Desalojos / Marisol Herrera

CATEGORÍA: LUVINARIA / CUENTO

Finalista

Desalojos Marisol Herrera Carrillo
    Letras Hispánicas

     

«No» Y cerró de golpe la computadora. La abrió de nuevo e inició sesión. Leyó otra vez las primeras líneas, «no» y seleccionó la primera lista de reproducción. Se levantó de la cama y fue al tocador. Roció loción en sus manos y la esparció a lo largo de su cuello. Se quedó estática mirándose en el espejo y lanzó un suspiro largo y pausado. «La noche del viernes hubo un asalto a casa habitación que dejó un muerto y un herido en la colonia…» Mientras recogía su cabello con una liga ya gastada buscó el silencio al cerrar los ojos, pero dos bocinazos la hicieron regresar. Abrió la puertilla del balcón. Vio cómo el vecino desaliñado abrió la puerta angosta con descuido y dos hombres grandes entraron tras de él. Regresó a la computadora. Abrió el correo y contestó un par de ellos. Un café, sí. Un café con crema… Después regresó a la habitación con su taza entre las manos. Tecleó una nueva búsqueda: meta… no, niveles narrativos. Algunos artículos saltaron a su vista, leyó los resúmenes rápidamente y los descargó, abandonó el escritorio para poner un poco de alpiste en la jaula.
      Ahora observaba por la ventana de la sala, a través de la cortina discreta que le tapaba el rostro. El vecino, cuál era su nombre, Francisco, sí; Francisco o Miguel o Juan o tal vez tenía todos esos nombres; había comenzado a empacar apenas unos días antes, lo miró entrar con algunas cajas de cartón que probablemente numeraría o al menos rotularía. «Siempre un rótulo para no perdernos». Sonrió al recordarse llegando al barrio, con Esteban… les llevó un tiempo poner todo en su lugar… Sí, ella regaba las plantas cuando el vecino entraba con dificultad por la estrecha puerta llevando los cartones, las cajas vacías que llenaría con…
      Recordó el día del altercado «una reunión de estudiantes», pensó ella. Mas los vecinos comenzaron a quejarse «Son anarquistas, basta verlos con sus fachas y sus botes de grafiti, las juntitas esas que hacen no tienen más propósito que organizar sus protestas y además son muy ruidosos» y la dueña a los gritos les pedía la casa. «Pagamos poco, sí, pero la casa no tiene las condiciones y tenemos todo prohibido: sin mascotas, sin visitas; pero qué se puede hacer, tenemos la necesidad» dijo antes la muchacha que se llamaba… Clara, sí. ¿Dos personas antes de Francisco, Miguel…?   Con que se cuiden de que venga la policía, eso sí sería un problema para ellos, dijo Esteban antes de regresar a ver la serie que había pausado. Luego apareció el letrero «No estudiantes» como parte del anuncio de renta. Maggie y ella intercambiaron miradas exclamativas.
      Se aclaró la mente, subió de nuevo a su habitación y reinició la sesión. Primer paso: ponerle título al documento pues ese probablemente sea el tema de tu trabajo. Probar cinco intentos de título, borrarlos todos, dejar la página en blanco otra vez. Regresó al primer documento y releyó las líneas. Otro quejido. Vació el cesto de la ropa, la separó por colores y terminó cargando la lavadora con todas las prendas porque no tenía las suficientes para hacer una carga dividida por colores.
      Pausó la música que seguía tocando en el fondo y que de pronto se le tornó ruido trepidante. Se sentó frente a la página en blanco, puso los nueve dedos rígidos sobre el teclado, miró la hora en su reloj de muñeca, aún era temprano. Giró la vista: 37 lomos rojos en su librero, cada vez se amontonaban más, tenía que agotarlos… Tal vez si escribía un cuento sobre el ataque de esos lomos rojos: «léenos, léenos» rio mientras se pasaba la mano por la cara y negaba con la cabeza, «estoy enloqueciendo».
      Estuvo algunos minutos viendo cómo empezaron a subir las cosas a la caja destartalada del… ¿camión viejo? Vio que Maggie regresaba ya del gimnasio, pasó cerca de esa casa y les dio los buenos días a los hombres que cargaban un baúl muy grande; «siempre tan atenta», pensó. Ella les había dado la bienvenida al vecindario. ¿Qué cosas caben en un gran baúl de madera? Cachivaches, dulces, fotos, juguetes, libros, otros baúles, ropa, secretos, un cuerpo… Un cuento sobre…«Tema libre aunque deberá contener como parte del relato el siguiente fragmento del cuento […]»

La última vez que se cepilló los dientes fue esa misma mañana, hace tres horas y cuarenta y cinco minutos, aunque tuvo que hacerlo rápido y mal porque afuera del edificio ya sonaba el claxon de la camioneta de redilas en la que viaja ahora.

