para Alejandra mi furia
…y así, una canción del alto medioevo aconseja
a las muchachas no brincar con las piernas
muy abiertas, para evitar que les crezca un pene,
como le sucedió a Tiresias.
Arzobispo Ashby
No escribas diez poemas a la vez parece decirme la lectora
escribe cuatro: uno
a mis ojos, otro
a mis axilas de perra, otro al Dios
que hay en mí en lo sagrado
de los meses, y si te queda tiempo no escribas
el último, ponte en mi caso, estoy
tan triste, tan llena de hombre,
con tanta vibración de hombre en el espinazo, y adentro
tanto otro fulgor que duerme en mí, a tan
sagrados días del parto.
«No escribas diez poemas a la vez»
Gonzalo Rojas
Narradores: Uno y Dos.
Apuntes para la representación
Es probable que cualquiera de los personajes, pero no ambos, vista parcialmente de dama isabelina, y si así fuera, Dios no quiera que parezca mujer o travestido, mucho peor que figure como uno de esos tristes remedos de machembra que ahora abundan en el televisor. Elegante, pobre y masculino, tres adjetivos importantes para su atrezzo.
Prevéngase el lector de ciertas interpolaciones entre los narradores de la obra, donde con frecuencia UNO se apropia del discurso de DOS y viceversa. Las relaciones unívocas entre personaje, actor y universo de representación están totalmente dislocadas en este texto, y esto es importante para el juego escénico.
Advertencia
Queda prohibido representar esta obra en secundarias abiertas con computación e inglés. Si usted comienza a leerla y no la entiende cuando piensa que debería entenderla, está bien, por favor ciérrela y aleje inmediatamente su estulticia de ella. Es peligrosa para el alma. Narrador en este caso es sinónimo profundo de histrión, tal vez de ave, pero nunca lo será de diletante, aprendiz de comediante o luciérnago desempleado.
Capítulo único
La escena está dada
Uno: En el principio todo era hambre.
Dos: La propuesta fue muy sencilla, el que quiera comer que mate a otro.
Uno: Así parece fácil, así parece fácil andar por ahí creando universos.
Dos: Todo comenzó cuando un dios violento y asesino propuso a las especies comer y ser comidas.
Uno: Pero el hombre, cansado de Dios, sintió algo parecido al miedo.
Dos: Algo en las vísceras que se parece al miedo.
Uno: Pero no llovía, no tronaban los relámpagos.
Dos: Todo era el hambre.
Uno: Era miedo.
Dos: El hambre se parece al miedo.
Uno: El hambre viene del miedo.
Dos: Y vio Dios que era bueno.
Uno: Pero teníamos hambre.
Dos: Parece que eso no lo solucionó muy bien. ¿Recuerdas?
Uno: Había un hombre.
Dos: Un hombre enamorado de su prima hermafrodita.
Uno: Ésta es su historia.
Dos: Supongamos, más allá del hambre, que ésta es tan sólo la historia de un hombre que sufría por su prima hermafrodita.
Uno: Lo conocí muy joven.
Dos: Fuimos compañeros de trabajo.
Uno: ¿Trabajo?
Dos: Supongo que de trabajo.
Uno: No nos pagaban.
Dos: Pero se le puede considerar empleo. En estos tiempos escasea.
Uno: Entonces lo conocí.
Dos: Ya derrotado.
Uno: Pero era joven. Joven y lo había perdido todo.
Dos: ¿Estás seguro?
Uno: Cargaba con la foto de su prima en la cartera.
Dos: También a la prima había perdido.
Dos: No, a la prima no. Podemos perderlo todo en la vida.
Dos: Pero el primer amor. Mierda.
Uno: Mierda.
Dos: El primer amor no se pierde.
Uno: La mierda con el primer amor de mierda.
Dos: No se pierde. Mierda.
Uno: Podemos perderlo todo. Pero el primer amor. Dios nos cuida de todo, menos del hambre, pero nos cuida. Gracias, Dios mío, eres mejor que el dios de los africanos.
Dos: Que los tiene todos sidosos.
Uno: Y bárbaros muertos de hambre.
Dos: Gracias, Dios mío. Nos tienes como a los africanos.
Uno: Te doy gracias, Señor, por permitirme no ser como ese hombre que todos amábamos en el trabajo.
Dos: No nos pagaban.
Uno: Ni siquiera teníamos horario fijo.
