Escuela preparatoria 5 / 2020 A
Tú
Es increíble cómo la ciudad nunca descansa, aunque las luces estén apagadas. Todavía hay movimiento, personas soñando, pecando o trabajando. Luego estoy yo; apenas existiendo, como la tenue luz de las velas antes de extinguirse.
- Señorita, necesito que sea lo más específica posible con los hechos. Cada palabra que diga será registrada, así que cuide mucho su vocabulario.
Los peritos de trabajo social se ven tan cansados. Quieres estar aquí tanto como ellos; en una oficina a las dos de la mañana siendo observado, sentenciado por las miradas del psicólogo y los policías en la sala de espera.
- ¿Señorita, entiende lo que le estoy diciendo?
Su voz suena exasperada y te ve de una manera extraña. ¿Preocupación? O ¿asco?
- Sí, comprendo bien todo.
- Muy bien, entonces, ¿quiere decirme qué pasó el 10 enero?
- Mmm… discutí con mi madre y las cosas se calentaron demasiado, así que, sin pensarlo, me salí de mi casa y…
- ¿A qué hora fue eso?
No te deja terminar la oración y su voz es indiferente.
- A las 10 pm, creo; acababa de salir de bañarme y recuerdo ver que eran las 9:40 y la pelea sucedió unos minutos después…
- ¿Pelea o discusión?
Otra vez te interrumpe.
- Discusión, supongo… Después de que salí empecé a correr sin rumbo. Estaba descalza y hacía mucho frío. No sabía a dónde iba, sólo quería alejarme…
- ¿Qué hora era cuando sucedió eso?
- No sé… las 10:05, la adrenalina me recorría el cuerpo y no me dolían los pies al correr…
- ¿Qué hora era en ese entonces?
- Yo qué sé, ¿las 10:20? Bueno… llegué, vi a una señora y le pregunté si podía…
- ¿Qué hora era cuando estabas ahí?
- ¡MALDITA SEA, NO LO SÉ! ¿Sabe? Por increíble que le parezca, no estaba cronometrando el tiempo, no llevaba reloj, ni celular. ¡ESTABA DESCALZA!
Tus ojos rebosaban de lágrimas y sentiste las mejillas calientes. Después de mi abrupta respuesta, sólo se limitó a apuntar en su libreta y dijo con voz calmada:
- Está bien. Cuéntame lo que pasó, sin presiones… Sólo necesito, si te es posible, que nos des hora de los eventos importantes. Es para poder agilizar la investigación. Lamento si pareció que te ponía en duda.
- Okay, volveré a empezar.
Es curioso cómo tu vida cambia de un momento a otro. Por eso no dejas nada para mañana, porque no tenemos nada asegurado. Al menos no como esperamos. Esa noche, el 10 de enero, empecé a discutir con mi mamá. Las cosas se pusieron tan densas que me sentía aterrada de los pies a la cabeza. El enojo y el miedo me tenían presa, no pensé claro y, antes de que me diera cuenta, salí corriendo de mi casa, sin zapatos. Apenas vestida, corrí sin rumbo, con los ojos llenos de lágrimas, sabiendo que lo que estaba haciendo no tendría vuelta atrás. Eran alrededor de las 10:30.
En algún momento dejé de correr y empecé a llorar a lágrima viva en la calle. Es increíble hasta dónde puede llegar la indiferencia de la gente. Bueno, al menos una persona me ofreció como ayuda un teléfono, podría llamar a quien quisiera, y eso hice. Primero llamé a una amiga, quien no contestó; después a otra, no contestó, y por último a la única persona que estaba lo suficientemente cerca como para ayudar, que tampoco contestó. Insistí durante horas y nunca contestaron. Perdí la esperanza, le entregué el teléfono a la persona que me lo había prestado y seguí caminando; ya era la una de la mañana. Los pies me sangraban y el frío me calaba hasta los huesos.
