Prácticamente todos los personajes que van a desfilar a continuación fueron perdidos alguna vez, de chinorrines, por sus padres en la verbena de La Paloma o la de San Isidro y finalmente encontrados frente a la orquesta, fascinados y del todo ajenos a las demás atracciones o el irresistible olor de las fritangas y el azúcar de algodón.
Una fascinación por las guitarras eléctricas y el brillo de los tambores que te agarra y es como la mordedura de un lagarto, ya nunca te va a soltar. Nada escapa a tu atención desde el escenario hasta que reparas en las canciones, y entonces el mero hecho de que un tipo se plante delante del micrófono para cantar las palabras despertará en ti una inquietud tan excitante como hechicera.
El incomprensible aunque ya familiar chaparrón de sopapos y abrazos paternales te devuelve a un mundo que todavía huele a cerveza y churros de anís.
—¡Anda y tira ya pa casa, so cretino!
Los grupos que inundan la pantalla del televisor te irán revelando otra dimensión. Nombres como Los Canarios, Los Bravos, Barrabás, Los Pekenikes o Pop Tops mantendrán toda esa fascinación intacta por muchos años. Querrías estar ahí y ser uno de ellos. Tocar la guitarra, la batería, cantar. Lo que sea. Ya sabes que estarás mejor ahí, con las canciones, que en ninguna otra parte. Aún no te preocupa si dicen o no dicen. Se pueden reír, se pueden bailar. No querrás imaginar cómo sería la vida sin ellas.
Las calles de tu ciudad te irán revelando sus secretos. No importa que no te dejen entrar en la mayoría de las salas de Madrid. Son legión los colegios mayores, los teatros de barrio o las asociaciones vecinales que también acogen música en directo. Surgen colectivos que intentarán sortear, con mayor o menor fortuna, los obstáculos institucionales (ovación y vuelta al ruedo para La Cochu, imprescindible en toda esta historia). A finales de los setenta, la ciudad ya ha comprendido que si no toma las riendas nunca saldrá del pozo de tristeza en el que se ahoga.
1. Tengo que salir de aquí
Salen al escenario y Rosendo, Tony y Ramiro, los tres integrantes de Leño, ya han conquistado tu corazón adolescente. Enseguida simpatizas con los pelos largos y los disfraces. No eres consciente aún de la precariedad de medios con la que tienen que lidiar. Al contrario, estás entusiasmado con la Stratocaster de Rosendo. Nunca has visto una de cerca y sólo por eso habrías dado por buena la tarde. Una Fender auténtica. Guau.
Tras una breve introducción instrumental, Rosendo se acerca lentamente al micro. Sin afectación, pero dejando claro que ha llegado el momento. Todos los rumores que has oído por ahí se quedan cortos. Puedes entender a la perfección todas las palabras que escupe mientras aprieta los párpados. Su Strato, su voz rota y sus canciones. Todo lo que tiene. Puede que no sean muy sofisticadas, pero sucede que lo que sientes mientras te pateas la ciudad con tus amigos tampoco lo es. Directas y efectivas, serán la base sobre la que se construya un repertorio que sobrevivirá a su propia leyenda tras su disolución en 1983. Rosendo continúa escribiendo canciones memorables y ofreciéndose sin descanso en directo hasta el día de hoy.
Tú allí y yo aquí seguimos unidos,
vivimos todo por igual.
Bebemos, fumamos y nos colocamos,
tenemos plena libertad.
En Atocha encontrarás aire limpio sin igual.
Es una mierda este Madrid,
que ni las ratas pueden vivir.
Leño, «Este Madrid» (1981)
2. Rock and roll
El sublime placer de hacer lo que la gente te dice que no puedes hacer cobra todo su sentido en las canciones de Burning, donde la imaginería del lado más salvaje del rock se da la mano con el submundo madrileño y la delincuencia callejera. Te cautivarán sus historias de perdedores en el filo, contadas con precisión y un arrebatador halo romántico. Y las tribulaciones de Jim Dinamita, La Cherry, Johnnie el Seco o la inolvidable Cristina, personajes sacados directamente del día a día en La Elipa, su barrio, pasarán sin demora a formar parte del imaginario colectivo de la ciudad.
