de algún teórico postmoderno.
      Normalmente se paga el texto con algo de obra, y así comienza una fascinante nueva colección de gráfica en México.
      El arte de escribir sobre arte tendría que ver con el ensayo o con la crítica como género, quizá con el artículo de fondo, la columna o la reseña como base periodística, y con algún método de análisis y proceso más o menos académico; lamentablemente, pocas veces sucede entre los poetas, curadores y amigos invitados a su creación. También supongo que pocos artistas visuales querrían incluir en el reverso de sus invitaciones un comentario sobre su carencia de estilo, sus pobres habilidades técnicas y/o discursivas o el nombre de la pieza y del artista que lo «influenció determinantemente», descubiertos en uno de los tres tomos de Art Now editados por Taschen en esa etapa de «últimos detalles» de la exposición individual pactada hace un año con un director o un galerista, quien además pidió un texto para agregar al muro de la entrada porque está de moda y se ve muy chic (quizá también por la carencia de congruencia en el discurso de la obra, por la falta de una idea, de una lectura inteligente desde la curaduría, o como último recurso para que el espectador entienda algo de lo que está pasando entre los muros blancos). Este «texto» como justificación, validación o tesis discursiva que sustenta a la obra visual, o simplemente una lista de suspiros, elogios y frases comunes. Pocas veces un texto de este tipo ilumina, enriquece, complementa o acompaña.
      Recuerdo con algo de nostalgia una exposición de GünterBrus de 2005 en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, donde cada proceso se explicaba en detalle con una cuartilla por pieza: fueron casi tres horas de éxtasis en cinco salas del espacio que, muy amablemente, me regaló una calcomanía por mis siete euros.
      En la literatura de las artes visuales (entendiendo el término con los estándares de los médicos)  los «textos» pueden dividirse en dos grandes apartados: por «encargo y/o amistad» y por «admiración y/o ganas de escribir sobre el asunto». Quizá por eso recomiendo saltarse algunos de los textos y citas para catálogo de Octavio Paz en los dos tomos de Los privilegios de la vista, alguno de Juan Soriano y definitivamente el de Marie-José Paz; pero habrá que leer atentamente sus dos maravillas sobre Marcel Duchamp («Dulcinea» y «Mar celo»), absolutamente reveladoras (alega que la obra del artista nace desde lo verbal, idea que todavía me doblega), o la crítica descarnada a los muralistas mexicanos.
      Así que mantengo algunas «reglas» para mis lecturas sobre artes visuales: dar preferencia a los textos largos de Juan García Ponce; desconfiar de los poemas sobre una exposición; olvidar los textos en los que el crítico comenta largamente la «desintegración del yo» que llevó a Enrique Guzmán al suicidio; obviar los anecdotarios sin ningún sentido académico, crítico y ensayístico; no comprar el libro que promete hablar sobre «arte contemporáneo» y se queda en Diego Rivera, ni los que comiencen con una cita de Deleuze, Baudrillard, Lyotard, Lacan, Foucault, Vattimo, Derrida, Lipovetsky, žižek, Badiou, Durkheim o Bourdieu —sin que quede clara la experiencia académica del autor en el terreno de la filosofía—, y sobre todo, buscar en las letras a quien disfrute todavía del arte, quien se sorprenda, ilumine, contemple sin ataduras técnicas o discursivas y no rememore los argumentos de la EntarteteKunst de 1937.
      No. No leo los blogs que crean listas inmensas señalando lo que NO es arte y lo que SÍ es arte; paso de largo ante un texto sobre el muro que explique lo buena persona que es el creador de la exposición, e intento negarme cuando un amigo pintor o artista visual me invita a crear algún «texto» sobre su muestra —aunque me cuesta algo de trabajo, y normalmente los escribo a cambio de un grabado, y pensando en sus bondades fraternas.

 

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