Dos: Todo era llegar de madrugada, preferentemente en el invierno.
Uno: Durante la madrugada más fría del invierno.
Dos: Llegar al pie de la carretera y brincar.
Uno: Sobre un pie y sobre otro. Primero el izquierdo, el derecho después, luego muchos brinquitos sobre el izquierdo y el frío, con las manos sobre el aliento, con…
Dos: A veces pasaba una camioneta.
Uno: Casi nunca.
Dos: Pero pasaba.
Uno: El hombre de la camioneta nos miraba sin bajar el cristal.
Dos: Era un buen hombre.
Uno: Un tipazo.
Dos: Contaba buenos chistes.
Uno: No sé, nunca pude escucharlo, sólo lo veía mientras nos revisaba lentamente. Desde el cristal de su cuatro por cuatro.
Dos: Si lo mirabas a los ojos no te escogía.
Uno: ¿Ah, entonces era eso? Yo pensé, perdón, pensé que era por este pequeño defecto que aún tengo en la pierna. Lo suponía más observador. Menos autoritario.
Dos: Si lo veías a los ojos era seguro que jamás te llevaría en la camioneta.
Uno: De todos modos casi nunca pasaba.
Dos: Desde el interior de su cabina climatizada hacía una pequeña seña.
Uno: Era la seña.
Dos: ¿La recuerdas?
Uno: Cómo no hacerlo. Maravillosa. Una pequeña seña. Casi una mueca.
Dos: Y se llevaba a alguno.
Uno: De jornalero.
Dos: O de su puta.
Uno: Yo no sé por qué nunca me escogió. Parece, según dicen, que sólo te levantaba si no lo veías a los ojos.
Dos: Estás equivocado. No te levantaba si lo veías a los ojos. Eso es distinto.
Uno: Siempre sabes lo que es distinto.
Dos: Pues yo estoy mejor enterado. Te digo, de jornalero o de su puta.
Uno: Pero por estar ahí no nos pagaban.
Dos: Claro que no.
Uno: Conocías gente. Gente interesante. Venían de todos los pueblos de alrededor. Eran cientos de hombres fuertes y decididos.
Dos: Decididos a llevar el pan a sus casas.
Uno: Se dice así, ¿verdad? Se dice el pan. Era eso, llevar el pan a sus casas.
Dos: Podría decirse la tortilla.
Uno: Pero se confunde con esas señoras.
Dos: ¿Qué dices, imbécil?
Uno: Se confunde con esas señoras.
Dos: ¿De qué estás hablando?
Uno: De mujeres, creo que hablan de mujeres que se tocan. Unas a otras, por eso se dice llevar el pan a la casa…
Dos: Estábamos en los hombres decididos.
Uno: Sí, perdón, en esos hombres decididos a dar el culo con tal de que sus hijos coman y caguen.
Dos: ¿Eran maricones?
Uno: No.
Dos: Pues entonces es muy diferente el tono a como lo dices tú. Porque un hombre que se va de puta o jornalero para que sus hijos puedan llevarse una tortilla.
Uno: O un pan.
Dos: Una tortilla o un pan a la boca es un hombre que vale su culo en oro.
Uno: Y no es maricón.
Dos: Digo que no.
Uno: Tampoco hermafrodita.
Dos: ¿Recuerdas a aquel hombre que tenía una prima hermafrodita?
Uno: Claro, ésta es su historia.
Dos: Se paraba con nosotros junto a la carretera y nos decía:
Uno: Yo, yo, yo pude haber tenido un mejor destino, pero amé con una pasión de negros a mi prima hermafrodita. La veía en la regadera tocándose como hombre o mujer, le digo prima por cariño, y para salvar mi hombría, claro, le digo mi prima y yo realmente estaba enamorado de ella. Un día le dije, prima, aunque tengas el clítoris de veinte centímetros déjame verte tus cosas.
Dos: Eso no es un clítoris.
Uno: La regla son siete milímetros.
Dos: Eso era una tolocha.
Uno: Por eso mi prima decía soy la hermafrodita, me salen tetas pero tengo novias. Y sufría. Yo. Sufría por ella. Dios es una mierda. Digo yo. Si no fuera por ella mi vida sería muy diferente, de entrada yo sería el que está en la camioneta.
Dos: No levanten la mirada.