Ellos también terminarán haciéndolo, mal que les pese. La heroína se llevará por delante a Antonio Martín y Pepe Risi, su principal tándem creativo. Claro que no contaba con la perseverancia de Johnny Cifuentes, que recogerá el testigo con firmeza y mantendrá viva a la banda reemplazo a reemplazo, canción a canción y concierto a concierto hasta nuestros días. Cuarenta años de rock and roll. Contra todo pronóstico y tal como le prometió a su amigo Pepe antes de que dejara este cochino mundo.
Oigo disparos en el callejón
y tú sin poder salir.
Tengo que ir, no puedo fallar,
pero yo no te veo a ti.
El buga a punto para escapar,
es una loca como un huracán.
Habrá bastante para los dos,
o tal vez me equivoqué.
Burning, «Esto es un atraco» (1984)
3. Bofetada punk
La revolución punk asola Madrid desde multitud de perspectivas bastante diferenciadas conceptualmente, si bien hacen acto de presencia de una manera endiabladamente intrincada y amalgamada por una actitud provocativa que será su principal seña de identidad. El aislamiento cultural endémico de nuestro país favorece una tremenda confusión de fondo que no hará sino aumentar la excitación. Hay muchas ganas de todo.
Ambigüedad sexual, ganas de divertirse y un soberano desprecio por los más básicos principios de la armonía arropan un discurso deliberadamente superficial. Los chicos y las chicas forman grupos de rock sencillamente para no aburrirse. No hay tiempo para aprender a tocar ni les importa la, en muchos casos, pésima calidad musical del resultado. Quieren divertirse y quieren hacerlo ya.
Quiero ser un bote de Colón
y salir anunciado por la televisión.
Qué satisfacción
ser un bote
de Colón.
Alaska & Los Pegamoides, «Bote de Colón» (1982)
Sin la saga Kaka de Luxe / Alaska & Los Pegamoides es imposible entender el impacto que el punk tiene en la ciudad. Un cóctel novedoso que resulta irresistible para la facción más petarda del círculo artístico local. Pintores, diseñadores y cineastas se apropian rápidamente del invento. La ciudad se llena de exclusivos guateques que atraen a representantes de todas las disciplinas artísticas habidas y por haber. Lo poco que de punk va quedando en esta efímera escena se esfuma en aras de una supuesta sofisticación que no tardará en verse abocada a la más zafia comercialidad. No importa, porque la mayoría de sus integrantes son gente inquieta y ya están poniendo sus neuronas al servicio de nuevas y excitantes ideas.
Rápidos de reflejos, algunos como Eduardo Benavente (Alaska & Los Pegamoides) vuelven su mirada hacia los románticos de finales del siglo xix, las corrientes dadaístas de principios del xx o la Alemania nazi para alumbrar un discurso decadente y mórbido. Con Parálisis Permanente, su nueva banda, escarbó en las tétricas mazmorras del after-punk (con los Stooges siempre en el punto de mira) y dio con el caldo de cultivo ideal para desarrollar su inmenso talento. Falleció en 1983, en un accidente de circulación. Tenía veinte años.
Me miro en el espejo y soy feliz
y no pienso nunca en nadie más que en mí.
Leo libros que sólo entiendo yo,
oigo cintas que grabo con mi voz.
Parálisis Permanente, «Autosuficiencia» (1982)
Se autodenominan Hornadas Irritantes y su discurso es decididamente iconoclasta, caótico e irreverente. Es la facción más surrealista del punk, siempre dispuesta a reírse de su propia sombra. Las imprevisibles actuaciones de Glutamato Ye-Yé, Derribos Arias o Sindicato Malone tendrán un efecto vivificante y supondrán un punto de inflexión realmente saludable para la escena madrileña. Después de su irrupción, todo el mundo se lo pensará dos veces antes de tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Y sólo por robar una bomba de neutrones,
veinticinco portaaviones y un reactor nuclear.
