Nunca antes se había visto un gato azul.
Tulia tenía uno.
Era un gato como cualquier gato negro. Sólo que azul.
Maullaba en azul, miraba a Tulia desde su cornisa. La miraba en azul.
Como todo gato, repugnaba el agua, y él sólo se lamía el cuerpo. Se lamía en azul.
En las noches Tulia dormía con su gato azul.
Ella recostaba la cabeza en su almohada, y su gato se recostaba en su cabeza.
Juntos dormían.
Tulia soñaba que su gato hacía de su vida un papalote y ella lo volaba por los cielos prendida de la larga cola azul que medía de la nube al piso.
En las mañanas despertaban y Tulia sabía por qué el cielo es azul.