Ciudad de México, 1985. Uno de sus libros más recientes es El fuego en la memoria (Paraíso Perdido, 2021).
En un verano con miras a ser rutinario, Darío se entera de que su madre invitó a la tía Elena a viajar a la playa con ellos. Él sabe más bien poco de ella, apenas lo que le han dicho sobre la condición mental de su tía que la hace percibir la realidad de forma diferente a los demás. Darío no está preparado para todo lo que descubrirá durante las vacaciones familiares. Es allí donde al fin puede interactuar con Elena y conocer a la persona que hay detrás de los prejuicios, los malentendidos y los secretos.
Edificios deshabitados es la primera novela del narrador tapatío Iván Bueno, que también es arquitecto. Es importante mencionar esto último, no sólo porque los edificios y estructuras sostienen la novela de forma precisa. También porque la idea de la arquitectura construye los espacios internos de los personajes: cuerpos como hábitat, mentes que resultan un hogar caótico, recuerdos convertidos en refugio.
El antropólogo francés Marc Augé creó el término «no-lugar» para referirse a todos aquellos espacios donde la gente no habita. Aeropuertos, hospitales y hoteles, entre otros. Sitios transitorios diseñados para ser funcionales, no para crear encuentros ni conexiones.
Así como existen los no-lugares, podrían existir, tal vez, las no-relaciones. Aquellas que tenemos con parientes cuyas hazañas o desventuras los convierten en un mito y, a medida que los conocemos son cada vez más persona, menos misterio. Una vez llegado a ese punto, cuando descubrimos que sufren y ríen como nosotros, el parecido es imposible de negar. Asusta incluso. Es la adquisición de significado la que los remueve de la categoría de lo latente. Así, a medida que conocemos a Elena, comprendemos que se ha vuelto una parte latente en la vida del protagonista, Darío.
El descubrimiento de Darío, durante lo que podría ser otra visita insípida al consabido hotel en la playa, es que las relaciones, como los edificios, son algo que construimos y habitamos. Las remodelamos, nos mudamos de ellas, quedamos desposeídos cuando ya no están.
Otro antropólogo, Michel de Certeau, creía que mientras navegamos los espacios cotidianos los imbuimos con nuestros propios significados. Incluso el sitio más impersonal puede salir de la categoría de no-lugar cuando se crean conexiones, contexto e historia. La realidad, por más que la creamos objetiva, es una experiencia distinta para todos. Una que se adecúa a nuestras sensibilidades e impresiones. A nuestros miedos y esperanzas. Prueba de ello es la maleabilidad en las categorías de lugar/no-lugar o en la cercanía de las relaciones.
Hay mundos internos solitarios, construidos para habitar en los momentos que cualquier conexión parecía imposible. Los personajes de la novela, al igual que los lectores, habitan en espacios mentales que presentan desperfectos y pequeños vicios ocultos. Con su arquitectura emocional, Edificios deshabitados se convierte en una ruta que atrapa al lector y lo hace andar sin pausa hasta el final.
Edificios deshabitados, de Iván Bueno. Atípica Editorial, 2024.