Sindicato Malone, «Sólo por robar» (1981)
Anfetamínico, aguerrido y contundente. El punk de escuela, más cerca del rock duro que de experimentos transgresores, también tiene sitio en Madrid. Beberá directamente de las fuentes (Ramones, Sex Pistols, The Clash) y tendrá en la saga La uvi / Commando 9 mm su más sólido referente.
Yo me paso todo el día
en un coche de policía
recorriendo Madrid
en muy buena compañía.
La uvi, «La policía» (1981)
4. En busca de la canción perfecta
Pero no todo el mundo está dispuesto a relegar la música a un segundo plano y, paralelamente al movimiento punk, surge una generación de jóvenes que, fascinados por las grabaciones del sello Stiff, se plantean el reto de escribir y grabar buenas canciones, así sin más. No lo tienen fácil, la ciudad se ha vuelto increíblemente sectaria. En seguida son repudiados y tachados de «babosos», pero a ellos no parece preocuparles mucho representar o no a la modernidad.
Nacha Pop se aglutina en torno a las figuras de Nacho García Vega y su primo Antonio Vega, un eficaz tándem compositivo e interpretativo de marcado carácter bipolar pero personalísimo e inspirado. Siempre remando contra viento y marea, su estilo se acercará progresivamente a gigantes del pop adulto como Hall & Oates o Billy Joel, alternando en su discurso la explosiva extroversión de Nacho con la emotiva búsqueda interior de su primo Antonio. La banda se disuelve en 1988, dejando para la posteridad un buen puñado de canciones inmortales. Antonio continuará escribiendo y grabando discos memorables hasta su muerte, en mayo del año 2009.
Un momento en una agenda,
una décima de segundo más.
Vuela,
va saltando de hoja en hoja,
mil millones de instantes de que hablar.
Nacha Pop, «Una décima de segundo» (1984)
Los Secretos recuperan para el pop madrileño el gusto por las armonías vocales y la artesanía al servicio de la canción que parecían perdidos desde los tiempos de Cánovas, Rodrigo, Adolfo & Guzmán o la escuela vallecana de rock urbano (Asfalto, Topo). Su núcleo se condensa en torno a los hermanos Urquijo, cuyas esmeradas melodías irán dejando asomar paulatinamente un poso country-rock con reminiscencias mexicanas (Eagles, Los Lobos) en el que terminará por encontrar acomodo el grueso de su obra. Enrique Urquijo fallecerá trágicamente en 1999, siendo su hermano Álvaro quien asuma las riendas del grupo, que al día de hoy continúa cautivando al público con sus desgarradores apuntes sobre los caprichosos vaivenes del alma.
Cómo tienes el valor,
yo que siempre me he dolido
de recordar lo que fue
y lo que pudo haber sido.
Por la calle del olvido
vagan tu sombra y la mía,
cada una en una acera,
por las cosas de la vida.
Los Secretos, «La calle del olvido» (1989)
5. Doctorado
Jaime Urrutia, Ferni Presas y Edi Clavo forman Gabinete Caligari en 1981, impresionados por la estética dark de bandas como The Cure o Joy Division. A partir de 1983 vuelven la mirada hacia la cultura española y sus raíces, descubriendo un filón que explotarán con maestría en una colección de canciones que pasarán por las listas de éxitos sin apartar el punto de mira del retrato costumbrista, la esencia mediterránea y sus raíces rock. Alcanzan el punto más álgido de su carrera con «Al calor del amor en un bar» (1986) y «Camino Soria» (1987), en los que llama la atención el carácter atemporal de la España que retratan, con explícito homenaje a los maestros Bécquer y Machado incluido.
Voy camino Soria,
¿tú hacia dónde vas?
Allí me encuentro en la gloria
que no sentí jamás.
Voy camino Soria,
quiero descansar,
borrando de mi memoria
traiciones y demás.