Sí, era una camioneta de redilas, no un camión viejo. Un cuento sobre un hombre llamado Miguel, Juan, Francisco o que no tuviera nombre, que viajaba en una camioneta de redilas al trabajo. O que se mudaba usando un camión de redilas y dos hombres grandes subían sus cosas al vehículo mientras él… ¿Qué hacía él mientras los hombres subían las cosas? «Genialidad absoluta o rotundo fracaso», pensó. Luego cerró el portátil, tomó uno de los lomos rojos y salió al balcón a leer. «Ya está hecho» dijo uno de los hombres grandes, el que se dirigió a tocar la puerta de la vecina «Doña, aquí están sus llaves como quedamos». La casera tomó las llaves y cerró la puerta sigilosamente. Los hombres treparon a la camioneta que avanzó tranquila.

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      Regresaba del súper al anochecer. «Una narración breve, historia de ficción con pocos personajes, acción, vencer por knockout…» escuchó unos pasos aproximarse y por instinto apuró su intento de abrir la puerta.
      – Hola, hola.- la voz de Maggie la hizo relajar el cuerpo.
      – Hola, Maggie. ¿Cómo estás? Qué gusto verte.
      – Ay, muchas gracias. Tengo algo para ti. Pero, ¿te ayudo con las bolsas?
      – Sí, por favor. Sólo poquito mientras abro la puerta, me he tenido que volver zurda…
      – No te preocupes, yo te las sostengo, a ver… aparte con las diez cerraduras…
      – Sí…- impidió el recuerdo- ¿Quieres pasar a tomar algo? Tengo té helado o zumo, además traje algunas cosas para preparar algunos bocadillos…
      – No –con tono seco puso las bolsas por dentro del suelo de la casa- sólo vine a traerte esto. No te encontraron y me pidieron que te lo entregara- dijo extendiéndole una envoltura transparente.
      – Olvidé que podrían traerlo hoy, gracias.
      – Wharton… No sabía que habías vuelto a escribir…
      – Ah, no. Sólo es una lectura… -Maggie la miró incrédula- No… no es que haya vuelto, nunca fui escritora. Pero… lo estoy intentando… no ha sido fácil concentrarme desde…
      – Sí me imagino -decidió cortar el tema-. Pero bueno, ¿Has escuchado los rumores del vecino?
      – Sí, algunos. Y es que todo fue muy fuerte…
      – Ay, sí. Yo me asusté terrible cuando vinieron a buscarlo y casi tiraban la puerta. Después de que pasó lo de tu… y aparte la casera gritándole para que le abriera o gritándole que ya quería que le dejara la casa libre, ¿no? y las cosas que le dijo… Este barrio se ha vuelto «peligroso»…-Maggie comenzó a intrigar con la voz-  Y ya ves que al final dice que le dejó un cochinero… y la señora tuvo que traer gente para que limpiaran los restos y todo. Y acuérdate que dijo que se fue sin nada, que dejó muchas cosas sin empacar, y cajas… Todo está muy raro. Parece que ese lugar tiene una maldición, ¿no?
      – Sí, parece… -se ensimismó unos segundos.
      – Bueno, ya me voy  -sonrió al despedirse.
      – Gracias, Maggie- dijo ostentando el paquete. La mujer asintió y dijo adiós mientras se alejaba cruzando la calle. Miró el envoltorio que tenía en las manos, volvió los ojos lentos hacia el rastro de Maggie y luego aseguró la puerta.

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Puso un pie en la escalera pero se volvió para tomar su bolso y el paquete del sillón. Cuando estuvo en la parte alta bajó las luces y todo quedó en silencio. Ya en su recámara los dejó sobre la cama, tomó la laptop, salió al balcón y acomodó su tumbona. Saltó la pestañilla “Continúa donde lo dejaste”. Fijó la vista en la casa de  enfrente, la de la puerta estrecha que permanecía en la sombra entre dos casas bien iluminadas. «Los hombres treparon a la camioneta, uno entregó las llaves a la casera…» Recordó también que una camioneta de mudanzas, Mudanzas Ortega, llegó una vez que la camioneta de redilas se perdió al final de la calle y que también se estacionó afuera de la casa del vecino. Y también sonó la bocina dos veces. Comenzó a leer «H baja la ventanilla para contarlas mejor […] la camioneta de redilas en la que viaja ahora.» Mudanzas Ortega. Sonaron dos veces la bocina. Y si se hubiera equivocado de claxon al abrir la puerta… Y si en el cofre…
      Caviló unos momentos antes de regresar a su lectura  «Hace casi un año…» Entonces tuvo la idea para su cuento y comenzó a escribir: «Desde la sala observaba por la ventana a través de la cortina que le tapaba el rostro. El vecino había comenzado a empacar apenas unos días antes, cuando…»

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