Destrucción del amante (tres fragmentos) / Luis Panini

26.

Lamentablemente de nosotros sólo quedan los escombros. Pero si algún día la nostalgia te sorprende y decides buscarlos, con gusto dibujaré en un mapa la ruta que te llevará a husmear los rincones donde esas ruinas permanecen amontonadas, sin que nuestras madres lo sepan.

 

 

27.

Te presté una camisa estampada con cuadros blancos y azules. Me la regresaste sudada. Saberla colgada en el tubo del clóset me devolvía la calma cuando salías de viaje. Su aroma era un bálsamo a mitad de la noche capaz de disminuir mi creciente ansiedad. Por ejemplo, dedos tamborileando la mesa o el muslo. Solía olfatearla para tranquilizarme, hasta que un día mi madre la puso en la lavadora. Yo entonces dormía, sin saber que un ciclo de lavado te despedazaba con la furia centrífuga de sus aspas. Te enjuagaba. Te exprimía. Y por si acaso habían quedado rastros de ti, te volvía a enjuagar. Al drenaje se fueron tus feromonas. Ni tu cadáver pude inhalar en el filtro atrapa-pelusa. Comencé a morderme las uñas apenas el aire dejó de arrastrarte.

 

28.

En medio de cada pareja flota una gota de veneno que duerme y espera a ser provocada para inflamarse y gestar el caos. Es imposible predecir cuándo ocurrirá. Los síntomas son diversos. Las manos van perdiendo el tacto, el tiempo permanece en eterna duermevela, el aire se endurece y convierte en cúpula asfixiante. Hay basura en las palabras. Hay espuma en las miradas.

 

 

 

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