Gabinete Caligari, «Camino Soria» (1987)
En mi modesta opinión, no ha existido una banda que haya trabajado y finalmente significado más que Radio Futura para la evolución y la credibilidad del rock en castellano.
Ni banda menos acomodaticia. Santiago y Luis Auserón, Kike Sierra, y los estupendos músicos de los que siempre han sabido rodearse han tenido en todo momento la humildad de reconocer las diversas máscaras con las que se les ha ido presentando la autocomplacencia y los arrestos necesarios para acometer, tras espartanos encierros en el local de ensayo, nuevos horizontes que satisfagan su inagotable curiosidad de melómanos y su particular deontología musical.
De cantarle a los escaparates pasan a exponer su punto de vista sobre la inmovilidad (la obsesión por el hombre de acción será una constante que emparentará a Santiago Auserón con Pío Baroja) hasta que, convertidos en una sólida banda de rock, su espíritu musicólogo les empuja al otro lado del océano. Allí, con la complicación de los ritmos y las orquestaciones, las canciones se les llenan de matones de barrio, músicos callejeros, tontos de pueblo y desalmadas prostitutas. De altercados de verbena y pasiones prohibidas. De sabiduría popular.
Triunfan a lo grande con «Veneno en la piel» (1990), pero la mezquindad de la industria musical les llevará a dar por finiquitada la aventura un par de años más tarde. Santiago continuará viajando al origen bajo el pseudónimo de Juan Perro. Incansable y agradecido, dueño ya de un deslumbrante repertorio que es capaz de explicarse a sí mismo. Asombroso y descomunal.
Por su parte, Luis Auserón continuará entregando interesantes trabajos en solitario y Kike Sierra compaginará con brillantez diversos proyectos propios con su faceta como productor e ingeniero de sonido hasta su fallecimiento en el año 2012.
Eres tonto, Simón,
y no tienes elección.
De tu cráneo rapao al cero
quita esa gorra de obrero
y sortea la cuestión, Simón.
Radio Futura, «El tonto Simón» (1985)
El nuevo proyecto de Carlos Berlanga seduce a los también ex Pegamoides Alaska y Nacho Canut, de manera que los tres terminarán formando el núcleo de Dinarama. Se presentan en sociedad el año 1982. Las magníficas canciones pop, trufadas de referencias a la literatura policiaca y el cine noir, que escribe Carlos convivirán sin problemas con ritmos cien por cien bailables en un repertorio que parece tocado por una varita mágica: ninguna propuesta, por desopinada que parezca, consigue desentonar en él. Siempre dieron en el clavo. Tras una exitosísima carrera, se separan definitivamente en 1989. Alaska y Nacho forman Fangoria, un dúo de música electrónica que continúa gozando de una salud de hierro. Carlos grabará cuatro estupendos discos en solitario antes de fallecer en 2002.
La calle desierta, la noche ideal.
Un coche sin luces no pudo esquivar.
Un golpe certero y todo terminó entre ellos
de repente.
Alaska & Dinarama, «Cómo pudiste hacerme esto a mí» (1984)
6. Rock and roll (reprise)
Después de este paseo por las listas de éxitos cabe preguntarse qué pasa en calle. Los garitos del barrio de Malasaña son un hervidero de gente harta de etiquetas y ávida de rock and roll. En ellos se desplegará una actividad febril, con música en directo casi todas las noches de la semana. El caldo de cultivo ideal para que el personal vuelva a enloquecer bajo el poderoso influjo de las guitarras. El paraíso para cualquier aspirante a músico de rock.
La Frontera son los responsables de la epidemia de rock-cowboy que asoló la península a principios de los noventa, pero no hay que dejarse engañar: sus composiciones son fulminantes, y apuntan mucho más allá de la estética para, como los buenos westerns, escarbar sin piedad en las más profundas heridas del alma humana.
Leímos juntos libros prohibidos,
creímos que nada nos haría cambiar.
Vivimos siempre esperando una señal
en el límite del bien, en el límite del mal.
Te esperaré en el límite del bien y del mal.