Uno: El asunto es que un animalito se come a otro animalito. Si no se muere. También puede formarse, a mitad del invierno, al borde de la carretera. Pero es lo mismo. Un animalote se come a un animalito. Siempre habrá animales más pequeños.
Dos: No la levanten para que nos escoja.
Uno: Puta madre, Dios piensa en todo.
Dos: Bien tiesos todos, hombros adentro. No, suéltense un poco. Que se vea esa derrota. Por lástima lo vamos a ganar ahora. Aflojen, aflojen todo, sientan su ano.
Uno: Ya se fue.
Dos: ¿Se fue? ¿Se fue? ¿A quién se llevó?
Uno: A los del otro pueblo.
Dos: ¿Los chinos?
Uno: No son chinos, sólo parecen.
Dos: Pinches chinos, están acabando con nuestras fuentes de empleo. Y nuestras mujeres.
Uno: Sí, claro, échale la culpa a los chinos.
Dos: Qué es esa mamada de no verlo a los ojos.
Uno: Si lo ves a los ojos no te levanta.
Dos: ¿Y cómo sabes que te levanta si no puedes ver la seña?
Uno: Era una seña sutil.
Dos: Casi imperceptible.
Uno: Un movimiento muy lento del dedo.
Dos: A la altura de los ojos.
Uno: Por eso nunca nos llevaba.
Dos: ¿Recuerdas a alguien que haya ido?
Uno: Claro, claro que lo recuerdo, difusamente.
Dos: ¿Y crees que haya vuelto? ¿Qué crees, los regresaba? Porque es posible que eso de jornalero o puta fuera sólo uno de esos trucos publicitarios. Y ya en la camioneta…
Uno: Y ya en la camioneta…
Dos: Está cabrón.
Uno: Está bien cabrón.
Dos: Ahora que lo dices no, no recuerdo a nadie que haya vuelto. Qué curioso.
Uno: No es curioso. Está mal. Si un hombre se va de jornalero o puta para llevar el pan a sus hijos, entonces es necesario que regrese en un momento dado.
Dos: Y de preferencia con el pan.
Uno: Y para que regrese es necesario que se haya ido.
Dos: Por eso te lo digo. Dios piensa en todo. Siempre hay un animal más pequeño. O una plantita.
Uno: Y fue entonces cuando nos dijo.
Dos: Supongo que fue entonces, aunque casi siempre hablaba del asunto.
Uno: Muy apesadumbrado.
Dos: Muchachos, amigos, camaradas.
Uno: Así, acaso sin el camaradas. Sé todo sobre la vida. Todo lo que un hombre debe saber de sus semejantes, su madre, enfermedades venéreas, pero nunca, nunca antes vi un clítoris tan grande y tan hermoso.
Dos: No podía llenar una solicitud de empleo sin mencionar a la prima.
Uno: A mí lo que me late son las hermafroditas. ¿A usted no?
Dos: Puta madre. Así nadie le da trabajo a nadie. Así no se puede.
Uno: Les daba asco.
Dos: Ahora que tampoco había muchas fuentes de empleo, muchas oportunidades de ser algo en la vida.
Uno: ¿Algo en la vida?
Dos: Algo para presumir con tus amigos, las mujeres.
Uno: O con tu prima hermafrodita.
Dos: Algo de lo que se sintieran orgullosos tus hijos, ya sabes.
Uno: ¿Orgullosos de comer?
Dos: No, más que eso. Algo en la vida. Llegas a tu casa, prendes el televisor, te pones unas buenas babuchas, ves a tu mujer con cierto cariño, volteas y los chiquitines juegan con el perro, prendes el televisor.
Uno: ¿Otra vez?
Dos: Lo prendes dos veces. Te jalas un cartón de cervezas y te pones a ver el beisbol. Entonces dices, puta madre, he hecho algo, algo con mi vida.
Uno: A eso te referías.
Dos: Sí, más o menos.
Uno: Pues no, no conozco a nadie que haya llegado tan lejos. Por eso dicen: no somos nada.
Dos: Ni madres.
Uno: ¿Perdón?
Dos: Eso dicen. No somos nada, no somos ni madres.
Uno: Entonces no está mal que se haya enamorado de su prima. De todos modos.
Dos: De todos modos.