Entonces, algo me heló aun más la sangre: un señor que me había estado siguiendo en las últimas dos calles. Él venía al mismo paso que yo; ya no podía correr, así que me detuve y esperé a ver si era mi paranoia o eran ciertas mis inferencias. Para mi desagracia, mis presentimientos resultaron acertados. Cuando se acercó a mí, empezó a preguntarme por una calle y yo respondí que era la siguiente. Él estaba muy cerca de mí y no dejaba de insistir en que lo acompañara. Me negué y justo antes de que subiera el tono de la discusión, salió el guardia de seguridad del fraccionamiento de enfrente. Al ver la situación, me rescató. Recuerdo haber pensado que era un ángel. Después de eso, me ofreció entrar al cubículo donde trabajaba. Era un lugar en el que se encontraban las pantallas de las cámaras de vigilancia del lugar. El frío, mi cansancio y el reciente suceso me llevaron a pensar que no habría otro lugar más seguro que ese. No pude estar más equivocada.
Entré a la pequeña cabina. Había dos monitores, tres sillas, un baño y una sola puerta. Era la una y treinta de la mañana. El hombre me ofreció un asiento y nos quedamos en silencio total, pero no era de esos silencios incómodos, al contrario, era el primer momento de paz que tenía en toda la noche. Él era tan amable. No hacía preguntas, se limitaba a hacer su trabajo y, ocasionalmente, a fumar un cigarrillo. Esto cambió alrededor de las cuatro de la mañana. Empezó a hablar sobre su trabajo, que en realidad no le gustaba. Cada palabra que decía me ponía nerviosa. Se empezó a acercar. La plática dejó de ser de su trabajo y empezó a preguntarme qué hacía una muchacha tan bonita por la madrugada vestida así. Sus manos se posaron en mis rodillas y estaba tan próximo a mí que podía sentir su respiración en mi rostro. Fue ahí que caí en cuenta de que había cerrado la puerta y que no tenía forma de salir. Vi en el monitor que eran las dos de la mañana. Comencé a protestar mientras sus manos subían por mis piernas y me tomaba con rudeza. Mi respiración estaba entrecortada y entre sollozos pronuncie:
- Por favor, no, no me lastimes.
A lo que él respondió con tono extraño… era la misma voz que hace una hora me había rescatado, pero ahora sonaba cínica y asquerosa.
- Claro que no, cariño, eres demasiado bonita como para hacerte daño. Pero… Ponte a pensar que afuera no sabes con quién te toparás. Así que… tú sólo quédate quieta y todo estará bien.
Su mano estaba acariciando mi mejilla; su mirada era extraña. Volteé hacía la puerta. No había manera de salir y cualquier movimiento que hiciera provocaría más daño que un avance. Sólo pensaba: “No quiero morir, no quiero morir”. Así que hice lo único que podía hacer: quedarme quieta.
Su cuerpo, mi cuerpo, llanto e innumerables peticiones de que parase. Cada intento resultaba inútil. Estaba sometida; de nuevo, mi vida había cambiado de un momento a otro. Me habían arrebatado la paz. Al final mi juventud sólo era el resultado de una pérdida desmedida de inocencia.
Después de haber profanado mi cuerpo por horas, me pasó el brazo por los hombros y me ofreció uno de sus cigarrillos. Nos sentamos a fumar en silencio, mirando ambos hacia la distancia en direcciones distintas. Todo terminó. Me quedé en el suelo. Eran las cuatro a.m. No me moví en horas. Cuando se dio el alba, me puse de pie y pregunté si podía usar el teléfono, con la excusa de que vería a una amiga para desayunar. Salí y llamé implorando al cielo que contestara, y así fue. Un amigo vendría por mí. Regresé, entregué el teléfono y me dispuse a salir. Cuando estaba en la puerta, el hombre me tomó del brazo y dijo:
- Fue una noche maravillosa, y sólo nuestra ¿Okay?
- Sí, sólo nuestra.
Eso fue lo que pasó el 10 de enero, señora. Después de eso regresé a mi casa avergonzada, pero con la necesidad de ser consolada. Les conté todo a mis padres y pues… aquí estamos, de madrugada haciendo la declaración.
- Muy bien, todo quedó registrado. Necesitamos que pases aquí a dos puertas para el examen médico, y será todo de nuestra parte.
- Está bien.
