Dulces sueños / Ricardo Ramírez

Taller Luvinaria (CUCEA)

Sonó el despertador justo a la hora de siempre, 7:30 a.m.
     Ricardo Ramírez escuchó a lo lejos la música del Mago de Oz que tenía como alarma en su celular. Al instante, las imágenes de su sueño comenzaron a disolverse; eso lo molestó mucho. Tenía bastante tiempo deseando soñar lo que esa noche soñó. El sueño comenzó con él esperando a alguien (hasta ese momento no sabía a quién) en una casa desconocida. Era un lugar solitario y, aunque odiaba la soledad y sobre todo las casas abandonadas como en la que se encontraba, aquella le parecía muy bella. La casa tenía muchas estancias, él estaba en una de ellas, en la más alta, que medía por lo menos cinco metros de alto. Estaba hecha de adobe, paredes en extremo gruesas, con dos puertas idénticas de madera de cedro, hechas y talladas a mano, con incrustaciones de hierro forjado y manchadas de color caoba. Del techo colgaban cuatro candiles contemporáneos con atractivos brazos de cristal cortado que hipnotizaban. En las paredes había pinturas muy bellas, imitaciones de Van Gogh, en marcos de madera fina que las resaltaban de una manera antinatural. Ricardo observaba las puertas; le llamaba mucho la atención la madera, era una especie de fetichismo. Su padre, de oficio carpintero, le había inculcado el aprecio por la madera desde muy pequeño. Ricardo trabajaba desde hacía muchos años en el taller de su padre, años en los que el amor a la madera creció hasta volverse obsesión.
     Ricardo salió de la estancia y encontró el patio central, al estilo del edificio cultural de El Refugio de Tlaquepaque. Miró una fuente de piedra artificial que no llamó mucho su atención. No sabía por qué estaba allí, pero algo lo obligaba a esperar. Se sentó en la fuente, que estaba seca. Alrededor crecían en macetas gran variedad de plantas, geranios y gazanias eran las más vistosas. Más al fondo, en los rincones donde no llegaba la luz del sol sino en pocas horas del día, habitaban algunos helechos y monsteras.
     Desde ese lugar lograba ver el camino que daba a la entrada de la casa, camino delimitado por setos y pasto, camino de elegante arcilla. De pronto pudo ver a lo lejos que un carruaje se acercaba. Él sólo había visto las calandrias típicas del centro de Guadalajara. Se levantó en busca de una mejor visión. Cruzó dos estancias: en una ya había estado, la otra era exactamente igual, con las mismas puertas, con las mismas pinturas, con los mismos candiles. No le dio importancia e ignoró por completo la existencia de la madera.
     Llegó por fin a la puerta de entrada de la casa. Un sujeto, vestido a la usanza de los tiempos del virreinato en México, ayudaba a bajar del carruaje a una joven mujer. Ricardo la reconoció enseguida. Era Ana, su amiga, de la cual estaba enamorado en secreto desde hacía mucho tiempo. Ella caminó hacia él y lo besó en los labios, lo demás pasó como un rayo. Todo lo que supo fue que ella estaba desvestida, al igual que él, en la cama de alguna habitación de la misteriosa casa. Ana dirigía el acto, mientras él se limitaba a esperar recostado. Fue cuando escuchó la música de su celular, pero decidió seguir soñando. El acto culminó a un ritmo trepidante. Ricardo, aún acostado sobre su espalda, observó cómo la habitación se llenaba de luz, una luz intensa, encandiladora, que más que iluminar ocultaba los objetos. Incluso desapareció Ana, que estaba parada a los pies de la cama, todavía desnuda, mirándolo.
     En su sueño, aún escuchaba la música que le avisaba que debía despertar, el trabajo en la carpintería lo esperaba. Y deseó hacerlo. Deseó levantase con entusiasmo, bañarse, trabajar y recordar durante todo el día lo que había soñado. Quiso despertar pero no lo consiguió. Hizo grandes esfuerzos por mover los pies y éstos no le respondieron; lo mismo sus ojos. Sus brazos carecían de fuerza, su cuerpo estaba inmóvil. Seguía tratando de levantarse, pero sus extremidades, increíblemente pesadas, no se movían ni un poco. La música seguía sonando cada vez más lejos. Hizo un último esfuerzo por levantarse; no lo consiguió.
     Ricardo Ramírez murió a las 7:29 a.m.

 

 

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