Uno: A mí me hubiera gustado eso. Tuve una mujer, con un clítoris nada fuera de lo común. Tenía cierto olorcillo. Como a papel de revista. Tenía ese olor de papel e imprenta, pero más podrido. Andábamos agarrados de la mano por todas partes. Ella escarbaba en los basureros y me decía: cuando tengamos un hijo. Cuando tengamos un hijo. Es fácil. Es fácil decir eso cuando te huele la papaya a revista pornográfica. Yo sí creo en el amor.
Dos: Mi padre decía eso. También que mi madre andaría de perra por las cantinas de Tijuana. Siempre vio a mi hermana con buenos ojos.
Uno: ¿Eso hacía?
Dos: Pero no era su padre. Ya sabes, una historia de ésas. Mi madre, supongo que tuve una madre, y ella tuvo una vida decente, se vio obligada, la santa, a fornicar con los presos que liberaban. Vivíamos cerca del penal. Demasiado cerca. Ella sabía todo, los guardias la querían mucho, y la tenían bien informada. Mañana sale éste que lleva veinte años en un hoyo sin recibir visitas conyugales. Le decían. Mañana sale. Báñate, lávate tus cosas, ponte algo bonito y que se quite fácil, para que no te lo vaya a desgarrar.
Dos: Esa historia me gusta más que la de la prima hermafrodita.
Uno: Es verdad. Y tiene desgarramientos.
Dos: Pero ya me la has contado muchas veces. Mejor haríamos hablando de otras mujeres.
Uno: ¿Tu madre?
Dos: Por ejemplo, mi madre.
Uno: Gran mujer.
Dos: Enorme. Razonable tonelaje.
Uno: Rugosa al paladar y al tacto.
Dos: Algo afeitada, tal vez, pero no mucho.
Uno: Platícanos de ella.
Dos: Mi madre era. Mi madre era. ¿Es necesario que toquemos lo de mi madre o mejor volvemos con el tipo aquel?
Uno: Mi madre se paraba en la puerta del penal, vestida de jagüayana, y le ponía un collar de flores al reo. Después lo traía a la casa y nos lo presentaba como el Tío José. En ocasiones eran tres tíos José por semana. Los metía al cuarto, les revisaba bien las partes, ya sabes, las enfermedades. Lo suyo eran las enfermedades. Ponía un disco viejo de Leo Dan y nos mandaba a la vinatería por unas cervezas. Siempre, al volver, estaba llorando.
Dos: Ese tipo no me quiere.
Uno: ¿Quién?
Dos: El Tío José. Dice que soy una costra. Me dice que soy una costra. Lo estuve esperando toda la mañana bajo el sol. Estuve en la cola con los perros, grandes perros que a veces muerden. Lo traje a casa, lo traté como a un hombre libre, y me dice que soy una costra de perro el muy canalla.
Uno: Eso no explica lo de tu hermana.
Dos: ¿Dices?
Uno: Eso no explica lo de tu hermana. Si era hija de un tío José y tú de otro es imposible que fueran por las cervezas cuando apenas, cuando apenas, ya sabes, cuando apenas los estaban… ¿Sabes eso de la fermentación?
Dos: Claro.
Uno: Un hombre se sienta sobre la barriga de una mujer y se toquetea sabroso. Puede pensar, si quiere, en una cabra. En dos cabras, por qué no. Motivación es lo importante. Después la mujer, en este caso tu madre, que siempre debió sonreír con los ojos cerrados.
Dos: ¿Siempre?
Uno: Siempre durante la primera parte de la fermentación.
Dos: Entonces no siempre. Sólo cuando él se toquetea.
Uno: Exacto. Ella para la segunda parte toma la leche de la vida con sus uñas.
Dos: Eso suena interesante.
Uno: La recoge con las uñas y después el hombre, el Tío José, pues, le ayuda a meterse el puño en el… en el…
Dos: Así es.
Uno: Así es, no te burles. Son las cosas del amor. Algunos manuales lo llaman atravesamiento, otros, encruza, pero siempre es amor. Sin amor no levanta la fermentada.
Dos: ¿Entonces?
Uno: Pues si tu tío José se encontraba en esos momentos acomodándose en el vientre de tu madre o, o ya sabes, con el puño, ustedes no podían haber ido por las cervezas porque todavía estaban camino a ser el milagro de la vida.
Dos: Permíteme apuntar. Eso es lo más interesante que has dicho en toda la tarde. El milagro de la vida. Puta madre. Yo que creí que tú eras de ésos, pero no. El milagro de la vida. Es algo bello lo que dijiste.