La Frontera, «El límite» (1990)
Los Ronaldos sorprenden por su frescura y la naturalidad con la que se desenvuelven en los pequeños clubs del barrio en los que dan sus primeros pasos y en los grandes recintos a los que les va conduciendo su creciente popularidad. Certeras polaroids de adolescencia disparadas en seductoras píldoras de pop acelerado, no exento de espíritu ritmanblusero, en las que llama la atención el desparpajo y la profesionalidad de su jovencísimo frontman, Coque Malla. La banda se separará en 1998, dejando paso a una muy interesante carrera en solitario de Coque, más ecléctica y reposada.
Está atardeciendo ya,
algunos chicos se van.
Mi cara sonríe todavía
porque tú me haces vibrar.
Guárdalo, guárdalo con amor.
Por favor, guárdalo.
Los Ronaldos, «Guárdalo» (1987)
Los Enemigos empezamos como un revulsivo en clave surrealista dentro de una escena que empezaba a adolecer de un exceso de purismo, pero no tardaremos en armarnos de una determinación a prueba de disgustos, un sólido repertorio y una incondicional legión de seguidores que nos mantendrán en activo durante más de tres lustros de carretera hasta nuestra disolución en 2002. Rhytm’n’blues, punk, rock urbano y pinceladas pop se darán la mano en una colección de canciones tabernarias, carcelarias, póstumas o directamente suicidas que destacarán por su contundencia interpretativa y sus descarnadas letras.
No tardaré en emprender una carrera en solitario que desde 2012 compagino con la vuelta de Los Enemigos a los escenarios y los estudios de grabación (Vida inteligente, 2014). Transilvania, quinto disco publicado a mi nombre, está a punto de aparecer en el momento de redactar estas líneas. Qué quieren que les diga, aún no me lo creo.
A este lado de la puerta
llegaban tus cartas ya abiertas.
Yo las necesito tanto
desde el jergón,
y no llegan.
Y sin ellas, dime…
Dime qué me queda.
Los Enemigos, «Desde el jergón» (1990)
7. Epílogo
Habrá más bandas. Buenas Noches Rose, Pereza, Le Punk…y francotiradores solitarios, como Quique González. Pero lo cierto es que con el tiempo uno deja de interesarse por la escena local. Ni siquiera vivo ya en Madrid, aunque sé que volveré mañana o pasado. Es lo único que sé. Eso y que seguiré escribiendo canciones mientras pueda.
La intención de este artículo no es otra que atrapar el espíritu de una época en la que la música popular jugó un papel determinante, y ofrecer una visión panorámica capaz de conciliar su escena. Vayan por delante mis disculpas si me permito citar a continuación a algunos de los actores que, por razones de espacio o mera subjetividad, se han quedado fuera de él: Cánovas Rodrigo Adolfo & Guzmán, Vainica Doble, Cucharada, Ñu, Asfalto, Topo, Tequila, Moris, Hilario Camacho, Moncho Alpuente, Paracelso, La Romántica Banda Local, Mermelada, Salvador Domínguez, Barón Rojo, Luis E. Aute, Los Pistones, Los Coyotes, Desperados, Luis Pastor, Alarma, Los Nikis, Los Elegantes, Antonio Flores, Manolo Tena, Ariel Rot, Hombres G, Las Ruedas, Obús, Def Con Dos, El Ángel, Javier Corcobado, Hamlet, Javier Colis…
Y quisiera compensar este exabrupto final, no exento de amiguismo, dejándoles en buena compañía. No se me ocurre nadie mejor que el maestro de los maestros. Don Joaquín, que es natural de Úbeda, siempre lo ha tenido clarísimo: no hay árboles genealógicos que valgan. Un madrileño puede nacer donde le dé la gana.
He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan.
He crecido en La Habana, he sido un paria en París.
México me atormenta, Buenos Aires me mata…
Pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid.
Pero siempre hay un niño que envejece en Madrid.
Pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid.
Pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid.
Pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid.
Pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid.
Pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.
Joaquín Sabina, «Así estoy yo sin ti» (1987) l