Dios es más íntimo en mí, que yo.
San Agustín
Biografía
Me llamo Emily. Nací y morí en Nueva Inglaterra pero siempre me sentí extranjera, incluso —sobre todo— en mi propio cuerpo. Mi padre nos leía la Biblia con ojos de Pentateuco, asegurando que ese libro, que es el Libro de los Libros, contiene cuanto existe de inhallable en lo real. Tuve que buscar cómo engendrarme de algún modo, recurrir al silencio que es respuesta en el vacío o, mejor, respuesta del vacío. Así engendré los bosques, el desquiciado mundo, la antigüedad del agua. Ésa fue mi forma de partir. Aún no he regresado.
Dolor
Una fuente de agua donde debo llamear por mí misma hasta que todo se apague mucho y yo, como si estuviera agonizando, casi un cuerpo sin boca ni ojos ni corazón ni etcétera, me lanzo a mi propia turbulencia en cero beatitud. Otra vez Eros, quién si no —cerca de mí y lejos de mí— irresistible bicho. ¿Qué hacer para amar sus heridas doquier? Mi casa bebe enardecida y animales erróneos por toda partitura.
Fortaleza
Se golpea una puerta y aparece la sombra de alguien. Nadie sabe quién es, ni qué viene a ovillar en el sur del alma.
La presencia es escueta y avanza a durísima pena, entre anaqueles que albergan los versos de Emerson, el Walden de Thoreau, el Canto a mí mismo de Whitman.
Ceremonia muy sobria en un cuarto dispuesto para la reclusión y la duda. En ese silencio, por años, se educan los miedos, se disimula el amor, se pergeña un tratado sobre eso que es cierto sólo por dentro.
La violencia es una ternura olvidada.
Extravagancia
Toda la vida quise que el yo estuviera ausente, que las abejas ciegas dieran ser al ser. Por ese anhelo, pasa un panal de silencio, y un coraje nace, para el que no existe forma pronominal. Me gusta despertar a otros mundos, escribir —con los labios— la abstracción del deseo. Cuerpo abajo, la irrealidad liba frenética. Si sigo así, me quedaré del todo huérfana.
Peligro
Yo no quería depender de un solo ser. Me hubiera muerto de temblor, de espera, preferí balbucear como una idiota en el jardín manchado del lenguaje, esperar su sentencia —de Muerte— con mi laúd de música mía. Yo quise que la mente dictara las palabras, no lo oscuro que sentía. Yo quería ver Amherst a la luz de septiembre, con sus diligencias, su tapicería verde, cuando el aire deja de ser aire y la boca está plena de lo que no tuvo. Dulce vino mucho que se da de beber en el bosque de al lado. Nada como una música que no se puede tocar.