Uno: ¿Y entonces?
Dos: Las cervezas.
Uno: Sí, las cervezas.
Dos: Pues es algo que tampoco se explicaba mi padre. Por qué hacía eso la vieja, tampoco se lo podía explicar. De todos modos pasan tantas cosas a nuestro alrededor y no entendemos nada. Nada lo entendemos. Creemos que sí, que somos… ya sabes, sabemos, y no, tenemos pedazos de información, la vamos poniendo en orden, y luego qué, ni siquiera los pedazos eran confiables, mi padre nunca entendió por qué la vieja se metía a jugar con los presos.
Uno: Ya no. Ya no eran presos.
Dos: Con los recién liberados se metía a darle a la fermentada. Eran hombres pobres.
Uno: Como todos.
Dos: Bueno, seamos sinceros. Estos tenían algo de dinero.
Uno: Eso no lo sabría tu padre.
Dos: ¿Cómo iba a saberlo? Los abuelos de sus abuelos tuvieron un billete premiado, creo que un reintegro, después de eso nada, pura mierda, siempre andar sobreviviendo en basureros y mojando perras para perpetuar la pobreza. Él ni se imaginaba que en la cárcel tienen programas federales. Te enseñan a escribir, a recitar. Eso es bien importante. Te dan trabajo. Muñecos de peluche. De haberlo sabido, pobre, mi viejo, hubiera matado al primo ese que tanto quería para pasarse una buena temporada en el fresco.
Uno: ¿Eso explicará la conducta de tu madre?
Dos: No, perdón, no, de ninguna manera, la traición no se explica con nada. Ni tiene remedio. Puedes mentir, pero traicionar no. Puedes andar en la vida metiéndote el puño con la ayuda de un exconvicto, pero no, de ninguna forma.
Uno: No me refería a eso.
Dos: Pensándolo bien. Disculpa que dejemos ahora lo de mi madre. Pensándolo bien, ¿por qué será que hacen esos muñecos de peluche?
Uno: ¿En la cárcel?
Dos: No me estás atendiendo, claro que en la cárcel. Por qué será. Podrían hacer pan, por ejemplo. Ropa, no digo que la gran ropa, pero sí la indispensable. Yo no entiendo eso.
Uno: Es para darles trabajo.
Dos: Sí, pero de qué sirve el trabajo. Mejor que hicieran panes. ¿Para qué son los peluchitos esos?
Uno: No me lo vas a creer, pero hay gente que los pone en el tablero de su cabina climatizada.
Dos: Ah, era eso. ¿Recuerdas a ese hombre?
Uno: De eso estoy hablando. De ellos estoy hablando.
Dos: A mí me gustan los peluches. Esos patos. Los patos y los tigritos con la cara culera. Son muy simpáticos.
Uno: Si no tienes una camioneta con cabina climatizada ni te hagas ilusiones.
Dos: Perdón, perdón, estaba optimista. Imagino que optimista.
Uno: Además nunca los regresaba.
Dos: Su casa era grande, en la cima de un cerro. Desde ahí controlaba todas sus posesiones. Tenía un hijo idiota. Había sido un buen muchacho, destinado a los imperios, buenas calificaciones, huesos sanos, era el orgullo de su padre. Pero ahora estaba idiota. Sentado todo el día en una silla rodante.
Uno: ¿Climatizada?
Dos: Imbécil. Totalmente imbécil, algo tenía mal con la digestión. Lo que iba comiendo inmediatamente le salía por el culo. Era horrible y su padre le decía, desde el balcón de la casa en la punta del cerro, Cuando seas mayor, cuando seas mayor todo esto será tuyo. Las vacas, los terrenos, los jornaleros, las putas. Todo esto será para ti. Espero que se te quite lo idiota. Y lloraba. Desde los campos se oían los gemidos del hombre y entre ellos el viento los repetía. Ojalá se te quite lo idiota.
Uno: Ojalá se te quite lo idiota.
Dos: Ojalá se te quite lo idiota.
Uno: Ojalá se te quite lo idiota.
Dos: Y dejes de expulsar por el culo lo que apenas estás masticando. Pero en verde.
Uno: Es una desgracia. Vivir pegado a una silla.
Dos: Y que para comer te pongan un babero, te amarren la cuchara a la mano y te ensarten un catéter por el culo. Eso es terrible.