Ya está hecho, es increíble cómo la ciudad nunca descansa, aunque las luces estén apagadas, todavía hay movimiento, personas soñando, pecando o trabajando; y luego estoy yo, apenas existiendo, como la tenue luz de las velas antes de extinguirse.
Él
- Mire, señor, seré honesta. La situación no es favorable, así que necesita ser sincero conmigo y me cuente todo lo que pasó. Una vez hecho eso, veremos qué hacer.
- Comprendo. Verá, yo soy guardia de seguridad desde hace medio año. Es el trabajo más aburrido del mundo, sólo ves las pantallas de las cámaras todo el día. Pero esa noche por fin pasó algo interesante. Eran las diez de la noche, habían pasado horas desde que la última persona salió del condominio y, desde que se implementaron esas tarjetas electrónicas, mi trabajo era inútil. Pasaba las horas en ese cubículo cerrado viendo la pantalla. Salí a fumar un cigarro y cuando volví a mi puesto noté algo que llamó mi atención: una mujer, descalza y en pijama. Parecía tener frío, así que salí para preguntar qué quería, pero al llegar afuera, ella ya no estaba. Creí estar volviéndome loco, tal vez sólo estaba cansado. Me tomé una coca y volví al trabajo.
Después de unas horas, el cansancio me venció y me quedé dormido frente al monitor. Cuando desperté era cerca de la una de la mañana y, cuando miré el ordenador, vi a la chica, que estaba enfrente y parecía estar en problemas. Un hombre estaba tirando de ella, así que salí lo más rápido que pude y alejé al tipo de ella. Me sorprendió verla, ya que era joven, 18 años cuando mucho. No dijo nada, se quedó inerte y yo le ofrecí pasar a mi cabina. Accedió con la cabeza y fue cuando noté algo inusual en ella. No llevaba sostén y su blusa era ceñida, por lo que pensé ¿qué hace una mujer así, a estas horas y sola? ¿Por qué no dirá nada? Y lo que más me intrigaba: ¿por qué no llevaba sostén?
Pasó una hora y no decía nada, sólo me miraba ocasionalmente. Empecé a hablar sobre mi trabajo y vi que su mirada era curiosa, algo indescriptible, no sabía qué era lo que significaba y, de repente, lo descubrí. ¡Me estaba coqueteando! Por eso no llevaba sujetador y me miraba de esa forma tan provocadora. La observé un rato tratando de analizar si la había visto antes y entonces recordé, la había saludado la semana pasada que vino de visita. Ese día la había notado muy amable conmigo, interesada, pero no tanto como para volver así y a esa hora. Aún no pierdo mi toque. -pensé-. ¡Ahora entiendo todo! No está aquí por casualidad, por eso no decía nada, estaba tomando el valor para hablarme, para seducirme. No pude evitar sonreír, así que, sin decir nada, fui junto a ella y empecé a decirle lo bonita que era mientras me acercaba cada vez más; sus ojos se llenaron de lágrimas al escuchar los halagos que le decía, así que me aventuré a tocarla. Entonces ella dijo algo muy raro:
- Por favor, no me lastimes.
Su voz sonaba tan seductora y tierna.
- Claro que no, cariño.
Entiendo que tuviera miedo, pero yo iba a ser muy sensible en el acto, así que no tendría que temer, pero si le parecía mejor podría quedarse quieta.
Continúe tocándola. Ella se hacía la difícil, pero yo sabía lo que quería, así que no paré. La acorralé y ella seguía haciéndose del rogar. Sucedió. Cumplí su fantasía, mi fantasía. Inclusive estalló en un pequeño llanto de alegría por haber logrado conquistarme. Después la rodeé con uno de mis brazos y le ofrecí un cigarrillo; nos sentamos a fumar, sin decir nada, disfrutando el momento.
La abogada lucía consternada. Estaba procesando la información y entonces dijo:
— Muy bien, esto es lo que vamos a hacer en la declaración: dirás que no ocurrió ningún encuentro por el estilo, que se te ofreció pero la rechazaste y que en la mañana te pidió dinero y al negárselo se fue enojada y es por eso que está inventando todo.
— Me parece bien.
No era la verdad, pero supongo que el juez jamás entendería nuestra noche.