Uno: Pues aun así lo prefiero a esto. A mí no me molesta. Nada. No me molestaría estar comiendo todo el día.
Dos: A mí no me molestaría comer todos los días.
Uno: Sabes a lo que me refiero, con un tubo pegado, no me molestaría. Y no soy maricón.
Dos: Se entiende. Te entiendo. Perfectamente. Sólo estaba bromeando.
Uno: Entonces alguna vez estuviste con él en sus campos.
Dos: Es probable.
Uno: Y volviste.
Dos: Te digo que es sólo probable.
Uno: Mientras yo bajaba la vista tú ibas por el pan para tus hijos.
Dos: No lo tomes así.
Uno: Así lo dices.
Dos: Son conclusiones que sacas.
Uno: ¿Cómo fue que el hijo se quedó idiota?
Dos: El tipo que estaba enamorado de su prima con tolocha me contó la historia, pero ahora no la recuerdo.
Uno: ¿No habrá sido de un navajazo?
Dos: Tú la conoces.
Uno: Supongo. De muchos navajazos en el vientre.
Dos: Tú, tú tuviste una navaja.
Uno: De joven. Tuve una.
Dos: Dónde está.
Uno: ¿Si te digo que la dejé en la escena del crimen creerías que he estado leyendo tus revistas?
Dos: No es importante entonces.
Uno: Es algo que tiene que ver con la lucha de clases. ¿Sabes algo de eso?
Dos: Sí, claro, una clase que se pelea con la otra. Así pasa. También los renos luchan, pero con las clases es peor. Hay mujeres y niños.
Uno: Mi padre decía que es mejor andar vendiendo heroína en las secundarias a morirse de hambre.
Dos: Eso parece difícil, hoy en día, en las secundarias los muchachos no traen ya para su leche.
Uno: Entonces debería pensarse en productos más económicos para pervertir a la juventud, más accesibles para sus bolsillos.
Dos: Te lo digo de verdad. Ése es un mito. Es imposible hacer negocio con esos chamacos. Son unas fieras. Andan armados, no traen dinero, si te acercas te asaltan.
Uno: Mi padre sabía de negocios.
Dos: Nadie lo pone en duda. Si me dices rentar a mi mamá a los presos liberados, suena razonable, tienen dinero de los fondos federales.
Uno: Eso.
Dos: Y el gobierno les tira comida en paracaídas.
Uno: Como a los indios.
Dos: Estamos de acuerdo, pero arriesgar el patrimonio frente a una secundaria. Chingado, no sé en qué estaría pensando tu padre.
Uno: Tenía una prima, una prima con tolocha.
Dos: Tu padre.
Uno: Sí. Mi padre. Parece que ya vamos llegando a algo.
Dos: Eso parece.
Uno: Él me decía, hijo, ya eres mayor, tienes treinta años y no se ve que vayas a hacer algo decente con tu vida, ni siquiera has ido a la secundaria como te pedí desde hace meses.
Dos: Entonces ése era el asunto.
Uno: Un hombre enamorado de su prima hermafrodita.
Dos: Sufría. Sufría mucho.
Uno: Mi padre.
Dos: Sí, tu padre.
Uno: Una noche le pidió que se pusiera de panza.
Dos: Sí, claro, el amor.
Uno: El amor, cochino amor.
Dos: Creo que mi padre se le sentó a la prima en la panza.
Uno: Y ella.
Dos: Ella le metió el clítoris por el culo.
Uno: Eso no puede ser.
Dos: Es algo que no debe permitirse.
Uno: Mi padre la amaba.
Dos: ¿Dices que la ahorcó?
Uno: No lo recuerdo, pero hablaba de la prima con nostalgia.
Dos: Si no fuera por mi prima hermafrodita, algo habría hecho con mi vida.
Uno: Tú debiste hablar con él. Seriamente. Preguntarle si la ahorcó como es que decían.
Dos: O le clavó el cuchillo en la panza y la dejó con un tubo desde la garganta hasta el culo.
Uno: Y por las noches los jornaleros escucharán en la distancia.
Dos: Ojalá.
Uno: Ojalá se te quite lo pendeja.
Dos: Ojalá se te quite lo pendeja.
Uno: Ojalá se te quite lo pendeja.
Dos: Ojalá.
Uno: Ojalá.
[…] .